Categorías: Opinión

Datos de reflexión

De nuevo los resultados de unas elecciones nos hace llevarnos las manos a la cabeza. Si en las locales la abstención resultaba preocupante, ahora, en las generales, ésta se ha disparado aún más, hasta el extremo de situarse como la más alta registrada en unos comicios en nuestra ciudad.
Ceuta y Melilla siguen en el punto de mira nacional como las circunscripciones abstencionistas por excelencia. En nuestro caso qué lejos quedó aquel 22,4% de los primeros comicios democráticos o el 27,7 de las de 1982 en relación con el inquietante 44,9% del pasado domingo. Casi la mitad del electorado Que se dice pronto.
Por supuesto que la ilusión actual de los españoles a la hora de acudir a las urnas no es ni sombra de la que teníamos en aquella incipiente democracia. El desencanto hacia la política al que nos han conducido quienes mueven sus hilos es cada vez más evidente. Lo que no resulta de recibo es que nuestras diferencias abstencionistas respecto al resto del territorio nacional sean tan amplias.
¿Desencanto? ¿Hastío de nuestros políticos? ¿Rechazo al actual sistema electoral? ¿Desinterés del votante al saber que los resultados, tal y como sucedió, estaban más que cantados? ¿Crecimiento de una masa social de ‘indignados’ más numerosa de lo que se exterioriza en la calle?
El asunto es serio. Bien merecería un replanteamiento por parte de los políticos. Es una asignatura pendiente que habría que afrontar cuanto antes. Pero si preocupante ha sido la abstención a nivel nacional, cómo catalogar lo sucedido el pasado domingo en Ceuta donde las diferencias abstencionistas con el resto del país se disparan cada vez más.
En nuestra ciudad, para empezar, está más que claro que tenemos un censo ficticio. Una cuestión son las cifras oficiales, que ahí están, y otra muy distinta las reales. Con los años son cada vez más las personas que, una vez jubiladas en Ceuta, tienden a marcharse a vivir a la Península, pero sin causar baja en el padrón por los conocidos beneficios fiscales que conlleva el mantener su residencia en la localidad. Casos de esos, a montones. Una cosa es que el jubilado pueda moverse por donde y cuando quiera y otra muy distinta el acordarse de Ceuta sólo por mayo o junio para entregar su declaración de la renta. Simple cuestión de venirse en un barco y marcharse en el siguiente una vez formalizado el trámite. El que se desplaza, claro. Otros prefieren confiar la gestión al familiar o al amigo y santas pascuas. Es el mismo caso de quienes habiéndose trasladado a trabajar a la Península optan por no cambiar tampoco su empadronamiento por los mismos motivos.
Luego están determinados funcionarios que su con destino en nuestra ciudad viven sin embargo en la otra orilla, aún cobrando ese tanto por ciento de indemnización por residencia. Un plus que, quiero pensar, se asigna por residir efectivamente en nuestra ciudad y no sólo por tener el trabajo en ella.
Existen también trabajadores en general que con sus hogares y a familias en la otra orilla procuran estirar el fin de semana lo máximo posible para acudir a sus lugares respectivos. Baste observar, cualquier lunes, como vienen de pasajeros los primeros ferrys.
Puestos en esas tesituras cabría preguntarse, ¿cuántos son los que en realidad viven, consumen, se identifican y se sienten vinculados con un proyecto de futuro con esta ciudad? Con los años cada vez menos. Ahí está lo ficticio del censo. Y las consiguientes sombras derivadas sobre esta ciudad.
Caballas, caballas, ceutíes de corazón, ¿cuántos? ¿Cuántos acudirían a una cita trascendental para el futuro de Ceuta? O, simplemente, cuántos se sienten interesados en unas elecciones locales en las que tanto se puede decidir para el futuro de cualquier pueblo. ¿Voto por correo? Incomodidades no, gracias
Quede por fin ese otro sector nada despreciable de ciudadanos, que como bien decía el diputado electo Francisco Márquez en la COPE, “cuyo nivel cultural y de integración no les permite sentir estos procesos electorales como propios”. Como ocurre con esos matrimonios de conveniencia y otras infiltraciones por el estilo. Unos y otros no son una minoría precisamente sino un colectivo que con el tiempo va engrosándose y de qué manera.
Por eso, en ocasiones como ésta, me asalta siempre la misma pregunta. ¿Cuántos y quiénes somos realmente los auténticos ceutíes?

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