Era el día de San José. Para nosotros los cristianos es una fecha muy importante. Por un lado es el padre terrenal de nuestro salvador Jesucristo y por otro lado celebramos la onomástica de los que le han puesto y bautizado con el nombre de José sus familiares y si es padre pues ya tiene el día completo. Juan era una persona que se caracterizaba por ser un poco tacaño. Esas personas que desean tener más dinero cada día. Recuerdo que en las reuniones vecinales todo el mundo bebía cerveza o cubatas y el le pedía al camarero una botella de agua de litro y medio. Le preguntábamos el motivo y nos complacía con su dialéctica diciendo que una cerveza se iba en poco tiempo, más si era verano, no se podía dejar que se calentara. Sin embargo una botella de agua se iba poco a poco consumiendo, era bueno primero para el bolsillo costaba un euro, luego se consumía más lentamente, por lo que lo consideraba una buena inversión. Pura filosofía de los del puño en el bolsillo.
Incluso recuerdo que mientras estábamos todos al lado de la máquina de apuestas buscando los resultados apropiados para salir ganador, con las combinaciones fabulosas para salir de allí medio millonarios, o por lo menos con unos euros que nos puedan dar una pequeña alegría a nuestro cuerpo, el sólo con un euro apostaba al Barcelona ya que decía que era apostar bajo seguro. Y la verdad que nunca fallaba. Y si le falló en algún momento se escuchaban las quejas hasta en Algeciras. Pura dinamita es nuestro Juan. Pero tenía que regalarle algo a su pobre padre. Estaba indeciso.
Me preguntó si para mí sería un buen regalo un pastel de chocolate o un bolígrafo de los de siempre, de 50 céntimos. Me dicerto que era un fanático, su padre, de los pasteles y que también le gustaba mucho escribir narraciones. Yo le inculqué que se estirara un poco. La verdad que fue en tono de broma. Pero se puso como un poseso. De su boca no se escuchó nada bonito. Eran las diez de la noche y lo vi bajar las escaleras del local social muy contento. Le pregunté donde iba tan rápido y me confesó que a darle el regalo del boli a su padre que era tarde y que además había tenido suerte en encontrarse uno en el suelo. Pensé para mis adentros: “Este tío tiene una suerte y una cara dura muy grande”. Me di media vuelta y escuché casi al instante una voz. Sí, era la de Juan pedía ayuda. Me aligeré todo lo que pude y nuevamente di media vuelta y a pocos metros de allí estaba el pobre en el suelo. Me acerqué todo lo deprisa que pude y lo vi llorando. Al examinarlo note que le dolía el tobillo. Pedí una ambulancia y se lo llevaron al hospital. Yo lo acompañe y le tuvieron que poner un fuerte vendaje en el pie. Se había torcido el tobillo. Yo le recriminé que todo había sido por su forma de ver la vida y él con los ojos cerrados y sin abrir la boca con su cabeza me indicó que sí con varios movimientos de cabeza. Es una historia que me la contaron ayer 19 de marzo de 2019. Feliz día de San José y de los padres.