Categorías: Opinión

De puñaladas traperas

La espalda de un político debe ser de acero galvanizado. La cara ya ni les cuento. Es una suerte para ellos, no crean, porque van servidos en el buffet de la vida. Los demás cogemos el paraguas y estamos bien dispuestos a que nos metan la estocada. De estocadas aprendemos antes de salir de primaria, de patadas verbales y meteduras transversales que no hay como tener amistades para que te corran a lenguadas. Solo darles la espalda ya te han pinchado, deshuesado y vendido en el matadero de los chismes.                                                                                                                                      
Pero a ti te da igual, porque miras al frente aspirando ese aire que te llega de la Bahía, aún sin contaminar, más que por las bolsas que vuelan de las papeleras y los tampones dislocados de útero.                                                                                                                       
A ti te da igual todo porque eres torera, hiciste no lo que te dio la gana, sino lo que te dejaron las circunstancias, jugándotela al as en la manga que te trabajaste con esmero. No eres floja, no eres sucia y por eso, seguro, no te gusta decir las cosas atravesadas , sino clavarla a puerta Gayola, cuando el toro no está ni cansado, ni amortiguado por la pica o las banderillas. Son toros toreados de muchas capeas, los que te vienen al burladero, que chula no eres, ni tampoco idiota, por eso coges la muleta rosada que te regaló tu abuela paterna y cantas por soleares que son trementinas visuales y borran sonrisas de necios. Haces un hatillo con tus penas y das el paseillo que no es sino ir todos los días donde tengas que ir con cara quieta , mirada fija y aguantando,  tanto tonto , como la vida pare para tu impotencia. Somos mujeres sin paciencia, hipotéticas menopáusicas, fecundadoras jubiladas y presuntas abuelas. Estamos aguantando, no la jubilación que ya nos pesa en los cartílagos sin tiburón, sino que nos devuelvan lo que nos fumamos sin que nunca llegásemos a catar la yerba. Los carnavales se nos han ido por la trasera y presumimos que se nos irán la semana santa y las blancas, ateas, que son la misma moneda por ambas caras. Se nos va a ir todo como la regla que nunca mencionábamos y menos en la mesa.  Se nos fue el llanto y ahora sonreímos en el wassap creyéndonos rescatadas, nunca maltratadas por una vida que nos negó tanto que vemos ‘Salvados’ y se nos recoge una lágrima furtiva, porque todas hemos llorado llantos negros de machistas. Se nos han caído las esperanzas, hemos vivido las ausencias y clamamos por un suspiro que no ahogue los pulmones mandándonos para Trebujena. Andamos como la Barberá con los dientes por frontera, pero aguantando el temporal sin cara hierática ni pulso firme, que somos cárnica dependencia de frustraciones y desilusiones, de ‘ya no llegaré’ y ‘qué pena’. Nos han rechazado tanto que debemos ser la hostia en verso, porque si no, no se entiende, a Leónidas y el Estrecho, los dos amanerados.                                 
La espalda de un político debe ser como el acero galvanizado, como el pecho de Leónidas, como la voluntad de una menopáusica que se le ocurre parir con cuarenta tacos y se ve a los diez persiguiendo preadolescentes por los campos de polideportivos, con bocadillos de tortilla y botellines de agua. Es una suerte ser así y vivir para contarlo, estar con ustedes, que moran ahí tan calladitos que dudo de su existencia, pero no es mérito ya saben, que yo dudo hasta de la mía, creyendo firmemente que cualquier día me disuelvo.                                                                    
Es una suerte la de Lu Mei, por inventar el paraguas, con 32 agujas de bambú, como las 32 pintas verdes de sus ojos marrones; La de encontrarte a ti entre tanto fraude de devociones, la de quererte y besarte y hacerte hijos con los que compartir la vida y que calles como ausente,  porque la realidad te sobrepasa y la ausencia te llama y te busca, infructuosamente.
Lo es nacer con la espalda trabajada, de buenos genes, de gente de tamaño pequeño, enanos guerreros, como los de Tolkien, pero serranos, de campo adentro, alcalainos y vilcheños.

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