Colaboraciones

El devenir de la carrera armamentística nuclear: ¿La sospecha de una nueva Guerra Fría?

Cuanto más dominante es el protagonismo de los estados que se alinean con armas nucleares, mayor es la inseguridad que sean premeditadamente dispuestas no para disuadir, sino para devastar o que se desate a gran escala un conflicto por error; o que una nación ataque anticipadamente las infraestructuras de sus contendientes, e incluso, que armas o materiales fisionables lleguen a manos de grupos criminales, capaces de probar una fisión con neutrones libres de cualquier energía.
La proliferación, o para ser más exactos, la propagación nuclear, hoy por hoy, es uno de los grandes riesgos para el futuro de la Humanidad. Pese, a que esta no sería la inquietud más notable, que inculcó a las primeras medidas contraídas para evitarla.
Desde la proyección de su programa nuclear en 1942, Estados Unidos ha impedido la publicidad de toda información referente a la energía atómica, para eludir que la Alemania del régimen nazi no fuera la primera en tener la bomba.
Con lo cual, con estos indicios, a lo largo y ancho de la historia, las calamidades humanitarias se han dispuesto de catalizador para acceder a nuevas vías dedicadas a proteger los sufrimientos y barbaridades que son propios de la guerra.
Un ejemplo bien palpable, quedó materializado en el uso de gases venenosos en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que llevó a la aprobación del Protocolo de Ginebra de 1925, con la consecuente negativa en el manejo de gases asfixiantes, tóxicos o similares y de medios bacteriológicos de las armas químicas y biológicas.
Desde entonces, no ha habido tregua en la trascendencia primordial del Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT), abierto a la firma en 1968 y en vigor desde 1970, en cada uno de los compromisos que refunde, así como en las voluntades tendentes a avanzar en el desarme nuclear. Sin embargo, de cara a las permisibles derivaciones en las que pudiera precipitarse este acuerdo, sus pilares fundamentales como la no-proliferación, el desarme y el uso pacífico de la energía nuclear, parecen estar obstruidos.
Realmente ha sido reconfortante saber, que, en mayo de 2010, los Estados Partes de dicho Tratado, admitieron por vez primera, ‘las catastróficas consecuencias humanitarias de cualquier empleo de armas nucleares’ y que los Pueblos poseedores de algunas de estas armas se obligaran a activase en los avances; al objeto de conseguir la anulación nuclear y formalizar otras demandas para disminuir y, en último término, extirpar, cualesquiera de estas muestras existentes.
Los Estados que tienen armas nucleares y el resquicio de actores no estatales que consigan algunas de ellas o materiales afines, agranda considerablemente la incertidumbre de las detonaciones, tanto intencionadas como circunstanciales, o por error de cálculo. El hecho, que unas 1.800 ojivas nucleares persistan en estado de ‘alerta máxima’ para ser lanzadas en cuestión de segundos, agrava el peligro.
Dando voz con este pasaje, para que concurra la concienciación en base a los contenidos resueltos en el Preámbulo y Artículo 6 de este Tratado, porque los efectos calamitosos de las armas nucleares y los instintos reinantes, son excesivamente graves, como para hacer oídos sordos a lo que literalmente dice: “Los Estados nuclearmente armados se comprometen de buena fe a iniciar negociaciones para la reducción y liquidación de sus arsenales nucleares”.
Por tanto, la restricción de las armas nucleares a través de un acuerdo legalmente vinculante, es la única garantía para que, en ningún otro tiempo, se vuelva a poner en trance la vida de las personas.
En diciembre de 1991, acto seguido de la descomposición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), podría presuponerse que concluyó la amenaza de una crisis armada nuclear, o que, por lo menos, se reducía la carrera armamentística atómica. Ello, indudablemente al tildarse del mapa geopolítico una de las superpotencias militares que instauraron esta evidencia.
No obstante, en nuestros días, la trama se ha intrincado en demasía, ya que las armas soviéticas quedaron diseminadas en al menos cuatro repúblicas independientes como Rusia, Ucrania, Kazajstán y Bielorrusia.
Idénticamente ha sucedido con científicos y expertos de fabricación nuclear, que, al desalojarse las plantas de transformación, se presenta el inconveniente de dónde depositar el plutonio y uranio altamente enriquecido, que por toneladas se recogerán de las cabezas nucleares restantes y que casualmente se desmantelarán en Estados Unidos y en la ex URSS, como producto de las negociaciones de pacificación.
Todo ello encuadrado en el escenario político indeterminado que predomina en los estados de la ex URSS, fundamentalmente en Rusia, donde se hallan la mayor parte de los depósitos nucleares; existiendo el apremio en la hechura de un régimen no democrático, así como en el orden internacional, del que destaca los Estados Unidos como el único actor hegemónico militar y donde diversos países industrializados y otros no tanto, sostienen una disposición belicosa nuclear, mientras que también figuran quiénes pretenden ceñirse a ella.
La exacerbación de nacionalismos y la manifestación de un mercado negro de naturaleza nuclear, ya sea en cuanto a materiales directos o a personal competente, sobre todo, encaminado a arrastrar a los conocedores y experimentados ex soviéticos, ha ayudado a ensombrecer las probabilidades de paz.
Es por lo que el mundo advierte con perplejidad, cómo el curso nuclear prosigue aumentando en las zonas entendidas como ‘Fuerzas de Occidente’.
Décadas después, se han elaborado bombas de potencia destructiva semejantes, que pesaban escasamente unas decenas de kilos y podían ser trasladadas en cohetes intercontinentales con exactitud de impacto a tan solo unas decenas de metros.
Unos años más tarde, los estados que disponían de armas nucleares se han visto ampliamente reforzados. Los primeros miembros Gran Bretaña y Francia, que pertenecían a los relacionados países capitalistas altamente industrializados; gradualmente, se han añadido otras economías como China, al igual que de menor relieve económico como Israel, Paquistán, India, Corea del Norte y Sudán del Sur.
Hay que tener en cuenta, que una de las premisas para que estos actores se integren al Tratado, es desarmarse nuclearmente y esto actualmente es uno de los motivos principales por los que muchos no se han comprometido. Si bien, concurren algunos que no se han manifestado al respecto como Arabia Saudí, Irán o Armenia, temiéndose que su posicionamiento nuclear esté enmascarado.
Difícilmente puede obviarse, que la proliferación nuclear se ha topado con la disconformidad de numerosas naciones, con y o sin armas nucleares, ante la sospecha inminente que se acreciente el resquicio de una guerra nuclear. O, tal vez, que se ocasionen agresiones a personas civiles con este tipo de armamento; o que la mera posesión de algunas de estas armas, atemorice la soberanía nacional de algunos de estos estados.
Aunadas las tesis de la proliferación nuclear, lo cierto es, que Washington lleva años pronunciándose, que el sistema de control de armas es improcedente y en ocasiones tendencioso.
De ahí, que finalmente Estados Unidos se haya quedado apartado en la observancia de este Tratado, que por otro lado venía censurando, al advertir que Rusia lo vulnera sistemáticamente y en el caso de China, no sujeta a las restricciones, mejora a velocidad de crucero en su carrera armamentística.
Precisamente, Rusia ya no es la potencia nuclear por excelencia, que Estados Unidos por aquel tiempo insistía en contener con sus misiles. Ya, cuando en octubre de 2018, el presidente estadounidense Donal John Trump anticipó su tentativa de prescindir de este Tratado, dio muestras indiscutibles que China no está supeditada a ningún acuerdo de control armamentístico y que lleva años invirtiendo en defensa, hasta poder convertirse en un componente determinante en lo que estaría por decidir.
Con ello, Washington reconoce que, a largo plazo, este gigante asiático es el rival estratégico por antonomasia. Paradójicamente, el descenso de armas nucleares se promueve en un contexto mundial de mayor desarrollo atómico, si cabe, para aplicaciones pacíficas.
Sucintamente, se tiene la opinión, de una duplicación en el potencial nuclear de aquí al año 2050, como en la generalización de la atribución nuclear a nuevos mercados en Oriente Próximo y Sudeste asiático, y del tratamiento en los tipos de reactores y métodos de reprocesamiento del combustible.
Evidentemente, lo expuesto en estas líneas, conjetura un vaivén nuclear exponencialmente superior, que nos avisa de un reforzamiento en las reglas de juego del comercio nuclear y de una mayor nitidez en los procedimientos. Para ello, es indispensable quitar acento al ingrediente del prestigio nacional, que la energía nuclear atrae; como, del mismo modo, tantear objetivamente las alternativas viables para producir electricidad y condicionar la adquisición de tecnologías nucleares susceptibles, como las de enriquecimiento de uranio.
Es significativo hacer notar, que, en el caso de una nueva carrera armamentística, que es lo que se entrevé, muchos estados presentirán en el potencial nuclear, el único aval de su seguridad nacional. Llegado a este punto, el matiz de este análisis se concatena al hilo del reciente anuncio de Estados Unidos de claudicar en el Tratado para la eliminación de misiles nucleares de medio y corto alcance.
Porque, Washington, en tanto pueda, prevé materializar ensayos con nuevos misiles que estaban excluidos en el acuerdo.
Ante esta disyuntiva, la Alianza Atlántica no ha tardado en culpabilizar a Rusia del naufragio de este pacto, que se valoró en tiempos pasados en base a la seguridad integral; defendiendo a la Casa Blanca en su determinación por apartarse del mismo. Y es que, la consumación de este Tratado histórico, resulta en unas realidades en que la posibilidad de confrontación bélica con Corea del Norte o Irán se acrecienta por momentos, conllevando a que la Tierra se introduzca en un laberinto nuclear de grandes proporciones, que se daba por concluido.
Con estos precedentes, los expertos creen que estas dos potencias ultimen el aún más esperanzado Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START), que define el número de cabezas nucleares tendidas por Estados Unidos y Rusia, que concluye a comienzos de 2021.
En todo caso, a día de hoy, Corea del Norte persiste en su temeridad de lanzamientos adicionales con misiles balísticos de corto alcance, que como aseguran los medios estatales norcoreanos, arremeten contra Corea del Sur y las maniobras militares conjuntas que en este instante se desarrollan junto a Estados Unidos, en su afán por consolidar su coalición.
Consecuentemente, hasta que no se descarte la última arma nuclear en cualquier rincón del planeta, es preciso no perder de vista las dificultades inmediatas que acarrearía las detonaciones premeditadas u ocasionales. Haciendo un llamamiento a los países que poseen armas nucleares y a sus aliados, a tomar cartas en el asunto para atenuar el papel y el alcance de las armas nucleares en sus aspiraciones, convicciones y políticas militares. El disparate por hacer estallar la paz mundial, ha alcanzado su máximo exponente, con la renuncia reciente del Tratado INF (Intermidiate Nuclear Forces Treaty), firmado en 1987 por Ronald Reagan y Mijaíl Gorbatxov.
Un acuerdo que ahuyentaba la viabilidad de una guerra nuclear en el viejo continente, porque hasta entonces, las dos potencias habían establecido un arma táctica nuclear mediante misiles de medio y corto alcance; en concreto, los ‘Cruise’ y ‘Pershing’ desarrollados por los Estados Unidos y los ‘SS-20’ de la URSS, en ambos flancos de los límites fronterizos que fraccionaba al continente durante la Guerra Fría (1947-1991), con el propósito de atacarse bilateralmente.
Es innegable que la Rusia de Vladimir Putin había anticipado el despliegue de los llamados ‘Novator 9M729’, unos misiles preparados para sortear el ‘Escudo Antimisiles’ que George W. Bush implementó desde su llegada al despacho oval en 2000, en Rumanía, Polonia y Rota (España). Hecho puntual, que había sido una réplica soviética tras el abandono americano en 2002 del Tratado sobre ‘Misiles Antibalísticos’ o Tratado ‘ABM’, que impedía el establecimiento de antimisiles. Un convenio que había protegido el insidioso equilibrio nuclear de paz o terror, según como se quiera reflexionar, entre dos potencias emplazadas a desgastarse unilateralmente.
Ahora, con la quiebra del INF, la trayectoria de armamentos nucleares está servida y Europa reaparece nuevamente en el campo de batalla, en una especie de encubierta ofensiva nuclear, porque, serán los países miembros de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), los que se amparen en la petición de misiles de medio alcance, desplegados para tocar suelo ruso y otras naciones.
Pero, no queriendo ser menos, la URSS responderá con otros misiles que afecten a cualquier lugar de Europa Occidental.
El telón de fondo del progreso económico de esta parte de Europa y Estados Unidos mirando al Sudeste asiático, con China como futura potencia económica mundial que persigue la primacía global, ni mucho menos ha dejado de inquietar a Estados Unidos, que centra su interés geoestratégico en esta región, con el brío de bases que cercan a este país con Japón, Corea del Sur y Filipinas.
Toda vez, que China, ante la pertinaz debilidad política europea que le ha dejado un hueco de liderazgo ansiosa de ocupar, hace lo propio en los mares que la bordean, expandiendo una imponente fuerza naval que resguarde las aguas marítimas por las que mueve ambiciosamente sus recursos y comercio.
Ante este entorno, se ha diseñado un nuevo orden marcado por inclinaciones geopolíticas que conforman Rusia, China, India e Irán y las alianzas que trenzan entre sí, no siendo meramente de signo económico, sino, que, al mismo tiempo, ocupan un puesto definido en la seguridad mutua y aportación militar.
Asimismo, es característico la aproximación entre territorios que históricamente han sido adversarios como China y Japón. No quedando al margen de este estadio, el giro estratégico estadounidense dado con relación a Corea de Norte, como el conato de contactos entre las dos Coreas y el gran socio de Estados Unidos, que ha pasado a ser Corea del Sur.
Sin duda, lo atisbado no es una nueva Guerra Fría, porque los intereses unilaterales entre estas potencias por la interconexión e interdependencia de sus economías, imposibilita que se emprenda un aislamiento político y económico. En cambio, la pugna armamentística sí que se ha iniciado, porque ni los Estados Unidos de Trump, ni la Rusia de Putin, apoyan su supremacía en la reciedumbre militar y no están por la labor de dejarse intimidar.
Es sabido, que Estados Unidos deshizo el acuerdo nuclear convenido con Irán, para que no desplegase armas nucleares, poniendo en mayores aprietos a Oriente Medio enardecido por los conflictos de Yemen y Siria, donde las potencias regionales y mundiales se desmiembran en favor de uno u otro competidor.
Con todo, Rusia ya previno a Ucrania con la adhesión de Crimea y ayudó a las repúblicas del Donbáss, tras las protestas prorrusas y la declaración de independencia de Donetsk y Lugansk, cuando este estado se inclinó hacia el bloque Occidental.
Hoy, con el Tratado INF hecho añicos, Rusia anuncia que está en apuros la ratificación del acuerdo sobre las medidas de reducción y limitación de armas estratégicas ofensivas (START III), firmado en 2010 entre Barack Obama y Dimitri Medvédev.
En tanto en cuanto, China permanece inmutable y no se revela, a pesar de continuar robusteciendo sus fuerzas armadas, aunque, no lo está llevando a cabo con misiles intercontinentales, ni actualizando su arsenal nuclear. Al menos, eso parece.
Con estas complejidades, Europa Occidental se debate entre el ser o no ser a los valores que le anteceden, debiendo reaccionar cuanto antes, para no dejarse embaucar ante el chantaje nuclear. La revisión del Tratado NPT es una oportunidad de oro para garantizar la serenidad colectiva.
Preservar a la Humanidad de los aciagos resultados humanitarios que aparejan las armas nucleares, requiere de gran esfuerzo, responsabilidad inquebrantable y de un ejercicio plenamente deliberado.
Finalmente, a menudo, las armas nucleares se nos muestran como ingenios predestinados a suscitar la seguridad, sobre todo, en épocas de desequilibrio e inconstancia internacional como la que vivimos. Pero, aparatos, instrumentos o artefactos que traen consigo secuelas mortíferas e irreversibles, no pueden valorarse como una fórmula de defensión para el conjunto de la sociedad.

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