Una vez más, el Cementerio de Santa Catalina abrió ayer sus puertas a una historia sin nombre, a una vida que se apagó sin que nadie pudiera recordar sus buenos momentos. Desde entonces, la galería Apóstol Santiago recoge el cuerpo de una persona que, aunque no conozcamos su nombre, tuvo un entierro digno.
El protagonista de esta historia descansa ya en la galería que recoge también a otros ‘sinnombre’ y a otros que sí se lograron identificar pero que tienen un denominador común: que perdieron la vida buscando una mejor. Es el caso de Kane Samasse, natural de Mali, el primer inmigrante con una lápida con su nombre, o de Paul Charles Nlend, el camerunés de 33 años que falleció al volcar el camión de basuras en el que intentaba llegar a la península.
Pero ayer era el momento de despedir a otra persona, cuyo cuerpo fue rescatado el pasado sábado en aguas de Calamocarro por los agentes de la Guardia Civil adscritos al Grupo de Especialistas de Actividades Subacuáticas (GEAS).
Según los primeros datos, se podría tratar de un varón marroquí que habría fallecido hacía no más de una semana. Existía también la versión de que pudiera tratarse de un subsahariano, una incógnita que quizás nunca se resuelva.
La ausencia de su identidad no privó a esta persona de tener un entierro digno. Así, el vicario general, Francisco Correro Tocón, ofició el responso y rezó por alguien “del que no sabemos nada, excepto que era una persona y tenía su dignidad”.
El vicario también manifestó que independientemente de su nacionalidad o religión merecía que se rezara al “único Dios” por su descanso eterno.
De esta manera, el vicario y los trabajadores del cementerio y la funeraria despidieron a una de las muchas personas que cerraron violentamente sus ojos a la vida en el mar. Un mar que se ha tragado ya las ilusiones de otros muchos que se agarraron a la última esperanza para disfrutar de unos derechos que en su lugar de origen les negaron.