Hace unos meses se cruzó en mi vida. Había salido del trabajo e iba conduciendo por donde siempre. Una carretera no demasiado transitada que me lleva a casa. De pronto tuve que frenar bruscamente al cruzarse en mi camino un perro grande, de color blanco, de aspecto viejo y cansado. Su intención era la de cruzar, y así lo hizo. Con paso lento y sosegado atravesaba la carretera justo cuando yo pasaba por allí, me miró y sin inmutarse continuó su camino. Después del frenazo, me vino a la cabeza el perro que nunca se vio en Million Dollar Baby, Axel. Desde aquel día mi mente lo asoció a ese nombre, Axel. Pensé que a sus años había decidido que era el momento de partir al último viaje de destino incierto.
No pasaron ni un par de semanas cuando transitando por la misma carretera vi a Axel tirado en el arcén. Estaba inerte, su cuerpo en el arcén y sus grandes patas sobresalían sobre la carretera. Era uno de esos días de sol que florecen en mitad del invierno. El pensamiento que me vino a la cabeza fue: amigo has elegido el mejor día del invierno para hacer el viaje.
Durante varios días continué yendo por la misma carretera y la verdad es que echaba de menos la figura de ese perro de gran tamaño, que aunque ya desgarbado por la edad había conseguido cruzar por donde quería, cuando quería, y con un sosiego digno del que ya ha vivido mucho y se merece pisar por donde anda.
La gran sorpresa fue al pasar de los días volver a verlo en frente de donde supongo que es su casa, una casa cerca de un solar que con las lluvias estaba llenos de hierba. En ese momento paré el coche y me acerque a él. El vino hacia mí le acaricie la cabeza y se alejo. Aquel gran “mamón” no estaba muerto simplemente se había tumbado en la carretera a tomar el sol.
Antes de volver a montarme en el coche observé que iba hacia unas grandes vallas publicitarias que por cosas de la mente selectiva nunca me había fijado en ellas. Está claro que este efecto hace que las embarazadas se fijen en el número de embarazadas, el que se está quedando calvo en los calvos, el que se va a comprar un coche… pues eso. Sin preocuparle demasiado Axel se puso debajo de una de las vallas y le dejo un gran regalito, prueba inequívoca de que había pasado por allí.
La verdad es que esta historia no tiene moraleja. Es una sencilla historia de la vida de un simple perro que podría incluso hacer pensar a los que todavía sus cerebros no han sido víctimas de las vallas y demás artificios publicitarios.