El mar se puede asemejar a un gran salón de baile donde danzar y danzar dejándose llevar con las corrientes de un lado para otro. Siempre es carnaval debajo del agua y las máscaras y disfraces exhiben, muchos de ellos, coloraciones rutilantes, otros sin embargo, muestran tonos pardos y miméticos con el entorno; todos los diseños son siempre profundamente conmovedores. Hay danzas estáticas que las practican los organismos sésiles y en esta especialidad, las algas son las que más se despeinan y quedan arrobadas por el éxtasis del momento.
Estos organismos captadores de la luz del sol practican un tipo de expresión dinámica que se aprecia muy bien en las praderas coloridas típicas de los lechos marinos. Las grandes bailarinas y bailarines son las especies más espigadas y esbeltas, que haciendo movimientos gráciles a favor de corriente nos ofrecen un cuadro natural de gran singularidad; siento una gran predilección por las especies del género Asparagopsis y si me apuran por una en concreto, Asparagopsis taxiformis, que se contornea a la perfección, mientras nos muestra toda su belleza de formas y el precioso tono rosáceo que la caracteriza. Alrededor de ellas, se extienden otras muchas algas que constituyen el gran ballet general inscrito en el gran decorado formado por invertebrados; un escenario de ensueño por sus atrayentes formas y llamativos colores. Para apreciar el ballet en movimiento que rodea a estas grandes danzarinas de altura, debemos casi apoyar la barbilla en las repisas y plataformas rocosas, y fijarnos con nuestras manos para no ser desplazados. La corriente mueve a las más pequeñas y luego a las de tamaño intermedio, así veremos a todo el pequeño mundo en acción gracias a los ríos que generan los mares mientras fluyen al pasar sobre los céspedes de estos vegetales. Todas las algas bailan y bailan hasta que cesan la correntera, justo un pequeño reposo si la corriente es de marea, para volverse a iniciar el espectáculo sin fin. Las algas gelatinosas tienen un danzar peculiar, vibran y forman hondas perceptibles cuando el agua pasa por ellas, son bellísimas y suelen recubrir los fondos de algas calcáreas libres, también llamados de mäerl. Cuando este conjunto es iluminado por un foco, todo se torna súbitamente en purpura y rosa. Las grandes laminarias de la isla de Alborán son de impresión, y forman bosques densos que hacen de pantalla a la corriente, de forma que podemos estar protegidos mientras vemos como cimbrean las hojas (filoides en el argot botánico) al igual que las banderas al viento. Parecen hadas esbeltas con sus melenas fluyendo al pasar de los torrentes de marea.
Todo el mar danza al unísono, una gran pista de baile, o mejor, una concentración de pistas de baile a diferentes escalas, donde se reproduce la gran fiesta el movimiento gracias a las masas de aguas que transitan tridimensionalmente alrededor de todo lo que está vivo e inerte. Bien mirado, nosotros mismos podemos interpretar muchas piezas diferentes siguiendo el curso del agua que nos empuja y rodea.
Cuanto placer encuentro en moverme solidariamente con el agua marina, si buceo a favor de corriente y me dejo llevar sin luchar con el mar. Transito como una especie de fantasma que se mueve por el éter salado observando plácidamente todo sin intentar frenar el movimiento, solo mirar indiscretamente y disfrutar del paseo preñado de energía cinética gratuita. Me encanta también sentir la fuerza del mar en contra y esto se puede apreciar y sufrir muy bien en mis amadas islas atlánticas de la Macaronesia, con un especial cariño a las Canarias, a las que tanto debo por variados motivos y razones.
En mi querida Ceuta y Alborán en general, la fuerza de la corriente puede ser también descomunal, especialmente, cada vez que el canal natural que forma el estrecho de Gibraltar decide retirar toda el agua durante la marea baja. Tan intensa puede llegar a ser la marea en la bahía norte de mi preciosa tierra ceutí que recuerdo haber navegado un buen trecho, cual carnada humana, agarrado a un ancla después de haberla desenganchado del fondo para liberar la barca “Ondina” de mi amigo Ángel el pescador de Atunes y Voraces.
Mi torpe danza marina ha llegado también a interpretar piezas de vaivén continuo, siguiendo el ritmo del oleaje de las zonas someras, y disfrutando totalmente cegado por las burbujas a mi alrededor. También son posibles los movimientos más bruscos y acrobáticos si hacemos de pantalla a la fuerza dominante; las volteretas y desplazamientos caóticos se pueden producir si el mar está picado y nos acercamos a la superficie cerca de una pared donde rompen las olas o se hunden súbitamente la masa acuosa. Estas maravillas gratuitas se pueden sentir mientras se bucea en el mar, y mucho más, pues lo imprevisible está esperando debido a los efectos combinados del viento, las montañas y escarpes sumergidos, y los movimientos azarosos de la marea.
"El mar. Salón de baile El mar se puede asemejar a un gran salón de baile donde danzar y danzar dejándose llevar con las corrientes de un lado para otro"
De gran belleza es observar a los organismos vágiles como son los peces, los mamíferos y los reptiles marinos. Los peces en particular, actúan de manera impecable mostrando su arte y comportamientos que se aplican a registrar los científicos y observadores marinos. Las concentraciones de estos organismos atienden a varios factores: descanso, reproducción, protección, migración, sociabilidad y otros no bien aclarados por la ciencia hasta el momento. Hay una vida secreta de estos preciosos seres escamosos, a veces misteriosa, pero siempre sorprendente, y la podemos estudiar y disfrutar al mismo tiempo. Incluso se puede llegar a glosar para escribir historias literarias fabulosas sobre seres que fueron indultados por el mismo Dios durante el diluvio como declamó San Antonio de Padua en su famoso sermón del mar.
El bailar de los peces es diverso y variado, hay danzas orientales y reptantes como las de los peces típicos de las cuevas que no levantan el cuerpo de las paredes y van contorneando el cuerpo de una manera realmente graciosa. Los peces llamados “tres colas” o directamente “antias” (Anthias anthias) asociados a los bancos de corales ramificados, se mueven de forma espasmódica entrando y saliendo entre las ramas de sus protectores. Salen curiosos a mirar y enseguida que se sienten observados se vuelven a esconder, mirándolos en conjunto crean una coordinada y elaborada danza que llena de color salmón el fondo sobre los corales por un instante para desaparecer en pocos segundos.
Los sargos, salemas, hurtas y samas suelen marchar en grupos plácidos dando espectáculo a los buceadores. En Ceuta suelo ver a una de las especies más comunes de esta familia (Diplodus vulgaris) descansando agrupados en determinadas zonas del fondo somero protegidos de la corriente. Durante mis nataciones invernales siempre que llego a un espigón artificial donde finalizo el trayecto los veo reunidos y muy juntitos y tranquilos, a escasos centímetros del fondo. Los sargos breados con sus bandas de color negro y plateado se reúnen en las islas, alrededor de los escarpes rocosos sumergidos y formando grandes grupos en una conducta relacionada con la alimentación y quizá la reproducción. Los voraces y los tiburones de fondo en las Azores descansan en los valles de las aguas profundas a cientos de metros de profundidad. Pero las danzas más enérgicas e inesperadas sin duda las representan los preciosos peces limón, con frecuencia se acercan curiosos a los picos sumergidos y dan vueltas y vueltas de tal forma que llegan a marearte si los intentas seguir con la mirada. Las más inquietantes para mi gusto son los pausados movimientos de las barracudas, siempre en formación disciplinada y muy serios; en vez de bailar ellas desfilan ante nosotros. Los más sorprendentes quizá son los movimientos imperceptibles de los gueldes del género Atherina, durante la noche, quedan extasiados en la columna de agua a poca distancia unos de otros, en una especie de trance o adormecimiento, tienen una vista excelente pero no parece que les importe nada ser vistos, en esos instantes son vulnerables.
Las viejas de Canarias producen bellas concentraciones que pueden atender a motivos muy diversos y a la confluencia de varios factores interactuando entre sí. En raras ocasiones se ven grupos de machos, danzando bellamente asociados a paredes y zonas costeras rocosas, como el que muestra el bello clip tomado en la isla de La Gomera. Estos peces amistosos de la especie Sparisoma cretense son tan gráciles que solo observarlos llenan con su paz y harmonía. Su forma de moverse quizá nos este mostrando que vivir unidos no tiene porque ser un ejercicio de competencia constante, si a pesar de la cercanía, respetamos el espacio vital de cada individualidad. Es muy posible que nos enseñen que es necesario danzar cerca los unos de los otros para alcanzar un estado de perfección en la sociabilidad. Este grupo de viejas canarias se mueven de forma solidaria, pero sin simetría cartesiana, tan fría y numérica. Por el contrario, trasmiten calidez, cada una hace sus propios giros y quiebros como la vida misma. Unas van, otras vienen; algunas se alimentan mientras hay ejemplares que miran curiosos; se ceden los sitios y no se molestan entre ellas; se forman grupetos que se cruzan, pero en un momento determinado se reúnen todas y avanzan en la misma dirección. Así, estos cohesionados y dinámicos conclaves inesperados, van recorriendo las plataformas rocosas someras en busca de alimento; son reuniones amistosas de machos que se van codeando los unos con los otros dándonos la sensación de ser buenos camaradas de correrías en la búsqueda de alimento mientras exploran el bello territorio infralitoral de las islas. A las viejas las he visto literalmente dormidas en el fondo marino en un pequeño lecho de algas y piedras, apoyadas en el fondo y completamente vulnerables. Las he tenido en mis manos sin que se inmutaran por un buen rato.
Lo más majestuoso que he visto en el danzar marino piscícola, son las reuniones de abadejos en los escarpes sumergidos de Montaña Clara, al norte de Lanzarote, allí se reúnen alrededor de los bancos de bogas y se dejan mecer por las corrientes con una actitud desenfadada. Sus movimientos de baile son de gran elegancia y el tono gris con manchas oscuras o pardas les da un aire distinguido. Son uno de los peces en movimiento con más clase que nunca he visto.