La madrugada de Navidad aún pesa en los recuerdos de aquellos inmigrantes que protagonizaron una de las entradas más dramáticas de 2015. Un año que se cerró con demasiadas muertes: en el mar sobre todo, pero también en la valla. Algunos de los fallecidos lo fueron aquella noche.
Marruecos nunca los quiso reconocer, como tampoco lo hizo con los que perdieron la vida pocos días después.
Pero ayer no era jornada de penas, ni de dramas, ni de recuerdos amargos. Era más bien el momento de soñar, de confiar en una oportunidad que algunos, a buen seguro, la aprovecharán. Como Morís, de Camerún, que viaja a Madrid en donde dice que no tiene amistades aunque eso no es un problema porque lo peor ya quedó atrás. "Aquí en Ceuta estoy bien, sin problemas, pero en Madrid también", explica.
"¡España bueno!", añade el camerunés Stephan. "¡África ha terminado; Europa, Madrid y Ceuta, buenos!", grita feliz, momentos antes de embarcar con destino a la península. Está eufórico, como el resto de sus compañeros. En total han sido más de 60 los subsaharianos que ayer dejaron libres sus habitaciones en el CETI. Naturales de Guinea Conakry y de Camerún, son los últimos del amplio grupo de subsaharianos que logró cruzar a la ciudad atravesando el espigón de Benzú. Sin buscarlo fueron los protagonistas en todos los medios de comunicación. Atrás quedaron compatriotas que terminaron deportados al desierto, sin posibilidad de alcanzar la meta perseguida.
Carlos ha acudido a la estación marítima con sus mejores galas. Sombrero recién estrenado, pajarita a juego y gafas oscuras. Con su maleta a cuestas espera el momento para cruzar el embarque. Dice que atrás deja un Marruecos en el que la Policía no es buena y agradece el apoyo que durante estos cuatro meses ha tenido por parte del personal del CETI. "Doy gracias a la gente de Ceuta y a la asociación Elín", explica este camerunés en perfecto castellano.
Hasta el puerto acudieron, además de los que habían conseguido el pase, otros compañeros que esperan su momento. Entre ellos, algunos de los que cruzaron hace un par de sábados aprovechando la marea baja. Confían, también, en que llegue su día. Mientras ocupan un CETI que sigue con un pico máximo de ocupación, un campamento al que llegan, todos los días, nuevas incorporaciones, que intenta amoldarse a una situación migratoria que no cambia y que está expuesta a la querencia natural de las personas por abandonar sus tierras cuando en ellas no encuentran la posibilidad de realización.
Los más antiguos del campamento del Jaral llegaron en enero, habiéndose alcanzado el tiempo medio de estancia más corto de los últimos años.
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