La historia de España está jalonada por heroicas gestas de los españoles. De nuestros viejos Tercios se decía que eran la “mejor Infantería del mundo”. Cuando en 1580 Felipe II heredó la corona de Portugal y sus colonias, se decía que “en los dominios de España por el mundo “nunca se ponía el sol”.
La Guerra de la Independencia que se libró entre Francia y España entre 1808-1814, es una de tales gestas, sobre la que ya pronuncié una conferencia en Ceuta hace casi 20 años. Hoy, españoles y franceses estamos integrados en la Unión Europea. Somos amigos, mantenemos excelentes relaciones de paz y buena vecindad. Y para nada se trata de rememorar ahora aquí con altivez aquella fatídica guerra con resentimiento ni rencor, porque ni los actuales franceses ni españoles tenemos culpa de lo que hicieran nuestros antepasados. Y las guerras nunca hay que reavivarlas, porque sólo traen muerte, violencia, destrucción, ruina, hambre, tristeza y dolor.
Pero los españoles, sobre todo las nuevas generaciones a las que las aulas ahora apenas enseñan historia, tenemos perfecto derecho a conocer cuál fue la nuestra verdadera, que en tres sucesivas entregas, pretendo reproducir aquí; porque la historia es deber de cada nación y cada pueblo conocer la suya, para conocer de dónde venimos y hacia dónde vamos. Decía el ex canciller alemán, Helmut Khöll, que: “La historia de los pueblos debe conocerse, para poder construir un mundo mejor, porque quienes no conocen su pasado, no pueden comprender el presente, ni construir su porvenir”. Cervantes en el Quijote nos enseña: “La historia es émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente y advertencia de lo por venir". Y nuestro político Emilio Castelar, también nos advirtió: “Las naciones que olvidan el sacrificio y el valor de sus héroes, no son merecedoras de su independencia”.
En España a finales del siglo XVIII reinaba Carlos IV, tan ocupado el hombre en cazar con la nobleza, que dejó los problemas del Estado en manos del todopoderoso presidente del gobierno, su valido el extremeño Manuel Godoy, que se movía en la corte como pez en el agua sembrando intrigas políticas y amoríos palaciegos. Mantenía intima amistad con la reina Mª Luisa de Parma desde que a ésta le hiciera un extraño su caballo y al caer fuera providencialmente a parar a los brazos del entonces Guardia de su escolta, Godoy, que la enseñaba a montar. Sólo eso le valió tan fulgurante ascenso que con sólo 25 años era ya generalísimo y Presidente del gobierno. Se decía entonces que: “Valía más una sonrisa de Godoy, que una promesa del rey”.
La situación española era muy convulsa, caótica y ruinosa. Estaba casi en bancarrota, azotada por el hambre y las epidemias. El Tesoro Público estaba esquilmado, ni siquiera se producía lo necesario y España estaba prácticamente en bancarrota. Napoleón Bonaparte se había autoproclamado emperador de Francia y emprendió su política expansionista y de anexión. Sus poderosos ejércitos, la “Gran Armée”, contaba con 1.509.127 hombres que se pasearon victoriosos por casi toda Europa. El Ejército español sólo tenía 190.000, mal pertrechados, peor retribuidos, debiéndosele varios meses de pagas y desmoralizados
En 1796 Godoy torpemente firmó con Francia el Tratado de San Ildefonso, contra Inglaterra y Portugal, obligándose a establecer tropas de un país en el territorio del otro. El astuto Napoleón pudo así enviar 25.000 hombres de sus tropas a España en 1801, con el pretexto de invadir Portugal. Pero lo que en realidad se ocultaba bajo aquel Tratado era su firme y engañosa determinación de hacer de España una pieza más en el tablero de países europeos a ocupar para adueñarse de toda Europa.
Además, con la particularidad de que antes de la firma, el 18-10-1807, ya Napoleón se adelantó a enviar ilegalmente otro contingente de 90.000 soldados que, en lugar de ir en tránsito hacia Portugal, ocuparon Madrid, Barcelona, Pamplona, San Sebastián y otras importantes ciudades, con engaño, desprecio y vileza, pisoteando los derechos, la independencia, la soberanía, la integridad territorial y la dignidad nacional de España. Aquí se percató ya Godoy del timo sufrido. Y, entonces, sí hizo lo que nadie. Fue capaz de amenazar al emperador galo con que, si no retiraba las tropas, se aliaría con Inglaterra, como después cumplió.
El 2-05-1808 en Madrid, harto ya el pueblo de la opresión que los franceses ejercían contra los españoles, se alzó contra ellos. Esa fue la chispa que incendió todas las provincias y ciudades. También todas serían ocupadas por los franceses, excepto Cádiz, Tarifa, Alicante, Ceuta y Melilla. Cádiz se libró por la rápida actuación del ejército de Extremadura. Hay un solo gesto de Napoleón hacia España que fue positivo, relacionado con Ceuta: que hubo por entonces un intento serio de atacarla; pero Napoleón amenazó con venir al mando de un ejército de 200.000 hombres a defenderla.
También había confesado a su jefe de Estado Mayor: “Si España me costara 80.000 hombres, no la ocuparía, pero creo que no me harán falta más de 12.000”. Aunque luego, tras comenzar la invasión, el 29-03-1808, Napoleón advertía a su cuñado el general Murat, jefe de las tropas francesas en la Península: “Atacad a una nación desarmada que no tenéis más que presentar en parada vuestras tropas. Pero tenéis que habérosla con un pueblo nuevo, que tiene todo el valor y entusiasmo que se encuentran en los hombres no gastados por las pasiones”. Y en 1810, Francia tenía ya en España 350.000 soldados.
El emperador, valiéndose nuevamente del engaño, requirió en Bayona la presencia de Carlos IV y su hijo Fernando VII, teniéndoles allí secuestrados. El 20-04-1808, puso frente a frente a padre e hijo, y ambos se insultaron y se faltaron gravemente al respeto, porque el primero había tratado de destronar a su padre en 1807. Viendo Napoleón la mediocridad y corta talla como estadistas de ambos, conminó a Fernando VII a devolver la corona a su padre; y, después, a Carlos IV le obligó a abdicar en él mismo, o sea, en el propio Napoleón. Aunque, eso sí, a Carlos IV bien que lo cogió por el estómago fijándole la gigantesca renta de 30 millones de reales y varios castillos para que siguiera cazando en su dorado exilio.
Francia había invadido España de forma ilícita e injusta, apropiándose de nuestro territorio nacional, pisoteando la dignidad del pueblo español, cometiendo bárbaras atrocidades, pillajes, saqueos, asesinatos, violación de mujeres - incluso a monjas de un convento de Córdoba asesinó y después mandó colgarlas públicamente de árboles para que sirvieran de escarmiento - etc. Napoleón advertía a Murat: “No creáis que vais a atacar a una nación desarmada y que no tenéis más que presentar en parada vuestras tropas. Tenéis que habérosla con un pueblo nuevo, que tiene todo el valor y entusiasmo que se encuentran en los hombres no gastados por las pasiones”.
El día 6-06-1808 Napoleón escribía a su hermano José: “El Consejo de Castilla me pide que nombre rey de España (no era cierto). Vos sois a quien destino esa corona”. Al entrar José I en España camino de Madrid en junio de 1808 protegido de un convoy militar, sufrió un robo cerca de Calahorra (La Rioja). Al ejército francés le robaron víveres y el vino que el propio José I había robado para sus soldados a los dueños del local donde se hospedaron.
Sus propias tropas lo apodaron: “El pequeño cabo” y “Ogro de Ajaccio”. Quizá por eso sintiera complejo de bajo y obeso, gustándole decir, que “la talla de los hombres no se medía de los pies a la cabeza, sino desde la cabeza al cielo”. De esa forma, resultaba ser él de los más altos. En el extranjero lo llamaban: “El usurpador universal”. Y los mismos franceses al destituirle le llamaron: dictador, racista, homófobo, antisemita y precursor del totalitarismo.
El 7-07-1808 José I juró la Constitución de Bayona. El 20 comenzó a reinar en Madrid. Fernando VII cayó en el deshonor de felicitar a Napoleón por haber nombrado a su hermano rey de España. El historiador Seco Serrano, dice: “La falta de dignidad de los reyes dieron a Napoleón la idea de que tenía todos los hilos de España en sus manos”. El emperador se jactaba de que: “Para ganar una guerra se necesitan sólo tres cosas: “dinero, dinero y dinero”. Pero le salieron mal las cuentas; se olvidó de que, aunque España estaba empobrecida, contaba con el más grande de los patrimonios bélicos: el valor y la dignidad de los españoles, que cuando alguien se los mancilla o vilipendia se vuelven indómitos y feroces.
Al principio, la guerra le favorecía. Eso llevó al orgulloso emperador a jactarse diciendo despectivamente: “Los asuntos de España están ya casi terminados. El ejército francés ocupa el centro, y el enemigo diversos puntos de la circunferencia”. Napoleón concebía como estratega que: “Según las leyes de la guerra, todo general que pierde su línea de comunicación, merece la muerte”. Pero sus éxitos iniciales lo autocomplacieron tanto que le ocurrió como decía Cicerón, que: “La victoria es por naturaleza insolente y arrogante”.
Con la abdicación de Carlos IV en Napoleón, se presentó ante los españoles como un altruista “regenerador” de España, publicando el siguiente bando: “Españoles: Vuestra nación está en decadencia. Vuestros reyes me han cedido todos sus derechos a la corona de España. Yo no deseo reinar, sino ganarme vuestra amistad. Vuestra monarquía es vieja; mi misión es rejuvenecerla. Mejoraré todas vuestras instituciones y, si me ayudáis, veréis cómo disfrutáis de los beneficios de esta reforma, sin enfrentamientos, desórdenes ni agitaciones. Tened confianza y esperanza, porque quiero que vuestros últimos descendientes conserven mi memoria y digan: Él fue el regenerador de nuestra patria”.
El 17-03-1808 se produjo el Motín de Aranjuez, donde ese día la familia real se encontraba. Al anochecer grupos de soldados y civiles organizaron una revuelta contra Godoy, de la que escapó disfrazado de fraile. Los acontecimientos de Aranjuez sorprendieron tanto a Napoleón como a Murat que mandaba las fuerzas francesas en la Península Ibérica. Los franceses entraron en Madrid el 23-03-1808 con 50.000 soldados. En la capital desplegaron 10.000 y otros 40.000 en los alrededores.
Las tropas españolas en Madrid eran sólo 3.000 soldados. El general Negrete ordenó no enfrentarse a los franceses. Así figura documentalmente probado y corroborado por las memorias del Alférez Carbonel, hace 20 años aparecidas en el Archivo Histórico Nacional, diciendo: “El 2-05-1808, al notar la alarma general de Madrid contra el ejército francés, nos reunimos todos los oficiales en el cuartel y nos dispusimos a salir a unirnos al pueblo. El coronel se opuso, mostrándonos una orden del capitán general Negrete en la que le prevenía no permitiera salir del cuartel a ningún militar bajo amenaza de cese. Montamos a caballo 1 capitán, 2 tenientes y yo, pero llegaron los franceses y nos impidieron la salida”. (Continuará próximo lunes).
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