En la fase de conducción, queda patente la excelente capacidad de mando y liderazgo de los responsables lusos. A pesar de que las condiciones meteorológicas hubiesen dividido la flota y anulado el factor sorpresa, el arte e ingenio militar de D. Juan I quedan indudablemente demostrados en la forma que fue proyectado el plan alternativo. Maximizando el principio de la decepción al simular el ataque en una zona diferente, consiguió manipular la percepción del enemigo, garantizar la seguridad del grueso de la fuerza e influir significativamente la modalidad de acción del adversario, pues este al mover fuerzas de un lado para el otro, creo un punto débil en su dispositivo. Asociado a este principio, también el hecho de escoger un único punto de desembarque, en Almina, demuestra bien la utilización hábil del precepto ofensivo de la concentración de fuerzas, al conseguir penetrar en las defensas donde estas eran más débiles y donde el terreno ofrecía mejores condiciones. No menos importantes, la rapidez, el ímpetu y la acción agresiva, contribuirían decisivamente para la seguridad de la fuerza atacante, mantuvieron al enemigo en desequilibrio y degradaron su capacidad de reacción, imposibilitándole el acompañamiento o coordinación de las operaciones. Un momento esencial de la victoria portuguesa fue la decisión del Infante D. Henrique junto a las puertas de Ceuta que, interpretando correctamente la débil resistencia e percibiendo una debilidad que debería ser explotada agresivamente, demostró una audacia destinada tan solo a los grandes líderes, corroborada posteriormente en la epopeya de los descubrimientos.
En fin fue tal vez la primera operación nacional portuguesa verdaderamente conjunta, realizando y maximizando el planeamiento y la utilización simultanea de los medios terrestres y navales con elevada eficacia y maestría, permitiendo así alcanzar los objetivos definidos.
CONSECUENCIAS DE LA BATALLA.
Con la punta de lanza clavada en África, Ceuta simboliza la llave de las nuevas puertas que se abrieron a un mundo nuevo, iniciándose el tan actual y divulgado proceso de la globalización, liderado por el genio emprendedor portugués y con ello la posibilidad de importar los valores occidentales a otras civilizaciones.
Efectivamente, Ceuta es un marco fundamental de la identidad portuguesa. Su dominio le propicio un enorme prestigio e importancia en diversas vertientes. En el marco de la Cristiandad europea de entonces, reforzó claramente su poder “inter pares” en relación con otras potencias (con expresión en las muchas bulas de privilegios dirigidos por el Papa Martinho V), principalmente la rival Castilla, con la que la victoria de Ceuta ampliaba y redimensionaba Aljubarrota; ante ingleses, aragoneses e italianos, Portugal pasó a ser considerado un actor fundamental e inevitable por su enorme peso geopolítico en el control del Mediterráneo, hasta entonces coto privado de catalanes, genoveses y venecianos; sirvió también para legitimar la nueva dinastía de Aviz y el reino de Portugal, confirmándolo definitivamente en el concierto de las Naciones.
De carácter más estratégico y seguridad, Ceuta pasó constituir una base a partir de la cual se podría llevar la acción de la “Reconquista” en África y debilitar al reino de Granada que aún resistía en la península y, simultáneamente negar a los musulmanes su tradicional eje de invasión y de refuerzo en la península, además de mitigar las actividades corsarias musulmanas en la región.
Desde el punto de vista económico, Ceuta no fue aquello que se esperaba y, una vez conquistada la ciudad, los mercaderes árabes jugaron con el boicot y desviaron el tráfico para otros parajes. Así los gastos inherentes a la defensa y conservación de la plaza se tornaron demasiado pesados y sin contrapartida. A pesar de todo, Ceuta fue mantenida y la idea de una expansión militar en el Norte de África fue una de las constantes de la política portuguesa hasta el final del siglo XVI. Por último, es interesante destacar la importancia de Ceuta en el ámbito del conocimiento, constituyendo una verdadera escuela práctica. De esta nueva actividad y del frecuente contacto con los intrépidos marineros moros, con sus conocimientos náuticos, con su arte de navegar, con sus varios tipos de navíos, resultaron los primeros progresos reales para la ruda marina del Infante. A las conocidas y habituales naves, galesas, galeotas, fustas, barcas y bergantines, que los portugueses utilizaban en el mar, vendrían a unirse nuevos tipos, barineis, alaúdes, zavras, carabelas, albetoças; mas veleros, mas marineros, de pequeño tamaño y guarnición reducida, como convenía a las arriesgadas empresas a que se destinaban. Por su parte si la defensa de Ceuta permitía a los hombres de armas que se ejercitaran en las prácticas del combate, la expedición constituyo una escuela de amplia y excepcional aprendizaje náutica, posibilitando el conocimiento de base para la empresa de los descubrimientos y para la epopeya dos capitanes y gobernadores de África, que se prolongaría más de tres siglos.
CURIOSIDADES
Como en cualquier hecho histórico significativo en la historia de un pueblo, en el momento de la batalla de Ceuta, no faltan curiosidades relacionadas con las personas o con los acontecimientos.
Asociada a la figura de D. Juan I, son dignos de resaltar diversos episodios y hechos interesantes. Uno de ellos ligado a la mistificación de su figura, el episodio sucedió durante el acto en que le nombra caballero su padre D. Pedro, que se refiere a él “me dijeron que tenía un hijo Juan, que ha de llegar muy alto, y por el que el reino de Portugal ha de tener muy gran honra”. Teniendo dudas de cuál de sus dos hijos Juan sería el de la profecía, la vio aclarada cuando además refiere que tuvo un sueño en el que “veía todo Portugal arder en fuego, de modo que todo el reino parecía una hoguera, y estando asombrado viendo tal cosa, venía este mi hijo Juan, con una vara en la mano, y con ella apagaba todo aquel fuego”.
D. Juan I fue el autor de un Libro de Monta a caballo, obra literaria notable de nuestro siglo XV, compuesto después de 1415. En él además del perfecto conocimiento de la técnica de montar y cazar a Caballo, el libro permite deducir el carácter y la cultura que el rey poseía, manifestados en el profundo conocimiento de diversas obras y autores de la época y su gusto por varias formas de entretenimiento y de ejercicio físico, desde la cabalgadura y la lucha cuerpo a cuerpo hasta la danza, juegos música y ajedrez.
Se acrecienta además, que D. Juan- el electo del pueblo y el más nacional de nuestros reyes, como refiere Almeida Garrett- fue un gran impulsor de la lengua portuguesa, ordenando utilizarla en todos los actos y documentos públicos, que hasta entonces se hacían en latín.
Zurata cuenta muchas peripecias y hechos interesantes que ocurrieran en el ámbito de la campaña de Ceuta. De entre ellos resaltamos al menos algunos como aquel en que durante la batalla el Infante D. Henrique fue dado por muerto; cuando D. Juan fue informado del hecho respondió que no le daba importancia, “ya que murió en su oficio”. Otro episodio es aquel en que la expedición estuvo a punto de ser abortada debido a la peste, a un siniestro grisáceo del Sol y a la muerte de la Reina, el 19 de julio. Reunido el Consejo, el resultado fue un empate (el Condestable D. Nuno Ávares Pereira estaba en contra), siendo el rey D. Juan I quien acaba por decidir favorablemente, con la armada dispuesta para partir el 25 de julio.
Un aspecto significativo se desprende de la influencia portuguesa en Ceuta, que aún hoy se hace sentir en su bandera. A pesar de haber pasado a la administración española en 1668, con el Tratado de Lisboa, que puso fin a la guerra de la Restauración, la ciudad decidió mantener la bandera de San Vicente, ostentando en el centro el escudo portugués con apenas diferencias.
La enorme importancia del hecho en Ceuta mereció resalte y mención en las Lusiadas. Su autor, como es sabido, quedaría profundamente prendido de esta plaza pues aquí, sobre 1550, se batió como soldado y en combate perdió el ojo derecho.