Opinión

La dama y el alferza

Cabalgaba por los campos de Jerez  el alcalde de la  ciudad  acompañado de los caballeros de las Órdenes Militares en prevención de que algún grupo berberisco hubiera desembarcado con intención de raptar y  saquear.  Sin haber advertido nada fuera de lugar, regresaban ya a la ciudad cuando vieron a unos jinetes que por las vestiduras parecían ser musulmanes. Eran, en efecto, gente berberisca pero no guerrea, desembarcados en la cercana localidad del Puerto de Santa María. El principal de ellos, un anciano de blancas vestiduras y rizadas barbas dijo tener la intención de recorrer la Península practicando su arte de ajedrez, y pasar luego a Francia, donde esperaban su llegada a la corte los buenos aficionad a juego tan singular. Según dijo su ayudante, el anciano era el famoso  aliyat. Shihâb Ar-Razi Al-Adli, maestro sin igual, cuyas victorias en los tableros llegaban desde Egipto a la lejana Persia. Quedó el alcalde convencido y lo envió con algunos de sus caballeros a Sevilla, pues allí estaban reyes que no tenía igual en toda Europa. Habló el aliyat Shihâb Ar-Razi Al-Adli con el rey don Fernando al que dijo lo mismo que al alcalde. Repuso don Fernando: —Veo que sois de nobles propósitos y he de favoreceros haciendo que lleguéis sano y salvo a la corte del rey francés pero no antes de que aquí deis muestra de vuestro arte y sabiduría. Dando un paseo por los jardines, hablaron los monarcas sobre el particular  Les preocupaba que aquel anciano, de porte tan gentil, llevara algún mensaje secreto del sultán de Túnez para el monarca francés, no siendo buen augurio que la flor de lis y la media luna se unieran. A la mañana siguiente contó Ysabel que había  tenido un sueño singular , que el  alyat se presentaba ante el rey de  Francia huyendo de un pajarillo de colorines. Convino el monarca que fuera pésimo para los planes del sultán  que el alyat se presentara ante el francés  luego de sufrir un descalabro. Entre lo que pensaron a fin de desacreditarlo, don Fernando mencionó la posibilidad de que   fuera vencido por una dama. El inconveniente era que  no había mujer capaz de hacer frente al sabio alyat, habiendo ganado todas las  partidas hasta el momento. No cayeron bien estas palabras a la reina Ysabel y menos aún la sonrisa que se trajo don Fernando, que a ella se le atragantó y , airada, se dijo que había de demostrarle a él y al resto del mundo la valía de un coño bien puesto. El rumor de que la reina buscaba dama jugadora de ajedrez llegó a  los oídos de  Shihâb Ar-Razi Al-Adli, el cual se hallaba deleitando a los cortesanos con su talento y sentenció que nunca la mujer podría igualar al hombre en el ajedrez ni aún en otros menesteres, así como en cocinar, coser y, fregar eran insuperables. Al saber de estas palabras, la reina se puso echa un basilisco y con voz destemplada  aseguró que habría dueña en su reino que diera  escarmiento a semejante boquilargo. Había en la corte damas jugadoras de ajedrez y muy belicosas y sin miedo a nada  pero ninguna de ellas dio paso al frente y cogió la reina un enfado tan monumental que salieron todas disparadas a buscar debajo de las piedras.  Días más tarde llegó noticia a la reina a cerca de doña Elvira de Villena, que aceptando enfrentarse al aliyar la habían sacado prácticamente a empellones del claustro de las benedictinas, pese a  su avanzada edad. Villena era admiradora de la gran Catalina de Médicis  y  pariente de Enrique el Nigromántico, que fue rescatada de los umbrales de la magia negra por la abuela de la reina Ysabel cuando ya la niña cumplía los doce años. Abierta a todos los aires renacentistas, era estimada por sus dotes de escritora, dando en  su Vita Christi muestras de un vasto saber y de una intensa espiritualidad. Ya en los Alcázares sevillanos, mostró la gran guerra que  traía  al decir que no era rival en ajedrez aquel   que tan irreflexivamente y en la misma partida está dispuesto a enfrentarse a dos   damas. Palabras que incendiaron el ánimo ya predispuesto a su favor de la corte. En la Sala de los Alcázares que llaman de «Los Arrayanes»  donde  arabescos, alfices y  atauriques no dejaban espacio para el dedo meñique, los principales de aquella corte estaban ansiados de presenciar el desarrollo del bizarro  desafío, colosal duelo entre titanes. Recientemente se había sustituido el alforza o visir , pieza de ajedrez de movimientos limitados, que acompañaba al rey, por la muy poderosa dama; trasunto de la propia reina Ysabel. Argumentaban los partidarios del  ajedrez renacentista que las esposas de los monarcas tomaban importantes decisiones de gobierno, tanto en su compañía como cuando faltaban estos,y aún tomaban amantes al igual que sus esposos porque corrían nuevos vientos  y las mujeres no se conformaban con  limpiar  lo que otros ensuciaban, mirándose en el espejo  de la gran florentina Catalina de Médicis  y  la mismísima Reina  de Castilla. Con referencia al rival, su fama se extendía hasta los más lejanos confines. Se concertaron cinco partidas. Salió la religiosa de  centro  y el alayat de igual modo que fue la apertura laberinto y rompecabezas, preludio de la porfiada lucha  que había de  seguir. No obstante, la primera partida se  inclinó  a favor del aliyat y la congoja desbordó al poeta  Leonardo Claudio de Baeza ,  el cual en su « Escala de Amor»  veía en la pieza de la dama a la muy poderosa Ysabel de Castilla, y, por descontado, el ideal de mujer de todo caballero. Se jactó uno de los partidarios de  Shihâb Ar-Razi Al-Adli de que para compensar la diferencia este le regalara torre a la rival y enloqueció de ira el hombre de letras porque aquello se acostumbraba a hacer con un adversario de quinta categoría. Sólo la intervención del propio rey  evitó un duelo a muerte. Tras dos derrotas seguidas de Villena llegó una gran zozobra para los partidarios de ella. Y más aún cuando la tercera partida  huno de interrumpirse por indisposición d la jugadora. Comentó el rey don Fernando que fuera  natural luego de dos derrotas y ver el morro  a la tercera. Respondió la reina: —En modo alguno la disculpa como vos decís. Es ella de muy grande talento y ha de demostrarlo haciéndolo brillar pues la tercera partida la lleva de mano siendo de nota la guerra que plantó en las dos anteriores. —Que gane el que mejor lo haga  –sentenció el  rey. Sin embargo, el caballero Leonardo Claudio  se subía por las  paredes ante la idea de que la de Villena  perdiera definitivamente  el reto y fue él quien  perdió el tino y buscó ayuda en quien no debiera. En una taberna de por detrás de la catedral halló al  ayudante del maestro de ajedrez, el cual, libre  de toda preocupación, contemplaba el baile que le hacía la moza de la taberna al son  de un tamborcillo. Abordó don Leonardo al tal y pidió unos vinos. Era el mansubat treinta años más joven que su maestro y ya  las canas salpicaban  su barba y cabello y dijo tener cinco hijos de dos matrimonios distintos  pero que nada esperaba de la ciencia ni de la gente  y que no encontraba cosa mejor que pasar la noche con aquella que  tan bien se meneaba puesto que  toda la sabiduría del mundo en la que había empeñado gran parte de su vida le importaba ahora un higo. Insistió don Leonardo en que viviera y el otro se negó  y cuanto más insistía más se le trababa a él la lengua. Dijo de comprarle la partida y respondió el otro que no, que su señor era el mejor de todos y que no estaba dispuesto a traicionarle. Peso don Leonardo más peso sobre la mesa  y, finalmente, llegaron a un acuerdo. Reprodujeron la partida sobre el tablero del caballero  y el masubat la  estudió   detenidamente asegurando que la victoria de las blancas era posible Llevado por el entusiasmo, don Leonardo comentó que no sería su señor tan excelente cuando estaba dispuesto a traicionarlo. Ante el mal derrotero que tomaban aquellos dos, la moza hizo seña al extranjero, porque debido a que ya tenía dinero deseaba despachar cuanto antes con él y echarse luego a dormir un rato. Fueron detrás de una cortinilla y la corrieron. Mojó don Leonardo la pluma en el tintero y anotó uno a uno los movimientos que el otro fue indicando. Llegando la de Villena en los Alcazares, se subrayó la importancia del  momento No en balde se trataba de la recaudación de la tercera  partida – que pudiera ser la última–, habiéndose congregado gran cantidad de gente Portaba Leonardo Claudio las jugadas prescritas en un sobre  y apenas  llegó a tiempo de entregarlo  a la de Villena, cuando ella se dirigía a tomar asiento frente a su rival, en tanto que los allí reunidos al verla tan gallarda la aplaudieron entusiasmados. El sobre cayó de las manos de la dama sin que hiciera intención de retenerlo. Manejando ella las blancas se reanudó  la partida y a continuación los que allí estaban tuvieron la fortuna de admirar sobre el terreno la más  reñida batalla entre colosos en lo que se llevaba de siglo: Se reanudó la partida con: 1.D x C , T x P.2. D3T + ,  D2D Única pues a 2…, R1D; 3. D8A y mate a la siguiente.3. DxD+ ,  RxD.4. T1D , R 2 R.5.  C x A Con dos piezas menores por una torre y bastante espacio el resto es cuestión de técnica.5…,  T1AD6  P3A , T4C.7 .C6C , T 1 D.8. R1C, T x T+.9. A x T , R 3 D.10.P4CD , P4R.11.A3A,4A.12.C4A, ganando un peón en forma correcta, y no  12 .AxP ?? , a causa de  12…,R2A.12…,R3R.13. AxP., P5R.14. R2A,T2C.15.AxP,T5A.16.R2A,T2C.17.AxP,P5A.18.-P3C, P6R+.19.CxP, También podía jugarse  19.R3A.ñ.ñ.19…,PxC.-.20. RxP, T2T.21. A4A +, R4R.22.P5T, P4T.23.P6T, T2AD..24. P5C !, R3D.Si 24…,TxA ; 25. P6C , T2R+.25.R4D Y las negras abandonaron. En medio del entusiasmo general hay que hacer notar que los reyes no estuvieron presentes. Don Fernando había salido hacia Valencia  por asuntos de Estado, en tanto que Ysabel, acompañada por dos camareras reales, hallábase en unos Baños cerca de la catedral, que un sabio genovés    recién llegado de Portugal la trataba de unos calambres  de espalda. Las damas de la corte hicieron sonar las campanas del convento próximo y que presto se enterase la reina Pegó ella tamaño salto de júbilo y al tañer del convento se  unieron otros campanarios y espadañas arrastrando con ellas a las recién estrenadas campanas de la catedral, pregonando aquel  día las campanas de Sevilla que  Shihâb Ar-Razi Al-Adl, había recibido  lección  de dama.

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