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“Debemos de estar locos”

Se ha recordado más de una vez el discurso que el parlamentario ‘tory’ británico Enoch Powell dio en el hotel Midland de Birminghan el 20 de abril de 1968, ante la continua llegada de antiguos súbditos coloniales “de color” de la India y del Caribe. “Debemos de estar locos –dijo–, literalmente locos, como nación, para permitir la entrada anual  de unos 50.000 dependientes, que son en su mayor parte el potencial del futuro crecimiento de la población de ascendencia inmigrante. Es como contemplar a una nación enfrascada en construir su propia pira funeraria”. Desgraciadamente, Enoch Powell no se equivocó. Pero, en efecto, el Reino Unido anduvo ‘loco’, como el resto de los países europeos, y desoyó la advertencia de Powell. Pero sí se equivocó Powell cuando vaticinó que “el pueblo de Inglaterra” no toleraría que la población autóctona fuera desalojada de sus lugares de residencia habitual y fuera sustituida por “afroasiáticos”. Evidentemente, Powell se equivocó. No sólo el pueblo de Inglaterra lo toleró, sino que andando el tiempo, sus dirigentes laboristas, como Blair, abrieron deliberadamente las puertas a la inmigración masiva, como se ha podido comprobar años después, para hacer del Reino Unido una sociedad cada vez más multicultural y para, así, ‘joder’ a los conservadores.
Ya he escrito, asimismo, por activa y por pasiva quiénes fueron los artífices de esta inmigración masiva y a quién beneficia, así como el quebranto de todo tipo que esta inmigración masiva produce en las sociedades europeas. No me quiero repetir, pero lo que clama al cielo, o al infierno en que se han convertido los países europeos con la llegada de esta inmigración masiva descontrolada e ilegal, es que aún nuestros políticos, españoles y europeos, no se hayan dado cuenta, o no quieran, de que vamos de cabeza al abismo multicultural, si no estamos ya en él. Parece que hacen oídos sordos ante las voces, cada vez más numerosas, de ciudadanos que claman por que se expulse sin ningún rubor a esa masa tercermundista que nos está invadiendo desde mediados de los noventa del siglo pasado. ¿Aún cree alguien, que esté en su sano juicio, que toda esa ‘marabunta’ sea un beneficio para nuestros países? ¿Aún hay alguien que lo piense? La realidad es otra muy distinta: “cuanta más inmigración, más aumenta la antipatía hacia el inmigrante”, y como la casta política, que puede ser cualquier cosa menos tonta, sabe fehacientemente que el ciudadano está hasta el gorro de que sus ciudades estén llenas de magrebíes, negros, asiáticos y de latinoamericanos, legisla leyes-mordaza para tener así a los ciudadanos atrapados y amenazados con la fiscalía. Y para ello cuenta con miserables voceros que desde las tribunas periodísticas, o escudados tras  un ‘nick’, hacen llamadas una y otra vez para que la fiscalía intervenga y haga callar por las buenas o por las malas a esos “generadores de odio al diferente”, según proclaman esos infames. De lo que se trata es de impedir que se cree una corriente de opinión que pueda abrir aún más los ojos a los ciudadanos y que les haga ver que esta inmigración masiva es un cáncer para el tejido social de los países europeos como bien se viene demostrando día a día.
Ahora leemos con estupor que “al menos 10.000 africanos esperan al otro lado de la valla para entrar en Melilla” y que se ha publicado en el BOE que “el Estado destina 1.984.000 euros para que la Cruz Roja de Melilla y de Ceuta atienda este año a inmigrantes llegados a ambas ciudades por las costas o por la valla”, dentro del programa de ayudas y subvenciones del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. Más estúpidos no podemos ser en este país. Cuanta más ayuda les concedamos,  más ilegales vendrán. Así de simple. Si apenas se embarcan en las chalupas y se echan al mar, en cuanto se han alejado unas millas de la costa de procedencia, Marruecos, por ejemplo, ya están llamado al 112 para que les vengan a recoger y les lleven en ‘butaca’ hasta el país de promisión, así nunca pondremos coto a esta invasión. Pero lo sospechoso es que no destinan esos casi dos millones de euros a impedir que entren, sino a acogerlos cuando entren. ¡Habrase visto tamaña estupidez! En vez de proporcionar a las fuerzas que custodian los perímetros ceutí y melillense material para rechazar sin contemplaciones a esos invasores, como cañones de agua a presión, botes lacrimógenos, escopetas que disparan balas de goma, porras eléctricas, etcétera, gastamos nuestros dineros en acogerlos poniéndoles una alfombra roja. ‘Inaudito!
Mientras, nuestros viejos, parados y dependientes se mueren de asco porque se suprimen las ayudas; mientras, seis millones de parados se las ven y se las desean para atender sus necesidades y las de sus familias; mientras, miles de jóvenes emigran; mientras, miles de ciudadanos son desahuciados por no poder pagar las hipotecas de sus casas; mientras, impuestos de todo tipo nos ahogan como un dogal. En cambio, estos invasores extranjeros viven a cuerpo de rey en nuestro país sin dar un palo al agua. Es más, colaboradores de Cáritas ya están dando a conocer que mientras a un autóctono se le exige que acredite por activa y por pasiva que está en una situación desesperada y que no tiene familia que le pueda echar una mano, sin embargo, a magrebíes, subsaharianos y demás invasores los reciben con los brazos abiertos por aquello tan socorrido de que “están en riesgo de exclusión”. Ya sabemos lo que hemos de hacer en las declaraciones de la renta, no poner la crucecita en la casilla destinada a la iglesia católica, puesto que luego nuestros dineros van a ayudar a los extranjeros, y dejan en la estacada a nuestros compatriotas.
El corolario de todo esto es que el español ha interiorizado, ha asumido, que los extranjeros invasores tienen todos los derechos por estar en ‘riesgo de exclusión’, y a él, español de nacimiento, se le niegan esos derechos. Esta ha sido una labor paciente de la clase política, de jueces, de la iglesia católica y sus alrededores, de las ONGs, de la prensa y de todos los tontos útiles y cooperadores necesarios para marginar a los españoles autóctonos y cerrarles el pico con leyes-mordaza, con amenazas explícitas de que la fiscalía caerá sobre ellos con dureza. Pero recuerden que un pueblo no permanece silente e indiferente de por vida, y  esos que han entregado su país a los invasores, antes o después, recibirán su merecido. Llevaba razón Enoch Powell cuando dijo que “Debemos de estar locos” y que estamos enfrascados en construir nuestra propia pira funeraria. Y en ella arderemos.

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