La Resolución 47/3 de 1992 de las Naciones Unidas proclamó el 3 de Diciembre como Día Internacional de las Personas con Discapacidad. Y así se ha venido celebrando año tras año, como una fiesta en la que se hacen patentes las ilusiones, anhelos y también las necesidades de las personas con capacidades diferentes, que no por eso han de dejar de estar plenamente integradas en nuestra sociedad, enriqueciéndola con su diversidad.
Este año, el evento cobra una relevancia más significativa, y tiene un tema de conmemoración tan oportuno como el siguiente: “Reconstruir mejor: hacia un mundo post COVID-19 inclusivo, accesible y sostenible por, para y con las personas con discapacidad”.
Efectivamente, estos meses que llevamos padeciendo esta pandemia que ha asolado a todos los países, ricos y pobres, y a todo tipo de personas, ha puesto más de relieve si cabe todas esas barreras, esa especie de muro, a veces casi transparente, como de cristal y otras de auténtico hormigón armado, que hacen tan difícil a las personas con discapacidad integrarse en pie de igualdad con el resto de la sociedad.
En nuestro país se da la circunstancia, casual, pero no carente de significado, de que el Día Internacional de las Personas con Discapacidad se celebra inmediatamente antes del día de nuestra Constitución. Los que vivimos, como jóvenes o adolescentes, el proceso de creación de nuestra Ley de leyes, recordamos perfectamente la intensa emoción que supuso salir de una Dictadura y volver a ser una Democracia, y todas las ilusiones que se despertaron por ello. Desde el punto de vista que nos afecta, nuestra Constitución, en su Título I (“De los derechos y los deberes fundamentales”) dedica en su Capítulo Tercero (De los principios rectores de la política social y económica) una serie de artículos a tratar de construir una sociedad más justa. Especialmente el art. 49 indica que “los poderes públicos realizarán una política de previsión, tratamiento, rehabilitación e integración” de las personas con discapacidad. Se produjo así un decidido impulso de los servicios sociales con la creación de instituciones como el IMSERSO y las áreas correspondientes en las Comunidades Autónomas y Ayuntamientos que llevan ya cuarenta años diseñando políticas para que las barreras impuestas por la discapacidad se difuminen.
Mucho se ha hecho en estos años, pero mucho queda por hacer. En este Día Internacional en el que no podremos reunirnos ni abrazarnos, mantengámonos en contacto y dediquemos un momento de reflexión acerca de qué podemos hacer desde nuestro ámbito para promover esa integración tan necesaria y sin la que principios fundamentales como la justicia y la igualdad, promovidos por nuestro ordenamiento constitucional, se quedarían en meras palabras bonitas pero sin fundamento.
Aprovechemos el recogimiento que nos imponen las circunstancias para visualizar un mundo mejor. Un mundo sin barreras que necesita de todas las naciones, colectivos, asociaciones y personas para hacerse realidad.
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