Ha pasado un año desde que escribimos el último artículo para el Anuario del Faro, y ahora renovamos para el 2018 el mismo encargo que, gozoso, intentaremos llevar a efecto. Un año trepidante y cargado de fuertes emociones para el mundo político y los ciudadanos de este país llamado España. Un año donde dio término la derecha del partido Popular de Rajoy, y comenzó la andadura del socialismo de Sánchez y de la margen izquierda del hemiciclo. Un año para el cambio de las políticas austeras y de recortes donde dejaron en la pobreza a millones de ciudadanos que no alcanzaron un trabajo y, además, centenares de miles de familias perdieron sus viviendas, proscritos de unas leyes infames, donde sin ninguna compasión son arrojados a la calles al verse imposibilitados a pagar sus hipotecas, o bien las mensualidades de los pisos alquilados.
Hemos tenido a bien titular el presente artículo: «Democracia y Fascismo», porque son los dos conceptos que mejor dejan traslucir la realidad política y social por la que pasa el país en el último año a punto de finalizar. Democracia y fascismo, dos conceptos antagónicos, pero que paradójicamente se enhebran en el paradigma de las políticas de algunos partidos políticos.
No nos parece -a nuestro criterio- que el sentido de la profundización democrática que debe de reinar -sin segundo sentido- haya calado en algunos partido políticos de la derecha de este país; porque han tergiversando y retorcido el castellano a límites verdaderamente irracionales y fuera de cualquier mínimo sentido común que la RAE tiene establecido. Bien sabemos, que llamar «golpistas» a los independentistas catalanes, como si con exagerar el término y emplearlo en cualquier circunstancia que se antoje -aún fuera del contexto conveniente- pudiera acabar de raíz con la ideología independentista instalada desde siglos en Catalunya. Nunca hemos observado que a las repúblicas latinoamericanas y norteamericanas se les llamaran golpistas, sino independentistas; porque, es claro, que su última intencionalidad política no era conquistar el poder central de la originaria metrópoli; sino a todas luces, el quedar desvinculado de ese poder central que hasta ese momento pertenecía en todas sus instituciones.
De tal modo que llamar golpistas a los independentistas catalanes, además de un error de concepto, atenta contra la Real Academia de la Legua Española en sus acepciones de estos adjetivos calificativos, a saber:
Independentista:
1.adj.Perteneciente o relativo al
independentismo.
2.adj. Partidario del independentismo
Golpista:
1.adj.Perteneciente o relativo al
golpe de Estado.
2.adj. participa en un golpe de Estado o que lo apoya de cualquier modo.
En la Alemania Nazi, la información política llevada a efecto por Goebbels (*) -ministro de Ilustración Pública y Propaganda- era habitual tomar un término que en nada justificaba su veracidad, para a base de repetirlo una y mil veces, reconsiderar una segunda acepción, que aunque falsa, acababa por ser aceptada genéricamente. («Una mentira repetida mil veces, acaba por transformarse -sin serlo- en verdadera», decía el ministro de Propaganda nazi). De igual modo, la derecha actúa de la misma manera que las técnicas de propaganda empleadas por el III Reich: No tiene ningún valor que la palabra o premisa empleada para calificar una acción política, tenga o no presunción de veracidad; sino que sirva exclusivamente a los intereses espurios de los intereses del partido. Estas técnicas perversas conocidas por la psicología y la sociología para manejar a las masas, son sobradamente conocidas y denunciadas por la ONU y las organizaciones de derecho humanos, por emplear métodos antidemocráticos muy alejados de la dignidad y la honradez que debe prevalecer en una política nacional cargada de valores.
Rajoy se marchó con la impetuosa temporalá de los casos de corrupción de la Gürtel y algunos más que incendiaron de manera miserable la política de la acción de Gobierno del PP. Los papeles de Bárcenas fue una bomba de relojería que estalló y la expansión de su explosión no sólo alcanzó a los ministros de Aznar; sino que dejó a los pies de los caballos al Gobierno de la legislatura del que fuera notario de Santa Pola.
Rajoy, estuviera o no al tanto de los desmanes de Bárcenas -cosa que algún día se sabrá con certeza meridiana-, mantuvo un discurso parlamentario acorde con una ideología razonable de lo que puede representar la derecha clásica convalidada en la Unión europea; sin embargo, los advenedizos sucesores de aquel, no andan sobrados de ademanes democráticos, sino que al contrario parecen sacados del régimen anterior franquista, del que dan la impresión de añorar en su más alta significación política a una España única, donde no caben ninguna sensibilidad política diferente a la uniformidad de todas las regiones y nacionalidades del país.
No parece que el nuevo líder del PP, el diletante Casado -aprobó en un verano la mitad de la carrera de derecho, habiendo necesitado 5 años para la otra mitad- pueda ser el nuevo mesías del conservadurismo del hemiciclo de la carrera de San Jerónimo; pues no tiene el carácter paciente y astuto del antecesor, ni el talante necesario para comprender la diversidad y las aspiraciones históricas de los diferentes lugares que conforman la piel de toro. Este político boto (**) y desbocado en su oratoria de hojarasca, no cesa nunca de hablar en cualquier medio que se preste a ello y se encuentre a su alcance, en una búsqueda ciega de notoriedad; confundiendo la comunicación necesaria a un líder con la verborrea vacía de contenido, repitiendo hasta la saciedad las mismas insulsas propuestas y consignas de una España caduca, y trasnochada de épocas pretéritas.
Dicen del Sr. Casado que habla sin papeles, y las respuestas de algunos no se ha hecho esperar: ¿Para qué quiere los papeles?, si lo único que lleva en su agenda, un día sí y otro también, es proponer continuamente como un poseso el monotema de Catalunya y la aplicación inmediata del artículo 155; y, así como la exposición de la bandera roja y gualda -tal como si estuviera comisionado- a diestro y siniestro, que pareciera que no hubieran otros problemas más trascendente a resolver en el país, a saber: la pobreza, la precariedad laboral, el paro, el salario mínimo, la violencia de género, la emigración de los jóvenes, o los desahucios donde ciudadanos marginados por la falta de trabajo o el abandono por la inacción de la Administración son arrojados in misericorde a la puta calle... Pero que obsesión más malsana lleva todo el día en la cabeza este avinagrado político; cómo si la aplicación del 155 y anular la autonomía catalana, fuera cosa fácil de andar por casa. No; no se le ve a este parlamentario las hechuras, la continencia, y la concepción de una España plural en el contexto presente del siglo XXI. Y esta misma obsesión por Catalunya y el artículo 155, se columbra también en las otras dos formaciones de derechas como Ciudadanos y Vox, que no le van a la zaga al PP, o incluso inflaman más con sus continuas proclamas a la intervención por parte del Estado al desautorizado Gobierno de la Generalitat.
El Fascismo se encontraba en auge en la década de los años treinta del siglo XX, y ya era una realidad en Alemania e Italia; y, aquí, aunque la República puso tierra de por medio, José Antonio Primo de Rivera, Onésimo Redondo y Raimundo Ledesma crearon a la Falange y a las JONS, que se fusionaron en un solo partido, que apenas tuvieron representación parlamentaria. Sí antes de la Guerra Civil este partido de ideario fascista era minoritario, durante la contienda su expansión se hizo tan patente del bando nacional, que copó por completo la ideología del régimen Franquista, a la que esté, finalmente, le añadió la simbología monárquica tradicionalista de los requetés.
Es claro que el fascismo en España tenía un tinte eclesial que le dio una característica diferente del de Berlín y Roma. El régimen se apoyaba en la Iglesia Católica para difundir el ideario fascista que se reservaba a la Falange de José Antonio, que junto con Franco iban a ser los iconos de toda la simbología del Movimiento Nacional, que a partir del año 39 una vez finalizada la guerra, sería el credo a seguir durante cuarenta años.
No tenemos, por tanto, en nuestro país, a pesar de lo que diga el político de turno, una democracia consolidada que venga de antiguo; sino una frágil democracia inacabada que comenzó su andadura apenas hace cuarenta años. La democracia no se instaura por decreto de una carta magna que redactan los asignados a ello, como se tuvo a bien realizar en nuestro país a la muerte del dictador; sino que viene refrendada por los usos y costumbres a golpes de acciones liberadoras, que cada día dejamos entrever en nuestras relaciones con el conjunto de los demás ciudadanos.
Y, en este contexto de arañar con las uñas una democracia más perfecta, con los suficientes argumento para que nos alcance a todos, no podemos negar el deseo a los ciudadanos de un lugar determinado -en este caso a los catalanes- la posibilidad de un referéndum acerca de su continuidad o no con el resto del país. La democracia que es un concepto de la antigua Grecia, no puede ser parcial, o sólo para aquellos que ostentan el poder del Estado. La democracia tiene el significado de la acción de votar en las urnas cuando se dirimen las responsabilidades políticas para los próximos años; pero también para consultar la opinión del pueblo ante una problemática que divide y preocupa a la ciudadanía. Y, en este caso los catalanes han pedido un referéndum para dilucidar de manera clara y apoyada en la legalidad y garantías jurídicas de la consulta, lo que piensa la mayoría ante la disyuntiva de apoyar la independencia o de permanecer con el conjunto del país.
Vamos acabando la reflexión que mencionamos principiando el artículo, acerca de Democracia y Fascismo, y tenemos la sensación que apenas hemos esbozado la temática, porque bien es verdad que el tema a tratar da para mucho más que una página del diario, e incluso de un libro que se escribiésemos al respecto. Y, sobre la campana, apuntaremos que el Poder Judicial, tan importante y vital para el desarrollo de una democracia, se ha visto involucrado en unas circunstancias tan lamentables, que se ha visto resquebrajada su autoridad y confianza por parte de la ciudadanía. Porque en su sentencia sobre el pago de los impuestos sobre las hipotecas, han preferido apoyar a los banqueros y a su mayúsculo poder económico, que salvaguardar a los ciudadanos; con los cual, tendrán que pasar años, si no décadas, para que los usuarios de las hipotecas y el resto de los españoles vuelvan a tener confianza en su labor jurisdiccional y en el ejercicio de su independencia.
El año en ciernes que está por llegar, nos traerá sin duda, interesantes acaecimientos a nuestra joven democracia, que tendrá que atender el reto para no quedar parada ante las dificultadas, y continuar avanzando en nuestros principios democráticos, a pesar de los obstáculos que encontremos en el camino... Porque la auténtica, la verdadera, la legítima, la cierta, la genuina, la legal, la lícita, la permitida, la razonable, la segura, la propia, la veraz, la verídica, la fiable, la real, la exacta, la serio, la positiva, la viva democracia es el imperio de la palabra y la libertad, y por tanto no caben dudas al respecto ni componendas con actitudes fascistas, porque el fascismo representa lo contrario a la palabra y a la libertad. El fascismo, mis atentos lectores, es la ausencia de la palabra y la libertad para que tú y yo y nosotros, alcancemos una sociedad más justa, más solidaria, más compasiva... En definitiva una sociedad donde nuestros hijos se puedan desarrollar como seres humanos libres y esperanzados en que la palabra sea el definitivo camino de un mundo mejor.