La iniciativa nació el pasado 17 de diciembre. Ese día, en la pausa para el desayuno de unas jornadas sobre prostitución, trata y tráfico ilegal de personas, una de las trabajadoras del CETI promovió de forma espontánea una recolecta de fondos. El beneficiario, a cientos de kilómetros, era Dawda Dremmeh, un joven nacido en una recóndita aldea de Gambia que durante dos años había aguardado en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes su oportunidad de dar el salto a la península. Conseguiría su objetivo y abandonaría Ceuta, pero acabaría muriendo por causas desconocidas en Jaén y su familia, muy humilde, no disponía de fondos para repatriar el cuerpo.
Dawda descansa ya, de nuevo, en su país. Lo hace en ese punto de África, en plena panza del continente, desde el pasado día 11 gracias a la generosidad y al esfuerzo de decenas de compañeros y empleados que aún hoy le recuerdan. Entre todos recaudaron, en apenas unas semanas, los 5.100 euros en los que se tasó su traslado desde un hospital de Jaén hasta el poblado que un día optó por abandonar. “Gracias a la colaboración de muchas personas, y la gran labor que hicieron sus compañeros allí en Jaén, se pudo conseguir y fue enterrado rodeado de sus familiares y de las personas que le querían, que no eran pocos”, recordaba ayer Aixa El Ouaz, trabajadora del CETI y una de las impulsoras de la colecta. “Y hasta quedó un poco de dinero que ya hemos mandado a su madre para los gastos que esto ocasionaba allí en Gambia”, añade.
La historia de Dawda Dremmeh arrastraba más de una década de batalla por la supervivencia. Fue entonces cuando dijo adiós a su aldea gambiana camino del sueño europeo. Siempre hacia el norte, tras una aventura de miles de kilómetros a través de varios países se topó un día, como el resto de sus compañeros, con la valla del perímetro fronterizo de Ceuta. Una vez superada, ya en suelo español, le esperaba el CETI, donde permanecería durante dos años. Sería en diciembre de 2010 cuando recibiría la autorización administrativa que le permitía cruzar el Estrecho.
Su sueño acabaría truncado en un campo de Jaén, donde trabajaba en la recolecta. Allí, una mañana, los compañeros que compartían tienda de campaña con él descubrieron que algo extraño ocurría cuando no respondió a la hora que acostumbraba a levantarse. Había muerto horas antes.
Su cuerpo, trasladado ya sin vida hasta el hospital, aguardó a la espera de que alguien sufragase los gastos del traslado. Ante la imposibilidad de que su familia se hiciera cargo de la abultada factura, los empleados del CETI se movilizaron. Lo hicieron, según confirmaron entonces a El Faro, porque Dawda había dejado a su paso una huella profunda entre quienes compartieron con él horas de trabajo, de estudio y de espera. “Era un chico ejemplar a pesar de su corta edad. Se podía hablar de él de cualquier tema, porque era una especie de enciclopedia andante. Agradable, siempre con buenas palabras para todo el mundo, sin importar si eras blanco o negro, tu nacionalidad o tu religión... Los que hemos tenido el placer de haberle conocido no tenemos palabras para describirle”, reconocía entonces Aixa El Ouaz.
Su madre, por aquel entonces “destrozada y con la esperanza de dar el último adiós a su único hijo varón”, fue quien el pasado día 11 pudo, por fin, presidir el funeral. Dawda regresaba así por fin a Gambia, cerrando el círculo de un tortuoso viaje de ida y vuelta en el que invirtió toda una década.