Darse cuenta, ser consciente, abrirse en canal, cerrar capítulos, abandonar lo que fuimos, no ir detrás del tren que pasó hace años ni acudir a la ventanilla de la estación para reclamar el billete; el caballo de hierro ya no hace esa ruta, ni las vías son las mismas.
Darse cuenta que la vida es un huracán y el viento ya no es la brisa agradable que refresca en los días primaverales cuando el almendro florece.
Despertarse y verse, asomarse a un río de aguas cristalinas y ver que nuestro reflejo ya no es Narciso enamorado sino otra imagen que ignoramos.
Yo tenía 15 años cuando cupido lanzó la flecha... 18 años entusiasmados en la facultad, rebosante de proyectos revolucionarios e ideales posibles. Conseguí trabajo, viajé con compañeros de los que he olvidado el nombre. Por orden de Zeus , cupido volvió a visitarme pero marchó sin despedirse cuando comprobó que había olvidado las flechas. Denuncié su desaparición y se presentaron tres hombres vestidos de blanco y una ambulancia camuflada en la esquina. Aunque logré escaparme ya soy un prófugo por el que no piden recompensa.
Cambié de identidad como el fugitivo, huyendo de un crimen que no había cometido. Quería empezar de nuevo en ese país donde no hay tratado de extradición.
Una mañana me regalaron un calendario; miré las fechas, conté los días y los meses con la calculadora de los dedos y las manos.
-Señor ¿Usted se quiere sentar? ¿le pasa algo? ¿Se ha perdido? Mis lágrimas derramaron la realidad: ya tenía 60 años cuando lo vi en el pasaporte falso, en la documentación que me había proporcionado un falsificador profesional para cruzar las fronteras.
Y ahí, en ese instante, me sentí viejo, sin nada, sin un pasado guardado en un cajón de cualquier mueble.
¿Volver? ¿Cruzar de nuevo el charco? ¿Entregarme a la justicia? ¿Ser juzgado y esperar el veredicto de culpabilidad?
Seguí andando sin rumbo y en el desierto encontré un oasis, unas gentes nómadas sin tierras y sin patria. Calmaron mis heridas con ungüentos, mojaron mis labios quemados por el sol y me dejaron dormir.
Soñé que había tenido una pesadilla pero al despertarme volví a sentir la presencia de sombras que hablaban de mí en un idioma que no conocía. Quería volver a conciliar el sueño, hablé con Morfeo pero él te me ofreció una mujer me enfrentó a la la vigilia. Ella vestía de de azul, cubierta con una túnica que invisibilizaba su cuerpo etéreo y una mirada sin dirección, tal vez, para silenciar cualquier pregunta que yo no estaba en condiciones de responder.
No sabía en qué lugar estaba, quienes eran ellos.
¿Empezar? ¿Volver?
¿Desaparecer?
Ahora ya es tarde para todo aunque guardo la esperanza de comenzar una nueva vida.
Sonará de nuevo el cañonazo y sabré que todo, absolutamente todo está por hacer.