Sociedad

Diario de un contagiado

Su vida ya no será la misma. No lo será porque los últimos 26 días han estado marcados por una mezcla de agobios, sentimientos enfrentados, rabia, miedo y, sobre todo, desconocimiento. 26 días que comprenden una horquilla marcada a fuego: desde ese lunes 16 de marzo en el que temió que podía haber sido contagiado hasta el viernes 10 de abril cuando le comunicaron que había superado la enfermedad. Entre uno y otro día ha habido de todo: muchos episodios malos en los que la soledad es la única compañía y otros de esperanza que apuntaban que el final del túnel estaba cerca. “El COVID-19 es peligroso, se pasa realmente mal y afecta también a personas jóvenes y en forma física, como ha sido mi caso. Nos lo debemos tomar en serio”, explica este afectado, cuya identidad se mantiene en el anonimato y que recoge en este diario, día por día, cómo ha sido su batalla para vencer al bicho.

Detrás de los 95 casos reconocidos por el Ingesa hay historias con nombres y apellidos. Historias de todo tipo marcadas por distintos sentimientos, algunas por el agradecimiento; otras, en cambio, por el reproche. No todos piensan que las cosas se están haciendo bien, no todos creen que la organización ha sido la suficiente como para afrontar un virus desconocido del que ni siquiera se sabe cuándo aplacará su fuerza.

El diario

Lunes 16 de marzo, comienza a escribirse este diario. La vida de este afectado cambia cuando tiene constancia de que una persona con la que ha tenido contacto presenta síntomas claros de tener el COVID-19. Los dos días siguientes, 17 y 18 de marzo, se queda a la espera de qué puede pasar.

Jueves 19 de marzo, esto es serio: “Empiezo a tener los síntomas, por la noche... fiebre y de forma progresiva me fue subiendo. Comencé a tomar Paracetamol porque no se sabía bien lo que se podía tomar.

Viernes 20 de marzo: “Tras pasar una mala noche no se me corrige la fiebre. Llamo al teléfono” dispuesto para atender casos relacionados con el COVID; “me cogen los datos, les explico mi situación. Aporto los datos y me dicen que un médico hablará conmigo”.

Sábado 21 de marzo: “Desde el primer día que tuve sospechas de que podía tener coronavirus, en mi casa lo tratamos como un positivo. Me aislé en una habitación y tomamos las medidas más restrictivas que podíamos tomar en una casa de solo 60 metros. Una habitación era sola para mí y en el baño preparamos un bote con lejía en agua para desinfectar todo lo que tocaba”, explica. Una decisión que, sin saber aún si tenía el virus, pudiera parecer “exagerada” pero ha podido ser determinante para no contagiar al resto de miembros de su familia. Ese sábado sigue llamando al mismo número de teléfono. “Me cogen los datos de nuevo y sigo esperando”.

Domingo 22 de marzo: “Continúo con fiebre, me encuentro mal. Ninguna autoridad sanitaria se ha puesto en contacto conmigo”.

Lunes 23 de marzo: Ese día, una semana después de las sospechas, se conoce que la persona con la que había tenido contacto ha dado positivo. Ingesa lo comunica a los medios de comunicación. “Llamo de nuevo, lo hago saber y es cuando deciden que puede ser que yo también lo tenga”.

Martes 24 de marzo: “Me hacen las pruebas a los cinco días de estar bastante enfermo”. Y se las hacen después de conocerse el positivo de esa persona próxima a él.

Miércoles 25 de marzo: “Me encuentro día y noche muy mal, con fiebre”.

Jueves 26 de marzo: Nuevos síntomas aparecen. “Tengo urticaria en las piernas. Lo dejo pasar” al no figurar como una consecuencia del coronavirus, ahora ya se está informando clínicamente de que también lo es.

Viernes 27 de marzo: Informa de los síntomas que está padeciendo.

Sábado 28 de marzo: Le comunican el resultado de la prueba. “Soy negativo”. Pero algo no cuadra, “¡cómo voy a serlo si tengo todos los síntomas! No tenía sentido del olfato ni ganas de comer, no me sabía la comida a nada. Me resulta difícil de creer, mi familia y yo decidimos seguir tratando el tema como si fuera un positivo. No nos fiamos, era un momento en que estaba el boom de los test chinos en las noticias. No sabemos nada pero me sigo encontrando mal”.

Domingo 29 de marzo, a la vista de su estado, la autoridad sanitaria, Ingesa, “decide hacerme una segunda prueba en sangre más la prueba del COVID con un bastoncito en las fosas nasales, boca y garganta. Por la noche me dicen que soy positivo”. Es decir han pasado ya “diez días para decirme que soy positivo. Por responsabilidad y por la salud de mi familia lo habíamos tratado de forma estricta... Pero en diez días… ¡imaginad el peligro! Más que el COVID el mayor peligro es cómo se está gestionando”. De no haber tomado sus propias precauciones, se podría haber incurrido en otros contagios.

Lunes 30 de marzo: “Tengo el cuerpo destrozado, sigue la fiebre... han pasado ya tantos días... No como apenas, solo líquido y algo de fruta, estoy aguantando”.

Martes 31 de marzo: “Me hacen otra analítica porque los valores que da son desorbitados”.

Miércoles 1 de abril: “Me levanto” cansado. Solo “el hecho de secarme el cuerpo” al salir de la ducha “me cansa, me tengo que sentar porque no puedo respirar. Lo achaqué a estar nervioso porque no quería asustar a la familia. A media mañana el 061 me traslada al HUCE, quieren observarme. Ese día me hacen analíticas, placas de tórax que muestran manchas en los pulmones, un electro... Ingreso en una cama conectado a un monitor. A mi alrededor hay más gente como yo y otros peor. Escucho quejas, personas con dificultad para respirar. Ahí me asusté, pensaba si estaría como ellos y no me daba cuenta, ¿si no que pintaba ahí? Tampoco tuve excesivo miedo, pensaba que era otro trámite más. Solo me fijaba en el día del alta, no era consciente de cómo estaba. Solo miraba ese día. Aparte de la medicación, la forma en la que lo afronté ha sido clave”. Ese día era un número más en el que “no tienes intimidad, estás enganchado a un monitor que cada vez que detecta un valor no normalizado emite pitidos”.

Jueves 2 de abril: “Me sigo encontrando mal, he pasado mala noche, escuchando las quejas de la gente a mi alrededor. Siento impotencia porque lo están pasando mal”. La medicación recibida es de la que se usa contra la malaria pero hace que el viernes 3 se encuentre mejor.

Sábado 4 de abril, la peor noche: “Estaba mejor, pero esa noche fue muy fea. Sobre las tres de la madrugada vi todas las luces encendidas, un silencio… Hasta las seis no dormí”. Luego supo que había fallecido uno de los ingresados.


Domingo 5 de abril: “Me levanté destrozado”, tras una noche dura. Dura para todos. Ese día “me hicieron todas las placas, pruebas… y me dieron esperanza de que podía irme a casa. Así fue. ¡Volvía a mi habitación de 6 metros cuadrados pero para mí era el día más feliz! Parecía que iba a un hotel, cuando iba a mi habitación de 6 metros”. La vida en el HUCE pasaba al olvido, atrás quedaban esos días en los que “no tienes intimidad”, en los que “tienes que orinar en una botella, aguantar días los dolores de barriga porque me negaba a hacerme las necesidades encima en un pañal. Lo pasé mal”.

Es cuando uno piensa que en situaciones así “no creo que sea tan difícil tener un baño para los que sufren el COVID19”. Pero en un momento en el que ni siquiera hay recursos para los propios sanitarios, a los que se les da un equipo de protección para todo el día y si se les fastidia la mascarilla tienen que aguantarse con lo puesto... pedir eso parece un lujo. “La buena reputación del sistema sanitario no se debe a la inversión, sino al buen hacer de sus profesionales, sobre todo de la escala más baja: celadores, auxiliares y enfermeros”, reconoce.

Lunes 6 de abril: “Me levanto, estoy bien. Me peso y ¡he perdido 7 kilos!... En una persona que pesa 80 es bastante. Entiendo que por eso me encontraba débil, perder tanto en tan pocos días...”.

Martes 7 de abril: “He recuperado el apetito, tengo ganas de comer”.

Miércoles 8 de abril: “Estoy bien, es como si esta historia no hubiera pasado conmigo”.

Jueves 9 de abril: “Gracias a Dios me encuentro curado”.

Viernes 10 de abril: Le comunican lo esperado, “soy negativo”. Llega el momento de “la alegría, a sabiendas de que tengo que seguir 8 días más metido en la habitación”, pero está curado.

Termina una pesadilla pero quedan muchas dudas en el aire, muchos recuerdos y demasiados dolores. “Nos creemos que es una gripecilla, pero esto es serio”.

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