Nuestra estancia en Nueva York no es turística, en esta ocasión. Por esa razón no nos movemos en ella con el apresuramiento del que lo quiere ver todo en cuatro días. La vida que llevamos transcurre con tranquilidad, aunque con cierta premura. La suficiente como para poder cumplir con el amplio programa de visitas preparado y así acudir a aquellos lugares que siempre se dejan olvidados, ante tanta variedad y esplendor.
Uno de ellos es la denominada High Line. Se trata de una antigua vía de tren, elevada 9 metros sobre el nivel del suelo, que empieza en el Meatpacking District y transcurre por el oeste del coqueto barrio de Chelsea. Fue una conquista de los vecinos, liderados por un artista y un escritor, que protestaron por el tremendo abandono en que se encontraban las antiguas vías de los trenes de mercancías de la zona oeste de Manhattan. Como alternativa a la demolición, propusieron su conversión en un parque urbano. Sencillamente espectacular. En sus seis primeros meses de funcionamiento lo visitaron dos millones de personas. En torno a este proyecto, se han instalado unos 30 más. Andar por esta línea recuperada y bajar a alguno de los pequeños comercios que se han puesto en valor desde entonces, es una experiencia única. Y si decides entrar al mercado de Chelsea a tomarte una cerveza natural, acompañada de alguno de los manjares caseros que ofrecen las pequeñas tiendas que allí se ubican, habrás completado una inolvidable jornada neoyorkina. Es uno de los emblemas del nuevo Nueva York, que reinventa espacios urbanos.
A continuación nos esperaba un viaje a la ciudad de Boston, en el Estado de Massachusetts. Nuestro colega, el profesor Lansbergis, con el que realizamos la investigación sobre las causas estructurales de la siniestralidad laboral en los EEUU, nos había preparado una serie de entrevistas con reconocidos especialistas de la materia, profesores todos de las Universidades de Boston y de Harvard. Estos encuentros han sido especialmente fructíferos. Les explicamos que nuestro interés en esta investigación tenía su origen en la situación de España, que había pasado de ser uno de los países con mayor índice de siniestralidad de la Unión Europea, a experimentar, desde hace unos años, una reducción importante, fundamentalmente como consecuencia de los cambios legislativos producidos, y del esfuerzo de los agentes sociales y del Gobierno, en implementar medidas de prevención en las empresas. También les dijimos que éramos conscientes de que nuestro sistema de relaciones laborales estaba sufriendo grandes cambios y que, muy a nuestro pesar, caminaba hacia una mayor flexibilidad y precariedad en la contratación, muy similar a la de su país. De ahí nuestro interés en estudiar las diferencias y similitudes que teníamos con ellos, entre otras cosas, para obtener orientaciones fiables y útiles para nuestro inmediato futuro.
Pero no todo fueron entrevistas de trabajo. También tuvimos tiempo para visitar la ciudad de Boston, una de las más europeas de América, denominada también Capital de la Nueva Inglaterra. De hecho, fue una de las pioneras en la lucha de la Independencia. Los cementerios y mausoleos en recuerdo de los mártires de su causa dan cuenta de ello. Pero también la perfecta armonía entre sus antiguos edificios y los modernos rascacielos. Conseguir que convivan juntos, sin desentonar, estos colosos de cristal y las viejas iglesias del siglo XVII, es todo un ejemplo de simbiosis entre el arte y la arquitectura. Mención aparte han de tener sus parques y jardines. También los magníficos Campus de sus prestigiosas universidades. Pasear por el de la Universidad de Harvard, o por el del Massachusetts Institute of Technology, que es donde están algunos de los más prestigiosos científicos e intelectuales del planeta, te produce una reconfortante satisfacción interior.
Todavía nos quedó algo de tiempo para hacer un ejercicio de inmersión en la compleja realidad social americana, acompañados por nuestro amigo Homero, un estudiante de doctorado ecuatoriano, afincado en Boston desde hace unos años. De su mano fuimos a algunos de los lugares de compras y de diversión de esta ciudad, que está considerada como una de las de mejor nivel de vida del mundo. Durante el recorrido nos fue explicando cómo la pequeña reforma sanitaria de Obama había sido toda una revolución, pues ello permitía tener asistencia sanitaria a personas que jamás habrían podido obtenerla. También las terribles condiciones laborales que tenían muchos de los empleados que nos atendían en los bares en los que nos parábamos a tomar algún refresco, trabajando jornadas agotadoras para poder obtener un salario medianamente digno. Sin derechos en caso de despido, o pluriempleados. Quizás por eso, el taxista que nos llevó hasta el hotel, nos intentó engañar dando vueltas innecesarias por la ciudad (si fuéramos conscientes de lo importantes que son los transportes públicos, y especialmente los taxis, para dar una imagen positiva de la ciudad a los visitantes, dedicaríamos muchos más recursos para su sostenimiento). Son los efectos de la globalización. Los nuevos esclavos del Siglo XXI. Una sociedad en la que, en lugar de extenderse los derechos laborales a los más desfavorecidos, se precariza la de los que ya los habían conseguido, para así seguir profundizando en la desigualdad y en la infelicidad. Una sociedad hacia la que nos empujan, también a nosotros, los dueños de Europa.
Terminó nuestra estancia en Boston visitando la Boston Public Library. Allí, en una de sus tranquilas y elegantes salas de lectura se terminó de elaborar este artículo, antes de volver a la ciudad de Nueva York.