En 1977 (cuarenta años ya, ¡cuarenta!), George Lucas se las ingenió para sacar adelante un proyecto disparatado y suicida que el mundo del cine se tomó a broma, que descarrilaba de la senda establecida para el espectador medio y que contó con un presupuesto muy inferior al idóneo para mostrar el escaparate de este nuevo universo de posibilidades que se abría. Con todas las dificultades, las maquetas de modelismo, los efectos que ahora un ordenador convierte en ridículos pero que en su época rompieron moldes, los gazapos y el reparto de veteranos y jovenzuelos, Star Wars: una nueva esperanza logró ver la luz. Así las cosas, se rodó con la ambición y a la vez la inocencia de ser la primera de tres películas, sin tener remota idea de que, yendo ya por ocho entregas (y las que quedan), más que una saga habían dado vida a una religión.
Como tal, una religión tiene seguidores (más o menos fieles, más o menos radicales, más o menos obsesionados), tiene adoctrinamiento (varias son ya las generaciones que repiten las frases mitificadas y reconocen a cada uno de los personajes), tiene sus fiestas de guardar y cuenta con una primera piedra que ha quedado sepultada por la magnitud de lo construido. Es así que George Lucas, el padre de todo, puso en nuestras vidas a Luke, Han Solo, Leia, R2D2, C3PO y a todos los demás, sobre todo el gran Darth Vader, la oscuridad que da sentido a todo y el considerado mejor villano de la historia del cine. Pero un día vino Disney con el talonario y le compró el chiringuito con la idea de que una galaxia tan cercana al público está lejos de agotarse. Porque el fenómeno merchandising, el fenómeno fan, el fenómeno evento y todos los demás fenómenos que se arremolinan en torno a cada una de estas películas que, saliendo mejor o peor cada una de ellas, saben estar firmando capítulos de historia, son más poderosos que la Fuerza e incluso que el lado oscuro… Y así Star Wars trasciende y se convierte en un producto mucho mayor que su padre, hasta incluso desligarse de su creador.
Pero no debemos olvidar, y desde aquí el homenaje, que fue esta primera película de hace cuarenta años la que revolucionó el género y las vidas de mucha gente, fue el comienzo de un mundo fantástico y apasionante con bandas sonoras fastuosas (cuánto se le debe a John Williams), elementos iconográficos propios y escenario sin más límite que la imaginación.
Estas historias en diversos formatos (desde el cómic al videojuego pasando por otros muchos que han acompañado al principal) y con diversas lecturas de calado social e incluso filosófico siguen hoy instando a los niños a empuñar un sable de luz o hablar como Yoda a los que antaño fueron tildados de “raritos” y hoy presumen de la palabra “friki”. Los tiempos han cambiado, pero la esencia sigue siendo la misma. La primera parte de Star Wars logró, además, asombrar con 7 oscars, aunque todos ellos técnicos y relacionados con su banda sonora. Nunca fue opción un reconocimiento mayor, por tener como adversaria a la maravillosa Annie Hall de Woody Allen y porque los años setenta no estaban preparados para tomarse en serio una película muy adelantada a su tiempo dentro de un género denominado “de entretenimiento”. La Historia lo pone todo en su sitio.