Categorías: Opinión

Danzando sobre un campo de minas

Ceuta. Una redada policial detiene a ocho presuntos terroristas. Asesinada a tiros una persona en pleno centro de la Ciudad. Agria polémica por las declaraciones de un imán en una conferencia religiosa. Todo esto ha sucedido en apenas un mes. Estas noticias han sido objeto de profuso  tratamiento en todos los medios de comunicación de ámbito nacional. Así nos ven desde la península. Los hechos son de naturaleza muy dispar y no guardan relación entre sí. Pero son suficientemente elocuentes. Reveladores de la extraordinaria complejidad que nos envuelve. Demasiada convulsión. El estado de ánimo de la población oscila entre la indignación y el espanto. Y una especie de amarga impotencia se adueña de nuestros corazones que nos hace ver el futuro con una angustia no exenta de temor.
Lo que realmente asombra y exaspera es que aún sigan existiendo tantas personas que no sean capaces de entender cómo es la Ciudad en la que vivimos. Y sigan actuando y comportándose como si estuvieran en Soria.
La vida pública de Ceuta gravita sobre  el modo de relación entre los dos grandes colectivos que configuran el tejido social. Lo que se da en llamar, de manera simplificada y coloquial, la relación entre musulmanes y cristianos. Esta cuestión es omnipresente en la conciencia individual y colectiva, impregna conductas y marca pautas. Sin ánimo de ser exhaustivo, y dejando al margen la cuantificación, el mapa actitudinal nos ofrece hasta seis variantes (tres en cada comunidad). En el colectivo cristiano existe un sector claramente refractario a la fusión, que añora una Ceuta sin musulmanes. Otro sector caracterizado por el escepticismo que entiende intelectualmente la interculturalidad, pero que la considera una utopía inalcanzable. Son aquellos cuyo relato empieza diciendo: “yo no soy racista, pero…” Aquí  se encuadra un producto ideológico exclusivo de nuestra tierra que es el “racismo de izquierdas” (son personas que se identifican con los postulados progresistas en todos los ámbitos, menos en su tratamiento con los musulmanes). Por último, existen personas plenamente convencidas de que es posible construir una sociedad multicultural. De igual modo, en el colectivo musulmán existen tres actitudes claramente diferenciadas. Una radical, que abomina de la interculturalidad y llama a la guerra santa. Una segunda que asume la fusión como una referencia, pero que se muestra muy desconfiada de la auténtica voluntad de quienes la promueven. Y una tercera, de personas convencidas de que es posible la convivencia sincera.
Cada mañana nos despertamos con la imperiosa necesidad de escribir o  reescribir el guión. Siempre en tensión. Estamos sobre un campo de minas. Porque el futuro de Ceuta no está predeterminado. Dependerá de cuál de las corrientes de opinión antes descritas termine por imponerse y convertirse en la referencia social dominante. Y será la que más y mejor alimentemos entre todos. Tejer la sofisticada red de relaciones que sustentan la convivencia es una tarea muy difícil, complicada y laboriosa. Requiere un trabajo minucioso para ir ganando terreno palmo a palmo, individuo a individuo. Pero la convivencia en fase de construcción sobre un campo de minas es pura fragilidad. Podríamos utilizar el símil del castillo de naipes. Colocar cada nueva carta requiere un notable esfuerzo de atención, precisión y equilibrio, sin embargo el castillo entero se desmorona muy fácilmente con un simple gesto, a penas con un tenue soplido.
En este poliédrico escenario el hecho religioso desempeña un papel clave. La religión es un asunto muy difícil de tratar adecuadamente en la vida pública, porque se incardina en el ámbito de los sentimientos más profundos. Allí donde no llega nadie. Ni siquiera la razón. Cada ser humano tiene sus propias creencias religiosas, con matices, intensidades y significados diferentes. No es posible un debate público sobre asuntos en los que influye la religión ceñido rigurosamente a los parámetros de racionalidad absoluta (como ocurre, por ejemplo, con el aborto). Precisamente por eso, cuando se proclama el respeto a las religiones, no se puede entender como una posición de tolerancia indiferente, sino como un ejercicio de empatía emocional. En una democracia nada puede escapar a la crítica; pero cuando ésta pueda herir la sensibilidad de las personas, es preciso hacerla de manera que se evite ese efecto indeseado (es una norma básica de educación en la relación entre individuos).
En Ceuta, la religión tiene una indubitada presencia. Independientemente de la opinión que cada cual tenga sobre esta cuestión, es un hecho que no se puede obviar y que, por tanto, es necesario gestionar de la manera más adecuada posible para encontrar el imprescindible equilibrio entre todos los principios en juego. Este es el motivo que hace incomprensible el episodio de agrio enfrentamiento que ha provocado la valoración pública del PSOE sobre las declaraciones vertidas por un imán de Melilla en una conferencia religiosa retransmitida por la televisión pública. La desafortunada intervención del PSOE, propició un peligroso deslizamiento hacia la identificación entre el Islam y la violencia de género. Los mensajes dirigidos a las masas tienden, inevitablemente, a una excesiva simplificación  y adquieren vida propia más allá de la intención de quienes los emiten. La conclusión es que, por un lado, corría como la pólvora la ofensa de quienes se sintieron agredidos por imputar a su religión un carácter delictivo; y por otra parte, se fomentó el “ya lo decía yo”, que el islam es incompatible con la democracia. El conflicto, letal para los intereses de Ceuta, está servido.
¿Quiere esto decir que en Ceuta se debe renunciar a la lucha por la igualdad, y en defensa de los derechos  de la mujer? Ni remotamente. La lucha por la igualdad de la mujer es una seña de identidad de la democracia en cuyo empeño todos debemos estar férreamente comprometidos. No caben ambigüedades, tibiezas, ni medias tintas. Lo que ocurre es que la contundencia no está reñida, no debe estar reñida, con la inteligencia. Y es preciso saber cómo actuar en cada momento y en cada circunstancia para evitar que los resultados terminen siendo contraproducentes. Si convertimos la lucha por la igualdad de la mujer en una guerra entre religiones en Ceuta, estamos haciendo un pésimo favor a la causa. Lo razonable es que la crítica que ha hecho el PSOE la hubiera canalizado de otro modo, buscando la complicidad institucional de todos, sin excepciones, puliendo el mensaje para evitar confusiones e interpretaciones, y procurando hacerlo desde una perspectiva constructiva. Pero esto no se hizo así porque en realidad, la defensa de los derechos de la mujer, era sólo un objetivo secundario, una excusa, lo que  buscaban en el fondo era atacar a Caballas.
Casualmente, desde que la última encuesta publicada reflejara un significativo crecimiento de Caballas, están proliferando los ataques virulentos contra esta formación política. No hace mucho fue el Delegado del Gobierno, y ahora le toca el turno a un irreconocible PSOE. Atacar al adversario forma parte de la esencia del debate político. Aunque convendría a todos revisar los métodos. La probabilidad de atravesar un campo de minas con los ojos vendados y dando saltos, resulta ínfima. Si se actúa de esta manera, lo más lógico es que salgamos volando por los aires.

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