Hace cosa de un mes, el Gobierno hacía sonar las campanas para anunciarnos la buena nueva: salvarán la capilla del Carmen. Fíjense que contentos estaban que hasta el PP, el partido fantasma que ni hace ruedas de prensa ni opina sobre asuntos polémicos, se felicitó en redes sociales de la operación salvamento. Esa operación ha durado bien poco. ¿Y saben por qué? Porque este gobierno complaciente, que dice sí a todo el mundo y que promete lo que no puede cumplir, no tenía ni idea -o nos mintió, que de todo hay en este pueblo- sobre el estado de la capilla y sobre qué podía o no hacer. Anunció una falsedad y ahora nos cuentan que habrá que construir una nueva capilla porque la situación del edificio no permite su reforma. De la manita de la Delegación del Gobierno, la Ciudad confiesa que ya tienen una alternativa pero que la capilla, tal y como la conocemos ahora, no puede seguir por más tiempo en pie.
Esta es la lectura de una muerte anunciada, la que todos sabíamos, pero que quedó callada por el anuncio oficial que ha durado menos que un caramelo a la puerta del colegio. A la complacencia/mentirijilla política le ha ido acompañando la desidia del Obispado. Este obispo que tenemos, que visita Ceuta en cuatro ocasiones y cuyas decisiones han generado más polémica que unión, nunca se preocupó de atender y velar por una iglesia que estaba bajo su competencia y que no ha sido cedida a la Ciudad hasta este año.
Durante mucho tiempo los feligreses advirtieron sobre la situación de la iglesia, escucharon compromisos de inversión nunca ejecutados. El resultado de esa dejación lo tenemos en el anuncio del punto y final a algo más que historia.
Entre unos y otros han conseguido el futuro que tendrá el templo y entre unos y otros se lavan las manos para evitar las responsabilidades, alardeando del signo de inmadurez que siempre les ha rodeado a quienes, sencillamente, no asumen sus responsabilidades.