La ocupación de Ceuta proporcionó a Portugal una plaza de gran importancia estratégica que le permitiría controlar la navegación en el Estrecho, causando grandes perjuicios al tráfico marítimo entre el reino de Granada y Marruecos, y también ofreció a los lusos oportunidades inéditas de expansión, pues, desde su formación, el reino había estado constreñido por el océano, al oeste, y Castilla y León, al este; además, el derecho de reconquistar el reino de Granada pertenecía a Castilla, pero la conquista de Ceuta abrió a los portugueses un nuevo espacio en el norte de África cuya ocupación permitiría instaurar un imperio.
De la conquista de Ceuta por Portugal en 1415, ya he escrito varias veces; pero ahora recojo algunos detalles pormenorizados de la misma, que entiendo son básicos y elementales para el mejor conocimiento de aquella conquista. Así, la expedición portuguesa de la conquista se preparó cuidadosamente durante tres años. El 25-07-1415 una escuadra de más de 220 barcos (36 eran naos, 59 galeras, y el resto embarcaciones menores) partió de Lisboa con el objetivo de conquistarla. El discurso que pronunció el capellán real, Juan Xira, durante la escala que la escuadra realizó en la bahía de Lagos revela el espíritu que animaba aquella campaña: después de proclamar la Cruzada, rezó por el éxito de una empresa a la que presentó como una lucha contra los enemigos de Dios en virtud de la cual los portugueses obtendrían la gloria y la honra de ser el primer pueblo de la Península que desembarcara en África.
Después de haber atravesado el estrecho de Gibraltar y fondeado en la bahía de Algeciras, la escuadra zarpó el 13-08-1415 para realizar la última etapa de su viaje; sin embargo, cuando todavía estaba cruzando a la ribera meridional del Estrecho se levantó una fuerte tormenta que arrastró las naos hacia el este, aunque las galeras, las fustas y las embarcaciones menores pudieron alcanzar la orilla sur a fuerza de remo.
Los árabes estaban preparados para defender la ciudad, porque la escuadra había sido descubierta durante su travesía hacia Algeciras y el gobernador de Ceuta, Salah ibn Salah, había reunido una hueste numerosa gracias a los refuerzos que llegaron de los aduares cercanos. Una vez que regresaron las naos, la escuadra se reagrupó en la bahía sur y el rey portugués, Juan I, convocó a su Consejo para planear los detalles del desembarco. Pero al poco tiempo se levantó otra tormenta que obligó a las naves a levar anclas, zarpando las galeras y las embarcaciones menores hacia Algeciras.
Al ver dispersarse la escuadra, los habitantes árabes de Ceuta sintieron gran alivio porque pensaron que sus enemigos se retiraban definitivamente. Aquella tormenta fue providencial para los portugueses porque el rey en aquellos momentos tenía la intención de desembarcar en la bahía sur ceutí y éste no era el lugar más adecuado para ello, además, los lusos serían recibidos por gran número de grupos de 50 hombres porque la guarnición había sido reforzada con los contingentes que habían enviado las cabilas de los alrededores, pero como la tormenta les obligó a suspender el ataque evitaron enfrentarse a sus enemigos en condiciones adversas.
Los defensores de Ceuta cometieron el gran error de pensar que la escuadra había partido definitivamente al ver zarpar las naves y enviaron a los cabileños de nuevo a sus hogares porque estaban agotados. Por otra parte, aquella tormenta ocasionó escasos daños a la escuadra portuguesa, que se reunió de nuevo en la bahía de Algeciras tras lo cual Juan I convocó a su Consejo, cuyos pareceres estaban divididos; mientras unos eran partidarios de realizar un nuevo intento, otros opinaban que deberían tomar Gibraltar y otros pensaban que lo mejor sería regresar a Portugal.
A pesar de la opinión contraria de la mayoría, también decidió que el desembarco se realizaría en el arrabal de la Almina, en la ribera norte, donde ordenó al infante don Enrique que fondeara sus naves mientras la mayor parte de la escuadra se dirigía a la bahía sur para hacer creer a los magrebíes que se efectuaría allí el desembarco. Al día siguiente, miércoles, 14-08-1415, la expedición portuguesa desembarcó en la playa de la Almina y conquistó Ceuta gracias a una fulminante operación militar en que don Enrique bajaron a tierra sin esperar la señal de su monarca.
Poco después, se unió a ellos el infante don Duarte con sus gentes; tras apoderarse de la playa, penetraron en el recinto amurallado aprovechando que sus defensores habían dejado abierta la puerta de la Almina para permitir regresar a quienes combatían en la playa, de modo que cuando éstos se retiraron desordenadamente, alrededor de 500 portugueses entraron en la ciudad mezclados con ellos y se apoderaron de aquella puerta, acción decisiva que puso Ceuta en su poder.
El gobernador de la ciudad, Salah ibn Salah, permanecía en el Monte Hacho. Cuando recibió la noticia de que los portugueses habían tomado la playa, ordenó cerrar la puerta de la Almina; pero los lusitanos ya se habían apoderado de ella. Al saberlo, dio todo por perdido y ordenó que se abandonara la ciudad, ordenó a los suyos poner a salvo a sus mujeres y sus riquezas, poniéndose él a vagar por las calles gimiendo y lamentándose para después huir a caballo, aunque los portugueses no superaban entonces el medio millar y todavía disponía de numerosos hombres en las murallas, por lo cual los lusos podrían haber sido rechazados si la defensa hubiera estado bien dirigida en aquellos momentos críticos. Cuando Juan I se percató de lo que estaba ocurriendo, ordenó desembarcar al resto de sus hombres y éstos se apoderaron de la ciudad después de haber provocado una horrorosa matanza, saqueándola.
Aquella noche, los portugueses ni siquiera se molestaron en poner guardias en las murallas y se limitaron a cerrar las puertas, pues la ciudad estaba prácticamente rodeada por el mar y despreciaban a los magrebíes por su debilidad. Las calles de Ceuta quedaron cubiertas de cadáveres que serían arrojados al mar por orden del rey. Muchos de los que murieron aquella jornada lo hicieron defendiendo sus propias casas, donde también perecieron numerosas mujeres y niños.
El domingo siguiente, 25 de agosto, se celebró una misa solemne en el edificio que había albergado a la mezquita principal, convertido en iglesia a partir de entonces, tras lo cual el rey armó caballeros a los infantes. Una vez concluida la ceremonia, comunicó al Consejo su decisión de conservar la ciudad aduciendo que con ello se prestaba un gran servicio a Dios y la cristiandad; en adelante se dispondría de una base en el continente africano que le permitiría realizar nuevas conquistas.
Al oírlo, el Consejo se dividió en dos mitades: mientras unos estaban de acuerdo en conservarla, otros eran partidarios de abandonarla arguyeron que estaba muy alejada del reino y se encontraba rodeada de enemigos que harían todo lo que estuviera a su alcance para vengar la reciente derrota, por lo cual atacarían Ceuta con huestes tan numerosas que sería imposible defenderla, ni tampoco sería posible tener aparejada una escuadra en el momento preciso, pues siempre se necesitaría algún tiempo para organizar una expedición de socorro, por lo cual la ciudad quedaría abandonada a su suerte.
Además, se tendrían que aumentar los impuestos para recaudar más dinero. Pero, a pesar de aquellas objeciones, Juan I determinó que se conservaría la ciudad, donde dejó una guarnición de 2.700 hombres provistos de dos galeras para guardar el Estrecho y mantener la comunicación con la metrópoli después de haber nombrado gobernador al conde don Pedro de Meneses, tras lo cual regresó a Portugal. Al llegar a Tavira, nombró a los infantes don Pedro y don Enrique duques de Coímbra y de Viseu y licenció al ejército.
La ocupación de Ceuta proporcionó a Portugal una plaza de gran importancia estratégica que le permitiría controlar la navegación en el Estrecho, causando grandes perjuicios al tráfico marítimo entre el reino de Granada y Marruecos, y también ofreció a los lusos oportunidades inéditas de expansión, pues, desde su formación, el reino había estado constreñido por el océano, al oeste, y Castilla y León, al este; además, el derecho de reconquistar el reino de Granada pertenecía a Castilla, pero la conquista de Ceuta abrió a los portugueses un nuevo espacio en el norte de África cuya ocupación permitiría instaurar un imperio.
La religión proporcionó la legitimidad necesaria para acometer aquella empresa, pues la conquista del Magreb constituía un elevado ideal desde la perspectiva cristiana, según la cual no se trataba de despojar a un pueblo de sus tierras, sino de luchar contra los infieles prestando un gran servicio a Dios mediante el procedimiento de recuperar una región que había pertenecido a la cristiandad y había caído en manos del enemigo musulmán: Transfretana.
La Santa Sede incentivó aquella iniciativa de la Corona lusa mediante la concesión de bulas que consagraron la guerra contra el islam, considerada por la Iglesia como un gran servicio a la divinidad que merecía la mayor recompensa: la salvación eterna. En 1418, Juan I escribió al papa, Martín V, pidiéndole una serie de prerrogativas y ayudas para sostener Ceuta y el sumo pontífice accedió a su solicitud, para lo cual promulgó tres bulas el 4-04-1418 cuando todavía estaba reunido el concilio de Constanza: La bula "Rex Regum" reconoció implícitamente la ocupación de Ceuta y de las demás ciudades y tierras que los lusitanos conquistaran en el Magreb con el apoyo de los príncipes y fieles cristianos, amparando con ello las pretensiones de la Corona portuguesa a la conquista del norte de África y legitimándolas en el plano jurídico.
Esta bula también concedió la indulgencia plenaria y los demás beneficios que se habían otorgado a los cruzados en Tierra Santa a quienes participaran, personalmente o con sus bienes, en aquella empresa y ordenó a las autoridades eclesiásticas que predicaran la Cruzada. El reconocimiento de la Santa Sede del derecho a la conquista del norte del Magreb tuvo gran importancia para Portugal.
La bula "Sane Charissimus", recomendó la participación de todos los cristianos en la guerra contra los infieles en África, concediéndoles remisiones, indulgencias y la plena remisión de sus pecados. También ordenó a los patriarcas, arzobispos, obispos y eclesiásticos que predicaran la Cruzada y acogieran a todos aquellos que quisieran participar en la empresa y otorgó a Juan I y a sus sucesores el señorío de todas las tierras que conquistaran. Por último, la bula "Romanus Pontifex" encargó a los arzobispos de Braga y Lisboa que informaran sobre la viabilidad de establecer en Ceuta una sede episcopal elevando su antigua mezquita al rango de catedral, que se hizo en 1420.
La bula "Super Gregem Dominicum", promulgada el 3-07-1418, autorizó a los residentes de Ceuta a comerciar con los musulmanes, si bien se mantenía la prohibición de vender artículos de interés militar como hierro, cuerdas, embarcaciones, armas y otras mercancías cuyo tráfico se había prohibido en los concilios tercero y cuarto de Letrán, celebrados en 1179 y 1215, respectivamente, autorización que se reiteraría en 1437, 1442 y 1456, durante los reinados de Duarte I y Alfonso V.
A pesar de estas concesiones, Juan I realizaría nuevas peticiones a la Santa Sede: en 1419, solicitó a la Iglesia una aportación de 9.000 florines de cámara durante tres años procedentes de las rentas eclesiásticas como ayuda para sufragar los gastos de la guarda, defensa y mantenimiento de Ceuta y la concesión de una serie de beneficios espirituales para quienes prestaran allí servicio. Por otra parte, el aprovisionamiento de la ciudad se garantizó mediante las cartas "Decens Esse Videtur", que permitían adquirir en Castilla o en otros lugares de la cristiandad los productos necesarios y transportarlos libremente por tierra y mar.
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