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Desde Cuba hasta Ceuta

Dicen de la salsa que es el baile en el que África y América se dan la mano. En el CETI, desde hace un mes, hay un cubano que se está encargando de hacer realidad esa unión impartiendo clases de salsa a sus compañeros. Se llama Víctor Kindelán y representa, quizá, una de las historias más especiales que se esconde tras las puertas que conforman el campamento del Jaral.
El inicio de esta aventura comienza en octubre de 2009. Tras dedicarse a varios empleos relacionados con la hostelería, Víctor decidió que era el momento de intentar salir de Cuba. Allí ha dejado a sus dos hijos, nacidos de su primer matrimonio. ¿Por qué? Era difícil vivir en un país en el que las libertades las disfrutan unos pocos y las persecuciones están a la orden del día. Víctor lo sabe, de hecho pasó por cuatro cárceles distintas, llegando a permanecer hasta 22 días en régimen de ‘mayor rigor’, uno de los más severos. Se le acusó de delitos que no cometió, algo que terminó aclarándose, pero eso sí, después de pasar por la cárcel. Y es que la máxima de que primero hay que demostrar si eres culpable antes de que se te condene no encuentra lugar en el régimen cubano. La escapada del ‘oasis de Fidel’ suponía conseguir la libertad y eso fue lo que intentó Víctor. Lo que no sabía era que aquel viaje que comenzó en 2009 iba a convertirse en una aventura rocambolesca que le llevaría hasta Ceuta, más de un año después. “Vendí todo lo que tenía, pero la historia me salió mal”, narra en su entrevista con ‘El Faro’. Su viaje tenía que haber terminado en Roma. Un funcionario le había dicho en Cuba que no habría problema para quedarse allí, pero se equivocó.
Víctor consiguió abandonar la isla al obtener un permiso de residencia temporal en Guinea para trabajar con un contrato de pesca. Esa era la excusa ya que su idea pasaba por quedarse en Roma. No pudo ser, allí, en el aeropuerto, quedó 48 horas detenido, comenzando una pequeña escalada de aeropuertos, nuevas detenciones y más bloqueos. En Casablanca estuvo otras cuatro horas, en Senegal cuatro días preso y cuando llegó a Guinea se quedó sin maletas, golpeado y sin dinero. Sólo guardaba su pasaporte.
Víctor recuerda que en Guinea un chico que vivía en la calle le ayudó. Se convirtió en su único apoyo, aunque luego terminaría robándole. En Guinea pidió atención en la embajada de España y en el consulado. Primer chasco: no la obtuvo. “Me dijeron que días antes se había detenido un barco cubano que estaba traficando en Cabo Verde y que tenían orden de no ayudar a los cubanos”, recuerda.
Cruzar la frontera era un imposible, a pesar de tener su residencia y disponer del contrato de trabajo las trabas eran continuas, así que su amigo le ayudó a llegar hasta Senegal por la selva. Este pasaje es, sin duda, es el más complejo de su periplo. Víctor recuerda la desesperación de ambos, ya que “estábamos perdidos, andando, andando, llegamos a darle la vuelta a la selva, aparecimos en el mismo lugar”, indica. Esa fue, sin duda, su “etapa más dolorosa”, en la que sufrió el “ataque de los macacos” y obtuvo la ayuda de “unas mujeres primitivas” que estaban en plena selva y que fueron las que le ayudaron, le lavaron y le dieron de comer. “Pasábamos los puntos fronterizos por la selva”, recuerda, se toparon con una presa que cruzaron con una canoa “que dio la vuelta. Cansado pensaba que me iba a morir”, indica. Pero no fue así. En el cuerpo y en la mente de Víctor seguía habiendo fuerzas, que fueron las que le animaron a continuar en el camino hasta llegar a la capital, a un barrio marginal en donde vivía un colega de su amigo “que nos dejó vivir en su patio”.
Acoger a un extranjero o ayudarle puede ser motivo de una actuación policial que termine en cárcel; por eso para este cubano resultaba complicada cada fase. Con una hermana en Lanzarote y el padrino de uno de sus hijos en Sevilla, a Víctor le iba llegando algo de dinero que recibía a través de Western Union para seguir avanzando. Por esta vía recibió cerca de 130 euros, que entregó a su amigo con la confianza de que los usaría para facilitarle la salida de allí. ¿El resultado? Imagínenlo. Se marchó con el dinero y le dejó en casa del colega que le había acogido. Éste tenía miedo de acoger a un extranjero en su casa, pero dejarlo en la calle sería sentenciar su muerte. En un barrio marginal, un extranjero como Víctor tenías las horas contadas. Las visitas a la embajada de España e incluso de Estados Unidos en Dakar de poco sirvieron. Al final consiguió el dinero para poder escapar en avión a Casablanca. Unos 2.400 euros. ¿Cómo? Quien le acogía lo consiguió y le despidió con un ‘ya me lo devolverás’ algún día.
Así comenzaría la etapa marroquí de este cubano que llegó a atravesar distintos puntos del país vecino, sin comida, sin dinero pero siempre con ayudas sorpresivas. “Me bajé del avión en la capital, sin dinero, sólo con mi maletica”, recuerda, pero siempre topó con personas que, por lo que fueran, le terminaban dando una protección. Comida -aunque fueran sobras-, orientación, cobijo... Fue en Marruecos donde el nombre de Ceuta se cruzó en su destino. ¿Cómo? Su hermana había conocido la historia de otro cubano que, ocho años atrás, había entrado en Ceuta a través de la frontera, así que le envió dinero para que consiguiera llegar a una meta que supondría la vuelta a la tranquilidad. “Dios me puso a Carlos en el camino”, recuerda, mencionando a un español que le ayudó indicándole por dónde llegar hasta Tetuán y cuánto dinero, estimado, le podría costar un taxi. Y es que la picaresca y los abusos se habían cebado con Víctor, a quien los taxistas, sagaces y tramposos, daban decenas de vueltas por la misma zona para terminar cobrándole más de lo debido.
Las primeras  noches en Tetuán vinieron marcadas por el frío y la incertidumbre de no saber a dónde acudir. Con algo más de dinero enviado por su hermana pudo empezar a dormir en algunas pensiones, comer algo y planificar la forma de llegar hasta Ceuta. Pero en su historia, a la primera no llegó la victoria. Le aconsejaron que acudiera a la frontera día tras día, hasta que alguien le viera con su mochila e intentara pasarlo. El día elegido no fue el propicio. Recuerda que no paraba de llover. “Desde las doce hasta las cuatro la lluvia seguía y yo esperaba. Me hicieron trucos y me sablearon, perdí todo y me quedé solo, sin dinero, desmayado y enfermo”, recuerda, señalando su chaqueta, la misma de aquel día, que todavía tiene los jirones hechos por los ladrones y algunas marcas de sangre imposibles de eliminar. Una mujer que lo vio en el suelo lo recogió y acercó hasta la iglesia. Enfermo, era el único lugar en donde se “sentía protegido”. Tuvo que permanecer ingresado en el hospital, “me aislaron, pensaba que tenía sida o algo contagioso. Me mandaron incluso treinta días a Ben Karrich, “en donde me atendieron unas monjas”. “Me ayudaron, me asistieron y me fui recuperando”. Víctor recuperaba así las fuerzas necesarias para poder planificar su entrada definitiva en la ciudad.

La entrada en la ciudad, tras varios intentos, se consigue hace un mes

Víctor intentó en Marruecos encontrar esa protección ya que su regreso a Cuba supondría un claro atentado contra su integridad física, siendo carne directa de presiones políticas y carcelarias. No la obtuvo y llegó a protagonizar hasta tres intentos de entrada para conseguir llegar a Ceuta. El primero comprando un pasaporte con la promesa de que entraría aprovechando la celebración de la Pascua del Cordero. Al final perdió 300 euros, le agredieron y se quedó sin la salida. Después quiso entrar por la valla, acercándose como habían hecho otros inmigrantes, pero la Policía marroquí le sorprendió y le traslado hasta Tetuán, quitándole su pasaporte y amenazándole. En su tercer intento, bien planificado, consiguió entrar vistiéndose de negro y copiando otros modus operandi seguidos por más inmigrantes. Y así, hace un mes, consiguió entrar en la ciudad formando parte ahora de la ristra de inmigrantes acogidos en el CETI. Aunque con la peculiaridad de que es el único cubano. Lo que hace es ayudar a los demás compañeros y animar los largos y tediosos días en el Jaral enseñándoles a bailar salsa.

Una clase de salsa... en el ceti

Tres días por semana. Las clases de salsa en el CETI nacieron aprovechando la estancia de Víctor. Él en Cuba se ganaba un dinero extra dando clases, e incluso en su estancia en Marruecos también ganó esa ayuda económica mostrando sus artes a quien quiera aprenderlos. Ayudado en Tetuán por la iglesia, colaboró en la biblioteca de Martil con un sacerdote. No le faltaba comida y cobijo y el dinero que necesitaba lo ganaba haciendo trabajos como estas clases. Ahora en el CETI, espera la resolución de la petición de asilo político presentada y mientras aprovecha sus conocimientos para hacer que la vida de los inmigrantes sea algo más animada. Sus clases son un éxito y hay subsaharianos que han aprendido la técnica convirtiéndose en muy buenos alumnos. Incluso algún que otro trabajador del CETI se ha apuntado gozando de un maestro de lujo.

Alumnos. Resulta curioso cómo se resuelven las problemáticas migratorias. Entre los alumnos de Víctor hay incluso algún camerunés de los que el pasado verano daba cartonazos. Ahora estudian en la UNED y aprenden a bailar.

La historia. La que representa el ‘profesor de salsa’ forma parte de ese grueso de peculiaridades que se dan la mano en el CETI. Un lugar por el que han pasado miles de inmigrantes desde su construcción y en el que se trata de dar tranquilidad a unas vidas que arrastran periplos complicados e historias tan curiosas como la del protagonista de hoy. Víctor espera empezar una vida en la que la palabra libertad sea la máxima y en la que el pensamiento, al menos, no esté secuestrado por ningún régimen.

3 detalles de la historia

Escapada
1 - Marchar de Cuba suponía para este inmigrante una palabra: vivir. Atrás deja una vida en la que ha pasado por cárceles sin haber cometido delito. Se le ha acusado injustamente y cuando se ha aclarado que nada tenía que ver con las acusaciones hechas nadie ha borrado sus antecedentes, por lo que siempre va marcado y padeciendo la posibilidad de volver a ser detenido. Con este panorama el trabajo que pueda conseguirse es más bien poco. Apostó por la libertad y aunque en sus pensamientos no aparecía la palabra Ceuta sino Italia, ahora, en el CETI, tan sólo espera conseguir su sueño.
El único
2 - En el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes, la mayoría de los acusados son subsaharianos, habiendo una menor representatividad de magrebíes. Entre el resto de acogidos se encuentra además una pareja de sirios, los últimos indios del monte tras la salida de 16 las dos semanas anteriores, algún paquistaní y Víctor, cubano. Es el único que ha llegado al campamento por donde, años atrás, también fue acogido de manera temporal algún miembro de la Europa del Este que quedó en Ceuta sin papeles y se quedó aquí tras la operación feriante.
Asilo
3 - Mientras permanece acogido en el CETI, la administración estudia la solicitud de asilo pedida por Víctor. En su caso se trata de un asunto especial de un cubano que no puede salir de Ceuta al carecer de todos los documentos y que reclama no volver a Cuba ya que la cárcel sería su primer destino al haber escapado del país con un permiso temporal. Mientras se estudia la protección que se le dará, Víctor pasa las horas en el CETI ayudando a otros inmigrantes, devolviendo, sencillamente, las ayudas que a él le dieron en su día. Y haciendo lo que también hizo en Tetuán, impartir clases de salsa y echar una mano en lo que se le pida. Una historia para recordar.

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