Sin aire acondicionado, sin ventilación y sin cafetería. Esta es la situación que viven día a día los universitarios de la residencia de Ceuta, cuya gestión es competencia de la Ciudad Autónoma.
Después de meses sin lograr ninguna solución, los jóvenes han decidido hacer público este asunto y poner las cartas sobre la mesa. A estos dos problemas se suman la presencia de profesores en el centro y la prohibición de cocinar.
Dos estudiantes relatan en primera persona la situación. Las dos aseguran que a este listado de carencias se suma el hecho de que solo disponen de un microondas y de una nevera a compartir entre una veintena de residentes.
Laila afirma que en su ala el aire acondicionado está estropeado desde meses. Ana vive en el mismo bloque de habitaciones. “Los primeros días, cuando llegué, había un chaval que dormía con la puerta abierta. Nos dieron ventiladores”, explica última.
Desde hace meses este aire acondicionado no funciona. A pesar de las quejas de los estudiantes a la secretaría, aún no se ha puesto remedio a este problema. “En invierno es más o menos pasable, pero no en verano, con la humedad y con el calor”, denuncia. “Estamos pagando por una habitación en esta ala y no tiene aire acondicionado”, señala Ana. No obstante, desde este periódico, se ha preguntado sobre este asunto a Carlos Rontomé, presidente de la comunidad de propietarios y director de la UNED, que asegura que el arreglo de la avería “está en camino”.
Cuando surgió el problema, la organización trató de remediarlo con la contratación de una empresa en Ceuta. Sin embargo, no pudieron repararlo. Solo podía ponerle remedio la empresa responsable de su instalación, Daikin, que ya ha realizado el diagnóstico del problema y ha trasladado a la comunidad de propietarios el coste del arreglo. De hecho, para evitar futuros incidentes, la entidad va a firmar un contrato de mantenimiento con esa compañía.
A esta situación se une la falta de ventilación en los dormitorios. Los estudiantes no pueden abrir las ventanas para airear las habitaciones porque están selladas con silicona. Esta fue la medida que se tomó para poner fin a las goteras que se formaban en las habitaciones. “Debido a esto estamos con las puertas abiertas para que se ventile el cuarto porque Ceuta es una ciudad bastante húmeda”, expone Laila.
Las dos estudiantes aseguran que esta situación afecta a todos los residentes, especialmente a los de su ala. Ambas temen la posibilidad de vivir este verano sin aire acondicionado y sin ventilación. “Ahora no hay problema, pero los primeros meses que estuvimos aquí... Nos estábamos muriendo de calor”, declara Ana.
Una de las quejas en las que han hecho más hincapié es en la presencia de profesores en la residencia, que dispone de 38 habitaciones individuales. Según Laila, en su ala, donde también vive Ana, hay unas cinco habitaciones ocupadas por docentes y, en la otra, calcula que hay más de tres. Las dos chicas no están de acuerdo con esta situación ni tampoco sus compañeros, tal y como indican. La razón no es otra que el recorte de las plazas que hay disponibles para los universitarios.
“Me consta que hay estudiantes que intentan entrar a la residencia porque es más barato y no pueden”, comenta Ana. “Algunos no se pueden permitir pagar un piso por los precios de alquiler que hay en Ceuta”, añade. A la estudiante le parece “mal” que estos profesores vivan con ellos porque consideran que pueden costearse una habitación en otro lugar y “dejar este espacio para los estudiantes”.
Laila afirma que el centro está destinado a universitarios. “Al menos cuando fui a recoger las llaves, tuve que enseñar el resguardo de la matrícula para demostrar que soy estudiante”, indica. Ella también conoce a compañeros que tratan de lograr una plaza en la residencia. “Los profesores están aquí y ellos no pueden entrar”, manifiesta.
Los estudiantes de la residencia no pueden cocinar por normativa del centro, pero tampoco disponen de una cafetería en la que poder desayunar, cenar o almorzar. El establecimiento echó el cerrojo hace un año, según cuenta Laila. Nadie se ha interesado en el local desde hace meses. “Cuando iba a hacer el contrato con la residencia me dijeron que disponíamos de un comedor. Cuando llegué en septiembre me comunicaron que este estaba cerrado”, señala Ana.
Laila vive esta situación como un problema y como un gasto considerable para el bolsillo de sus padres, que, como ocurre con otros estudiantes, son los que se encargan de su economía.
“Al no tener permiso para cocinar, nos dijeron que teníamos una cafetería con precios especiales por ser residentes. Era más barato para nosotros”, explica. La joven cuenta que desde la residencia incluso se plantean presentar una queja formal y asegura que existe una falta “de claridad y una negación de responsabilidades”.
Los estudiantes de la residencia buscan explicaciones y sobre todo soluciones. A pesar de sus reclamaciones a Secretaría de momento no han tenido respuesta ante esta situación.
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