Domingo y último día del año 2017, llamé a mi sobrino Daniel para saber cómo estaba mi hermano, ingresado en una clínica sevillana, donde durante varios días estuvo en la UCI por una complicación pulmonar. Ya lo habían pasado a planta, y durante mi conversación con Daniel, que se encontraba esa tarde acompañándolo, pude oír su voz, fuerte y con tono alegre, que desde la cama me decía: “Un abrazo…y otro para Ana”. No podía imaginar entonces que esa iba a ser su última despedida.
Entró en la clínica un par de semanas antes, para ser operado de algo serio en la próstata, pero no hubo ocasión, pues allí mismo sufrió una caída con fractura de la cabeza del fémur. Lo intervinieron para colocarle un clavo, y durante su convalecencia comenzó a dar señales de decaimiento y sopor.
Los doctores decidieron darle el alta hospitalaria, en la creencia de que en su casa experimentaría mejoría, pero todo salió mal, pues tuvo que reingresar en la clínica y pasar varios días en la UCI, tratado con mascarilla de oxígeno. Poco a poco fue dando señales de recuperación y pasó a planta, donde la mejoría pareció confirmarse. Pero todo se vino abajo en la madrugada del domingo. Daniel, que se había quedado como acompañante, creyó que estaba durmiendo, pero fue dándose cuenta de que ese sueño no era normal. Avisó al personal y se comprobó que había fallecido mientras dormía.
"Siempre le agradecí que en ese gran corazón que se paró, nuestra Ceuta tuviera un lugar preferente"
De esa forma se nos ha ido un gran maestro del Derecho, una mente privilegiada y, sobre todo, un hombre cabal que en sus últimos años fue recogiendo el fruto de una vida intensa, pues a lo largo de ella dio un constante ejemplo de honradez, de servicio y de amor a su Patria grande, España, y a sus tres patrias chicas, Ronda, donde nació durante un veraneo, Ceuta, donde siempre tuvo un hogar, y Sevilla.
Las tres ciudades lo distinguieron: Ronda, nombrándolo Hijo Predilecto; Sevilla, Hijo Adoptivo; y Ceuta, con le concesión de la Medalla de Oro de la Ciudad. El pasado año, entre otras distinciones, recibió el Premio Plaza de España y la Medalla de Honor del Colegio de Abogados de dicha ciudad, Su vitrina queda llena de condecoraciones.
En una de las múltiples conversaciones telefónicas que manteníamos –no menos de dos por semana- me dijo que todos esos premios eran una prueba de que se estaba haciendo viejo. Sin embargo; con sus 88 años no paró de trabajar y de viajar. Le había tomado miedo a las caídas… y llevaba razón.
Aquí estuvo por última vez el 29 de mayo del pasado año. Asistió a la sesión de apertura de las prestigiosas Jornadas Jurídicas de Ceuta, estuvo presente cuando el Ministro de Justicia, Rafael Catalá, me impuso la Cruz Distinguida de San Raimundo de Peñafort y entregó personalmente el primer “Premio Manuel Olivencia”, instituido por el Colegio de Abogados de Ceuta.
Para mí, ha sido un extraordinario hermano y, profesionalmente, casi como un padre, pues éste se nos fue demasiado pronto. Además, siempre le agradecí que en ese gran corazón que se ha parado nuestra Ceuta tuviera un lugar preferente.
Adiós, hermano. Los que quedamos aquí estamos destrozados, aunque, como cristianos, nos queda el consuelo de saber que, allá arriba, ya habrás ocupado el sitio que el Señor concede a los buenos.
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