El pasado y sus resultados deberían servir para no volver a cometer los mismos errores. Si uno es capaz de dejar el orgullo en el camino, de hacer un ejercicio de reflexión y de reconocer qué puede estar haciendo mal es posible que lleguemos a una conclusión correcta que nos traerá buenos resultados. Y el pasado nos escupe una serie de operaciones policiales que coparon protagonismo en los medios de comunicación y dieron pie a una lluvia de titulares, de medallas y demás chaladuras. Eso fue al principio, después llegaron los palos, las puestas en libertad de los detenidos y su posterior absolución. Y así dimos forma a una serie de casos sin resolver y a demasiadas heridas que nunca sanaron y que hoy puede que se estén volviendo a abrir. No sería descabellado pensar que quien antes era protegido o protegida por la Policía, amado o amada por los políticos, ahora pueda convertirse en sospechoso o sospechosa y, sobre todo, en vengativo.
Jueces y policías, policías y jueces forman dos mundos paralelos que tienen el mismo objetivo: eliminar la delincuencia y hacer que quien rompa las líneas establecidas lo pague con la cárcel. Aquí no hay buenos y malos: eso se lo dejamos a los chiquillos de guardería y a los curas y sus sermones. Aquí hay unas normas y en torno a ellas se debe trabajar. Buscar un consenso entre ambos profesionales sería lo lógico, siempre que desde ambos lados se sepa cuáles son esas normas. Y el no saberlo o el no querer saberlo es lo que da lugar a los roces, a la disparidad de criterios y a los comentarios fuera de lugar.
El pasado ya ha puesto a cada uno en su sitio y nos ha mostrado las alertas rojas que nunca deben volver a tocarse. Quizá por eso debe haber menos inquietud, deseo y afán de obtener la medalla fácil; debe haber menos obsesión de ser el protagonista, el jefe loado en los titulares, el virrey de una república bananera. Si seguimos anclados en esos puestos jamás se avanzará, jamás se hará daño a la MAFIA que existe en esta ciudad y jamás se cortará la auténtica raíz de algo que nunca se atacó como se debiera. O quienes encarnan los papeles entienden de límites y entienden de respeto o nos topamos con un sistema en el que podemos tener mucho ruido, mucha publicidad pero pocos o nulos resultados.