Lo marcaron en el calendario como el día del padre, como si el resto no formara parte de esos días especiales en los que poder mostrar cariño a quien es tu referente.
Cuando lo comercial invade el sentimiento sucede eso, que ya nada parece ser lo mismo y todo termina envuelto en papel de celofán.
Tener un buen padre es uno de los mayores regalos que te puede hacer la vida, perderlo se convierte en una losa que conforme pasan los años pesa más y más. Tener un buen padre es disponer siempre de ese rincón donde poder cobijarte, donde hallar consuelo y ánimo en los peores momentos, y mirada cómplice en los mejores.
A los que el camino se nos rompió de la forma más trágica, la vida nos ha obligado a tener que seguirlo, a continuarlo sin apoyo, sin referente y sin guía. A mantener el equilibrio porque caerse nunca es una opción, aferrándonos a volver a encontrarnos con ese rincón de cobijo.
La sombra alargada que llevamos, la losa cada vez más pesada que soportamos, la tristeza por los momentos perdidos, aquellos que nunca fueron compartidos, son marcas de una vida que se mueve siempre empeñada en dejar caer por el abismo a quienes más queremos.
Aquellos ceniceros que nos mandaban hacer en el colegio manejando el barro por vez primera eran auténticos tesoros para unos chiquillos que empleábamos horas y horas en ofrecer algo sencillo a quien más queríamos. Daba igual si fumaban o no fumaban, era la norma heredada de generación en generación hacia nuestro referente.
Ojalá hoy pudiera comprarse solo 5 minutos de aquellos momentos.