Siete y cuarto de la mañana. Es la hora -en cada día- de descorrer la cortina y levantar la persiana de la ventana que está más próxima a la cama de mi viejo amigo el marinero. Acto seguido echo una mirada al cielo y lo veo oscuro. La luna no está en el sitio que le corresponde y tampoco se ven los luceros del alba. Es triste esa oscuridad que hoy nos recibe y así se lo digo a mi viejo amigo. ¿Con qué ánimo empezar este día oscuro, falto de esos elementos de los que se recibe, cada día, el primer saludo de la vida que nos rodea? Ya sé que hay otras luces, las del alma, que son las verdaderamente importantes, pero un amanecer tan oscuro como el de esta mañana te lleva al mundo de la tristeza y de ese mundo hay que escapar, aunque te deje una primera impresión de desánimo, de falta de ilusiones y de alegría.
Es dura la lucha a mantener para liberar el espíritu del mundo de la tristeza, de la oscuridad de la mente, de la falta de ánimo, de la entrega a la pasividad y tratar de abrir una rendija, aunque sea muy pequeña, que te muestre que en la vida no todo es oscuridad, que hay luz y que, si quieres, puedes gozar de ella. ¿Por qué mantenerse envuelto en la masa de la oscuridad, si ésta no es todo en la vida? Puede ser que no te resulte fácil encontrar la luz de la verdad, pero conviene preguntarse si , de verdad, se ha puesto toda la fuerza de la voluntad personal para encontrarla; ésta es una condición fundamental. Si no se hace así no es justo ir por ahí diciendo que todo está muy oscuro, como lo estaba esta mañana en la que la luna y las estrellas se negaron a que las pudieras contemplar, aunque estaban ahí, en su sitio, a pesar de la oscuridad reinante.
En los días oscuros del espíritu se sufre mucho, especialmente si quieres vivir en la luz clara de la verdad; de esa verdad en la que todo, en la vida personal, se transforma en servir con amor a toda la Humanidad. Cada persona tiene su estilo y agudeza para penetrar hasta lo más hondo de la verdad, por muy duras que sean las etapas que haya que atravesar, pero nadie debe dejar de buscar la luz de la verdad, aunque sea por esa pequeña rendija que a toda persona le es dado abrir aún en la oscuridad más densa que pueda existir a su alrededor y, especialmente, en su corazón. Los días oscuros, los que a la vista no ofrecen nada, son los más apropiados para poder gustar la calidad y belleza de la luz que se acaba de descubrir, como algo incipiente a la par que prometedor de la plena claridad de la verdad.
Mi viejo amigo, el marinero, me ha dicho muchas veces que las redes vienen abarrotadas de cierta clase de peces - casi rompiéndose - en los "oscuros", aunque haya otros que se sienten atraídos por luces intensas; que no hay que tenerle miedo a la oscuridad sino que hay que saber manejarla. Yo siempre respeto mucho lo que me dice mi viejo amigo, el marinero, porque ha navegado con toda clase de oleajes y de oscuridades, al tiempo que reconocía muy bien el "lenguaje" de los faros que le avisaban de los peligros y de la buena ruta a seguir. Hay que hacer caso a quien nos habla con la verdad por delante y que además la cumple. A veces pueden parecernos exigentes y hasta muy exigentes, por lo que nos dicen qué hay que hacer para que la oscuridad en que podemos encontrarnos nos haga desear la luz de la verdad.