Vientos de expulsiones aletean los Carnavales, con márgenes profundos en las fronteras. Desde Suecia con amor, acabó por las sospechas, de que hubiera infiltrados en los puntos muertos de la invasión de refugiados. Ahora deshechas las maletas, se abre la puerta trasera y el emigrado sale, sin visado de asilo.
No sirven ya las imágenes impactantes, los salvamentos a cuestas, la gente desesperada , ni los niños ahogados, porque la realidad se impone y volvemos a ser los mismos de siempre, la Europa aria y conservadora de siempre, asentada sobre su búnker inalterable al tiempo.
No seamos hipócritas, somos nosotros mismos, sin mascara carnavalera los que ladeamos la cara cuando vemos un mendigo, apoltronado sobre el frio suelo de enero. Somos los que damos caridades que nos sobran en los desvanes de un trastero que compartimos con la comunidad de vecinos o las que no vendemos en los interneses, por unos miseros euros.
Somos los que pateamos las calles, los que rezongamos cansados, los que tenemos miedo de que nos roben lo que hemos trabajado, haciéndonos secos y austeros como la raspa del bacalao.
Los suecos nos han precedido, también bailan acordes los noruegos y empiezan a deletrear los alemanes, ellos tan efímeros, que lucían pancartas cuando llegaban los sirios sin acordarse de la marginalidad parisina, ni sus guetos, ni la frustración que nace en el saber que el cielo solo está presente en la tierra para algunos afortunados, cuando te la has jugado para llegar, volteándote la vida con las olas.
No nos valen las pateras para cumplir el sueño americano, no todos somos espermatozoides de primera y eso nos vale para que las cabezas pensantes de una Europa que se deshilacha por los flecos, crea que hay que arreglar la situación politica que ellos mismo, junto a sus aliados, deshicieron, a las bravas de las expulsiones. Estamos en un mundo global, pero no nos pesan las bombas rusas, no nos impactan, porque estamos en Europa y en la alianza y estamos en una paz precaria donde todo se trata de alimentar a los mercados, de sufrir recortes en sanidad y educación y en preocuparnos por chorradas.
Porque lo otro, el pensar en grande, en marcar las diferencias o en aspirar a cargos directivos, ya queda para ellos, que se consumen en el poder como si fueran muñecos de feria, apaleados virtualmente, desacreditados y sin embargo tan adorados, tan deseados, que llaman las pateras al paraíso que es tener, consumir y vivir, sin dar palo al agua, porque los perros se atan con longanizas.
Esa comunidad global se nos ata en el cuello y nos ahoga, no con las aguas negras del Estrecho, ni con los renacidos de Safos, sino con la economia y los mercados, con las traiciones bancarias y los impuestos que te rebajan las expectativas y te hacen verte pagador de consecuencias, gregario por fuerza de compartir coche y gasolina o trayecto en metro o autobús, a limpiar las letrinas que los mandamases llenan cada amanecida, para repartirla entre todos.
Se acabó la solidaridad europea, los pisos gratis dados por la ciudadanía en un arrojo de buena voluntad nacida de unos niños sirios angelicales y rubios.
Los maravillosos africanitos de ojos enormes que nos mueve el corazón y nos hacen adorarlos,tan chiquitos, crecerán y no solo nos serán ajenos, sino que nos asustarán aunados para quejarse, desafiantes y poseedores tan solo de una cama caliente sin jergón , en los rotos de un invernadero. Muerto ya el sueño americano de una mansión y una rubia oxigenada, en cada esquina.