“Déjeme pasar, que tengo un bajada de tensión”, ruega una mujer entra
la cola de cientos de porteadoras que se ha formado este jueves en el entorno fronterizo del
Tarajal. “Llevo cinco años en Ceuta, Fátima, me conozco ya todas las enfermedades del mundo, para atrás”, replica un agente, obteniendo una pícara sonrisa de quien, con un par de bolsas y enfundada en ropa, veía frustrado su intento de paso por el Tarajal: la puerta que separa Ceuta de Marruecos. “Vengo de Algeciras para ir a comprar los pasteles para el cumpleaños de mi hija… ¡cómo no me vas a dejar pasar!”, espeta otra mujer, echando mano de una excusa tan rocambolesca que sorprendió incluso a quienes tenía alrededor. Y es que este jueves, último día de porteo oficial y preludio de un cierre mayor debido al puente festivo de la semana próxima, la afluencia de porteadores ha provocado el colapso del Tarajal.
La
Guardia Civil destinada en la frontera ha contenido como ha podido los constantes amagos de avalancha y las aglomeraciones hasta la llegada de los GRS, que han liberado el espacio de la rotonda que había sido tomado por cientos de personas, lo que obligó al cierre de la frontera. Las tardes son aprovechadas por los porteadores para pasar en masa a Marruecos. Conocen los horarios de llegada de los Grupos Rurales de Seguridad de la Benemérita, lo que les lleva a saber los momentos de menor número de agentes para salir entre 400 y 500 personas a la vez. Entre las 13.00 y las 15.00 horas, ese espacio es un infierno. Los amagos de salidas masivas unidos a las operaciones para requisar mercancía están siendo la norma constante de una semana. Noor protestaba porque esta misma mañana a su compañera le habían quitado todas las ropas que cargaba sobre su cuerpo. “La Guardia Civil no deja trabajar”, espetaba. Su amiga se había forrado de ropaje, uno encima del otro, quiso pasar por Tarajal y obtuvo como respuesta la intervención de los agentes, que ya saben de esta manera de tránsito.
En pleno control del lugar, los GRS tuvieron que llevar a cabo hasta dos filtros, echando hacia atrás a todos los porteadores para liberar la zona de la rotonda, permitir la apertura de la frontera y recuperar el tráfico. Una labor que costaba. Primero porque buena parte de sus protagonistas no acataban las órdenes. “Parece como que no entienden, pero sí, sí que entienden”. Una vez organizadas las filas, comenzó la criba. Los guardias civiles solo dejaban llegar hasta la frontera a quienes no portaban mercancía, a lo sumo una bolsa. Echaban hacia atrás a los que se aproximaban incluso con piezas de vehículos. Y así toda la tarde, liberando también la playa en donde las porteadoras dejaban sus bultos. Desmayos, ambulancias que acudían al lugar, acusaciones de ilegalidad, bultos imposibles de pasar el filtro del Tarajal… las horas pasan lento en una frontera que no entiende de orden y en la que la palabra tercermundismo se ajusta como anillo al dedo. La situación, lejos de poder ser controlada, empeora cuando las normas que se imponen no son cumplidas. Pasar el bulto por la frontera reporta mayor beneficio, esa es la clave que hace persistir estas prácticas. Mientras en la zona de embolsamiento, los vehículos eran retenidos a la espera de ir sacando poco a poco a todos ellos, una vez que se iba recuperando la tranquilidad y cierta normalidad en este lugar, en la última estación de Ceuta, en ese preámbulo en el que normalidad y caos se dan la mano de manera demasiado frecuente.