Categorías: Opinión

Democracia y seguridad ciudadana

En Ceuta vivimos una auténtica alarma social desde hace tiempo. De pronto se anuncian operaciones espectaculares en las que se desarticulan presuntas células terroristas ligadas al yihadismo, como se localizan y destruyen enormes alijos de droga.

Sin embargo, las medidas policiales que consigan atajar la sangría que se produce, casi a diario, con los asesinatos en plena calle (el último en la persona de un estudiante ejemplar), que tienen atemorizados a cientos de ciudadanos honrados, vivan o no en El Príncipe, siguen sin llegar. Anécdotas aparte, como lo ocurrido en las pasadas fiestas patronales, en la que el Ministerio del Interior “blindó” la feria de Ceuta, los datos sobre delincuencia que se conocen nos llevan a la conclusión de que el problema de la seguridad ciudadana no se está abordando con la seriedad y profesionalidad necesarias.
En las modernas sociedades democráticas, una de las formas de diseñar los modelos de seguridad ciudadana es teniendo en cuenta lo que indican los estudios y datos estadísticos.  Algunos de los que más se utilizan en los países anglosajones se enmarcan en los denominados modelos de la economía del delito, que parten de las importantes aportaciones realizadas por Premio Nobel Gary Becker, en 1969, y las posteriores ampliaciones del profesor de la Universidad de Chicago Isaac Ehrlich, en 1973. Estos trabajos, partiendo de la concepción utilitarista del individuo de los economistas neoclásicos, consideran que el delincuente tiene un comportamiento racional a la hora de tomar sus decisiones.  
Siguiendo estas teorías, en el año 2009 llevé a cabo una investigación sobre las causas estructurales de la delincuencia en nuestro país. Utilicé un grupo de variables relacionadas con el sistema de justicia criminal, como el total de delitos y faltas conocidos por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, los índices de eficacia policial, o el total de detenidos. El otro grupo de variables usadas eran referidas al sistema económico y el Estado de Bienestar, como el crecimiento económico, la tasa de paro, el censo de emigrantes, la educación, o algunos indicadores sociales vinculados al sistema público de pensiones, de salud y de asistencia social. Las conclusiones alcanzadas ratificaban las previsiones de los modelos clásicos, señalando que, en España, durante ese período, variables como el paro, la participación en la economía sumergida, la educación, la atención a las familias, el propio crecimiento económico, o la probabilidad de ser detenido, sí presentaban una influencia estadísticamente significativa sobre el fenómeno delictivo.
Estas conclusiones, que se ratifican usando datos más actualizados, nos vienen a decir que la mejor forma de prevenir la delincuencia es a través del sistema de bienestar, llevando a cabo programas de ayuda y atención a las familias más desprotegidas, invirtiendo en educación y sanidad, o reduciendo el paro. Es decir, reactivando la economía. Y desde el lado de las medidas del sistema de justicia criminal, utilizando medidas policiales preventivas que incremente en el delincuente la sensación de que puede ser detenido,  más que incrementando las penas que se imponen.
En el caso concreto de Ceuta, lo primero que deberían preguntarse los responsables políticos es, si se han aplicado correctamente en todas las barriadas planes sociales de atención a los más necesitados, que tuviesen como objetivo claro la integración de todos sus vecinos y el ofrecerles una alternativa de futuro creíble a sus jóvenes. Y al hablar de aplicación correcta, me refiero a planes adaptados a las especiales circunstancias de cada barriada.
Desde el punto de vista estrictamente policial, lo que también deberían preguntarse estos responsables es si se ha diseñado planes concretos que abordaran el problema desde su raíz. En este sentido, no estaría nada mal recordar lo que nos dice la “teoría de las ventanas rotas”  que desarrolló en 1969 el psicólogo de la Universidad de Stanford, Philip Zimbardo y más adelante los profesores James Wilson y George Kelling, según la cual los signos de descuido y abandono en la calle (ventanas rotas, coches abandonados, basura...), mandan el mensaje de que allí nadie cuida nada. Sobre ello escribía en el año 2008, en un artículo del mismo título en páginas de este periódico, a propósito de unos hechos ocurridos entonces en El Príncipe, en los que tras una “emboscada” los policías tuvieron que refugiarse en unas viviendas.
Mucho ha llovido desde entonces. Y también han muerto bastantes personas inocentes. La pregunta es cuándo se van a tomar en serio a esta ciudad los partidos políticos mayoritarios que, de forma alterna, rigen los destinos de nuestro país.

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