Jeremy Renner va pillándole el gustito a eso de transformarse en superhéroe en la pantalla grande. Hace bien poco podíamos verle enmallado con excelsa puntería encarnando con buenos resultados a Ojo de Halcón en la exitosa visión de Los Vengadores, y es ahora que se asoma a un escenario supuestamente más realista y sin disfraces, pero con ritmo trepidante y pastillitas que te convierten en más que humano física y mentalmente, que a efectos viene a ser idéntico perro con distinto collar, que se dice coloquialmente. El proyecto post Matt Damon (aunque tanto el actor como la trama Bourne hasta hoy siguen muy presentes en la saga, entrelazándose y con notable incidencia en la cinta que nos atañe) corre íntegramente a cargo de Tony Gilroy, guionista reputado de los de siempre (no en vano lleva tras los libretos de Jason Bourne y sus aventuras desde el principio) y también solvente director de esta cuarta entrega; si bien no es su faceta principal la de la dirección, no se le da nada mal, y da fe su nominación al oscar por Michael Clayton.
Vertiginoso y efectistamente efectivo, como se espera de un trabajo de este pelaje, Gilroy conecta con el espectador desde la óptica de unos protagonistas siempre al límite e injustamente perseguidos por la sombra del enemigo, que sigue siendo el propio gobierno que tras el fiasco Bourne y el temor de que todo el tinglado salga a la luz pública, decide cerrar el telón llevándose por delante a sufridos y leales agentes a los que considera “daños colaterales”. Pero, claro está, uno de ellos lucha más de lo esperado por escapar del poco saludable desenlace y emprende una huída acompañado por una doctora igualmente amenazada que en realidad sabe demasiado simplemente por pillarle por allí (convincente y elegante Rachel Weisz argumentando desde su papel de genetista que las intelectuales con cara bonita existen, y quedan mejor que las florero en casi cualquier cinta).
Inconfundible música de James Newton Howard y desmesura en los efectos sonoros (para lo bueno y también para lo malo, que dos butacas hacia la izquierda de la mía había un tipo que se tapaba los oídos por el estruendo cada vez que la traca se animaba) aderezan una película refrescante, con menos acción y más tensión de la esperada (aunque hay una persecución marca de la casa que hace honor a lo que suele proponer la firma y hace odiar hasta la saciedad al perseguidor por pesado) que bien vale para hacer una pausa de la realidad en sus vidas.
Definitivamente, James Bond tiene que luchar encarnizadamente con feroces competidores como Jason Bourne o, en este caso, Aaron Cross para no caer en el anacronismo. Y ya se sabe que cuando no hay monopolio es el consumidor el que suele salir ganando…
Vertiginoso y efectistamente efectivo, como se espera de un trabajo de este pelaje, Gilroy conecta con el espectador desde la óptica de unos protagonistas siempre al límite e injustamente perseguidos por la sombra del enemigo, que sigue siendo el propio gobierno que tras el fiasco Bourne y el temor de que todo el tinglado salga a la luz pública, decide cerrar el telón llevándose por delante a sufridos y leales agentes a los que considera “daños colaterales”. Pero, claro está, uno de ellos lucha más de lo esperado por escapar del poco saludable desenlace y emprende una huída acompañado por una doctora igualmente amenazada que en realidad sabe demasiado simplemente por pillarle por allí (convincente y elegante Rachel Weisz argumentando desde su papel de genetista que las intelectuales con cara bonita existen, y quedan mejor que las florero en casi cualquier cinta).
Inconfundible música de James Newton Howard y desmesura en los efectos sonoros (para lo bueno y también para lo malo, que dos butacas hacia la izquierda de la mía había un tipo que se tapaba los oídos por el estruendo cada vez que la traca se animaba) aderezan una película refrescante, con menos acción y más tensión de la esperada (aunque hay una persecución marca de la casa que hace honor a lo que suele proponer la firma y hace odiar hasta la saciedad al perseguidor por pesado) que bien vale para hacer una pausa de la realidad en sus vidas.
Definitivamente, James Bond tiene que luchar encarnizadamente con feroces competidores como Jason Bourne o, en este caso, Aaron Cross para no caer en el anacronismo. Y ya se sabe que cuando no hay monopolio es el consumidor el que suele salir ganando…