Dios sí sabe sus nombres

La galería de Nuestra Señora de las Mercedes, en sus nichos 282 y 283, acoge desde ayer los cadáveres de los dos subsaharianos víctimas del último naufragio ocurrido en el Estrecho.

El entorno de isla Perejil fue testigo del hundimiento de una embarcación ocupada por diez senegaleses, de los que ocho aún siguen desaparecidos. Salvamento Marítimo suspendió las labores de búsqueda ayer sin novedad, al igual que la Guardia Civil.
Las autopsias efectuadas a los dos fallecidos han confirmado sus muertes de asfixia por sumersión. La autoridad judicial permitió que fueran enterrados en Santa Catalina aunque ha sido imposible confirmar su identidad ya que no se les encontró documentación alguna.
El vicario Juan José Mateos y el director del Secretariado de Migraciones de la Diócesis de Cádiz y Ceuta, Gabriel Delgado, dirigieron la última despedida en el cementerio celebrando el responso, acompañados de varios inmigrantes del CETI, miembros de EAPN y las Hermanas Vedruna, además de los trabajadores del cementerio y operarios de Funeraria Curado. O lo que es lo mismo, acompañados de quienes ayer se transformaron en los familiares de los fallecidos. En esas madres o esos hermanos que no saben de sus muertes pero que fueron representados por hombres y mujeres con corazón y sentimientos que quisieron arroparles en esta despedida. “No sabemos cómo se llaman”, lamentó Delgado, pero “Dios sí sabe sus nombres, su historia, su camino... Ahora nosotros somos su familia, sus padres, hermanos...”, añadió. “Dios llora por cada inmigrante que muere en el Estrecho. Ellos venían buscando una tierra nueva, un cielo nuevo y apareció la oscuridad del mar, la soledad, se sintieron perdidos... Venid a mí, dice el Evangelio, eso es lo que habrán escuchado del Dios que nunca les deja solos”.
La tragedia vivida cerca de Perejil en la tarde del miércoles se trasladaba ayer en forma de sentido sentimiento al camposanto. La emoción entre los presentes hizo que afloraran las lágrimas y que se hicieran peticiones por un mundo más justo, un mundo en el que quien tenga un sueño pueda realmente conseguirlo, sin leyes injustas, con menos barreras y sin tragedias como la que, de nuevo, ha salpicado a Ceuta.
“Dios ha salido a su encuentro, los hombres les hemos dejado solos”, recordó el padre, mientras pedía que la sociedad no sea insensible a estas muertes, que ya no solo los Gobiernos busquen la forma de evitarlas sino que los propios componentes de esta sociedad articulen medios o hagan visibles propuestas para terminar con una sangría que no cesa.
Ayer se rezó por los fallecidos, y sus compatriotas que ya están en el CETI, de religión musulmana, hicieron su propio rezo al lado de los ataúdes que contenían los cuerpos de quienes no han podido alcanzar su meta. Poco después de las 18.30 horas, se procedía al depósito de ambos en los nichos. Se repetía el mismo proceso mecánico que ya ha dejado a más de 80 sin papeles enterrados en este cementerio. Hombres, mujeres y algún menor cuyas historias terminaron en esta estación, que han sido enterrados sin nombre, sin referencia pero con el calor de los que, de forma incansable, acuden a despedirles, a depositarles flores o a rezarles para ayudarles en el otro camino ahora emprendido.
Horas antes 42 subsaharianos del CETI, de distintas nacionalidades aunque sobre todo guineanos, habían marchado a la península tras recibir el pase que dispensa el Gobierno. Empiezan así una nueva vida después de meses acogidos en el centro del Jaral. Ellos han tenido más suerte que los que quedaron en el camino, tragados por el mar y nunca siquiera recuperados. Las dos imágenes en un mismo día: cruel realidad.
En vísperas del aniversario de la tragedia de Lampedusa, Acnur ha enviado un comunicado en el que advierte de que las travesías irregulares  por el Mediterráneo son cada vez más mortíferas. Así, entre el 1 de julio y 30 de septiembre, 90.000 personas han llegado a Europa por mar y, al menos, 2.200 han perdido la vida en el intento. Santa Catalina es un fiel reflejo de este drama.