Recuerdo aquel día perfectamente. Santa Catalina. Los mismos de siempre. Reunidos en torno a dos cajas de pino, una de ellas blanca, la de una niña. En uno de los nichos del cementerio se introdujo primero el ataúd de quien siempre se dijo que era su madre, después le tocó al de la pequeña. Sus cadáveres los había recogido el Servicio Marítimo de la Guardia Civil muy cerca de Perejil. Sus cuerpos, nunca identificados, descansaron para siempre en Santa Catalina. Nunca he llevado la cuenta. Pero estimo que serán unos cien los hombres, mujeres o niños inmigrantes que hay enterrados o bien en este cementerio o en el de Sidi Embarek. La gran mayoría sin identidad, aunque la tuvieron. La práctica totalidad sin que nunca sus familias hayan sabido que terminaron sus días en esta ciudad. Es duro. Muy duro, que nunca nadie sepa dónde terminaste, que nunca se haya podido cerrar esa parte de tu historia vital con un punto y final conocido. Cada vez que acudo a una de estas últimas despedidas pienso sobre todo en las madres. Esas mujeres que nos han dado la vida, que la dieron a esos chicos que terminan en un nicho o bajo tierra. Esas madres que parieron a sus vástagos para que formaran sus propias familias, no para que murieran comidos por el mar o desangrados por el camino.
Aquí, en nuestra Ceuta, ha habido demasiadas desgracias relacionadas con el mundo de la inmigración, demasiados casos terribles de jóvenes que solo querían tener una oportunidad y ni tan siquiera la rozaron. En una esquina de Santa Catalina aún está descolorida la placa del joven que murió aplastado por un camión de basura, muy cerca el nicho de quien murió desangrado en la valla... justo en la galería paralela está Brenda, esa chica por la que tanto lloraron que murió tras naufragar su balsa... También está, mucho más adelante, la joven que decidió quitarse la vida y la de su bebé porque pensaba que la iban a expulsar. Son tantas vidas rotas, tantas injusticias, tantos dramas juntos... En Sidi Embarek están los cuerpos de aquellos marroquíes cuyos cadáveres aparecieron el 2 de julio de 1998 en San Amaro. Las oenegés se han olvidado de ellos, fueron las primeras grandes víctimas de la inmigración en Ceuta. Que pudieran tener una identidad fue gracias a la labor de la Guardia Civil y en especial de Bejarano y su equipo, cuánto te echamos de menos quienes tanto te admiramos y respetamos.
El sistema de vida que nos hemos creado hasta normalizar que haya diferencias entre unos y otros se antoja, hoy más que nunca, un drama y una traición a la auténtica humanidad. Qué triste y qué amarga realidad la que nos toca vivir.
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