Ceuta, por mérito propio, se ha instituido como paradigma de la irrelevancia. Tras un duro proceso de aprendizaje político, tutelado por los “poderes del estado”, hemos interiorizado nuestra condición de insignificantes. Hemos llegado a la conclusión de que no merece la pena ni siquiera tener una opinión colectiva propia (previamente debatida y consensuada) sobre aquellas cuestiones que afectan de manera determinante a los cimientos de nuestra estructura política, administrativa o económica. Corremos el riesgo de quedar, una vez más, en la grada de espectadores (eso sí, privilegiados) mientras se desarrollan acontecimientos de extraordinaria importancia presente y futura para nuestra tierra. De nuevo con el paso cambiado ante un reto histórico. Parece ser un destino fatal frente al que somos incapaces de rebelarnos.
Durante las dos últimas décadas nos hemos movido en el ámbito económico bajo la premisa de que nuestro modelo productivo estaba vinculado a norte de Marruecos. La (tradicional) actividad comercial, y menor medida el sector servicios, estaban preñados de un ilusionante potencial de desarrollo que, inteligentemente engarzada al vertiginoso despliegue de las provincias marroquíes colindantes, podrían consolidar un consistente tejido empresarial capaz de generar riqueza y empleo en una cantidad suficiente. Todos los movimientos (internos y externos) estaban orientados por esta premisa. La aduana comercial era la reivindicación en la que se sintetizaba esta estrategia. La “normalización” definitiva de las relaciones económicas entre Ceuta y Marruecos, superado el persistente “boicot” impuesto por el anexionismo, diseñaba el escenario en el que todos creíamos y para el que trabajábamos. En infinidad de ocasiones hemos alertado de que era preciso avanzar a una mayor velocidad. Porque un cambio en las condiciones actuales (bien político, bien económico), antes de lograr anclar los elementos claves del nuevo modelo, terminaría por cerrar (también) este camino. No hemos alcanzado logros apreciables. Ni siquiera fuimos capaces de presentar la solicitud formal de una aduana comercial.
Y lo que se preveía, aunque sin fecha cierta, se ha producido. Antes de lo esperado. De manera abrupta y sorprendente. Casi de un día para otro, ya somos conscientes de que tenemos que reformular nuestros planes. No tiene sentido seguir “mirando al sur” porque Marruecos ya ha tomado la decisión de aislar (o ahogar, como se prefiera decir) definitivamente a Ceuta. Ya nadie alberga dudas al respecto. Es muy difícil luchar contra este nuevo revés. Marruecos es un país soberano que tiene todo el derecho a defender sus intereses y trabajar para lograr sus objetivos políticos (entre ellos la anexión de Ceuta); y España no está dispuesta a abrir ningún frente con un “socio preferente y fiable”. Asunto cerrado.
Pero esto nos lleva a los ceutíes a una pregunta tan inexorable como inquietante: ¿y ahora qué? El corte drástico de los flujos comerciales con el país colindante supone la pérdida de un quince por ciento (aproximadamente) de nuestro Producto Interior Bruto. Una merma muy considerable que se produce sobre una cifra de pos sí muy modesta (si descontamos el peso específico del empleo público). Una contingencia de esta naturaleza exige una respuesta política clara, ordenada y planificada. Lo sería en cualquier caso, pero en Ceuta todo tiene un “además”. La distribución del empleo entre lo público (estable y bien remunerado) y el ámbito privado (escaso, precario y mal pagado)no es uniforme. Tiene un inocultable sesgo étnico (no hay más que echar un vistazo a los censos de empleados públicos) que añade un evidente factor de riesgo de conflictividad y tensión social que no podemos perder de vista ni dejar de considerar en nuestros análisis, so pena de tomar decisiones erróneas de las que nos tengamos que arrepentir eternamente.
En esta coyuntura, un mínimo sentido de responsabilidad colectiva habría propiciado un amplio e intenso debate para trazar un plan alternativo. Tenemos que redefinir lo que queremos hacer y cómo llevarlo a cabo. Y sin embargo, todos los agentes políticos y sociales viven abstraídos de esta realidad. Cada cual defendiendo su mezquino interés particular a corto plazo que en nada coincide con el interés de Ceuta. El Gobierno de la Ciudad sólo utiliza su potente mayoría absoluta para intentar evitar las fugas de votos que ha detectado por su derecha. Todo lo demás es secundario. Los partidos de la oposición han reforzado su conocida estrategia de competir entre ellos por el mismo filón de votos. Los mensajes que se oyen en materia de modelo económico son simples “lugares comunes” absolutamente desenfocados, emitidos con la única intención de aparentar una preocupación que en realidad es inexistente. Los empresarios están preocupados, según dicen, por la aprobación del PGOU, las concesiones y la seguridad del puerto, y el problema del ingreso de efectivo en los bancos. Dicho de otro modo, defendiendo los intereses concretos de quienes forman parte de la dirección de las organizaciones. Una irritante miopía no exenta de culpabilidad. Los sindicatos (debilitados) siguen instalados en su particular limbo, ninguneados por las instituciones e incapaces de asumir un papel importante como motor reivindicativo del interés general. En estas condiciones es muy complicado (por no decir imposible) articular una respuesta digna de ser tomada en cuenta.
El Gobierno de la Ciudad, muy tímidamente, ha esbozado que “su” plan pasa por el turismo, el puerto y el juego. Es un planteamiento excesivamente infantil. Las posibilidades de éxito en estos tres sectores, siendo sinceros, son mínimas. Eso no quiere decir que no se deba intentar. Son objetivos loables en sí mismos y en cualquier circunstancia. Pero no se puede considerar una alternativa viable y menos a corto plazo para paliar los efectos del descalabro del desmantelamiento del comercio.
Es una urgencia para esta Ciudad la elaboración de un nuevo Plan Estratégico adecuado a las actuales coordenadas. Que debería emanar de un consenso político y social auspiciado por la voluntad de todos los ceutíes de luchar por nuestro futuro. Precisamente por eso no se llevará a cabo. Porque el concepto “ceutíes” como un ente colectivo con personalidad propia se desvaneció por completo. Pero al menos, sería interesante que nos pusiéramos de acuerdo para pedir un paracaídas. Nos han empujado al vacio y estamos descendiendo a toda velocidad. Deberíamos hacer algo antes de estrellarnos. Nuestro paracaídas se compone de dos medidas: una red de protección social similar a la del PER de Andalucía (por idénticos motivos); y una oferta de empleo público extraordinaria, ambiciosa e inmediata que nos permita respirar mientras encontramos una solución. Si es que somos capaces de encontrarla.
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