1949 bien pudo ser un punto de partida de las transformaciones y logros que, lenta y paulatinamente, irían sucediéndose a lo largo de las dos décadas siguientes. Indiscutiblemente, aquella era una Semana Santa completamente distinta a la actual como iremos viendo en esta recopilación de curiosidades plantándonos tres cuartos de siglo atrás en el tiempo.
En aquella España oscura y con múltiples carencias, los recursos eran escasos. Se precisaba de mucha imaginación y trabajo para sacar las cofradías a la calle. Así, un domingo y en seis puntos distintos, desde González Tablas hasta Azcárate, se instalaron otras tantas mesas petitorias, más una séptima en Hadú, para recaudar ayudas, cara a esas salidas. 8.046 pesetas de la época fue la recaudación.
Claro que, detrás, estaba también el importantísimo apoyo de las diversas unidades militares de la guarnición. De ahí que la nutrida representación castrense en los distintos cortejos hacía pensar, en ocasiones, si se asistía a un desfile militar o penitencial. Como bien recordaba Paco Pérez Buades en 2014, “se podía decir que eran un setenta por ciento de la cofradía, aportando desde costaleros hasta penitentes, que fácilmente se reconocían por las botas militares que asomaban bajo las descoloridas túnicas, hasta bandas de cornetas, tambores y compañía de honores”.
El Pregón de Semana Santa de la época constituía un gran acontecimiento social. Su marco, el inolvidable y desaparecido Teatro Cervantes abarrotado de público, con la presencia del general Delgado Serrano, jefe del IX Cuerpo del Ejército, junto con los “patrocinadores del acto” que, se decía, eran el delegado gubernativo y el alcalde. La organización corría a cargo de la hermandad del Cristo de la Buena Muerte que presidía Remigio González Lizana. Y como de costumbre, solemnizando el acto, la también tristemente desaparecida Banda de Música de La Legión.
Curiosamente, el acto, para cuya asistencia era preceptivo pasar por taquilla, se celebraba el mismo Domingo de Ramos, quedando para la tarde la bendición de palmas y la tradicional procesión de la Pollinica que organizaba la Junta de Cofradías.
El pregón corrió a cargo del padre Ramón Cué, un conocido jesuita mejicano afincado en España, escritor y profesor, al que los sevillanos llamaban el “monje poeta”. Todo un gran orador y prolífero maestro en este tipo de proclamas cofrades. Cuentan que fue brillantísimo y por no faltar hasta brindó su particular ramillete patriótico. “Nuestra Patrona llora, mirando a su hijo y de cara a España, por ese dolor inmenso que es el Peñón de Gibraltar. (…) Llegará el día en que la Virgen levante su cabeza sin llorar. Entonces Gibraltar será español”, dijo.
Dos destacadas novedades solemnizaron las salidas penitenciales. Por un lado, la entonces denominada cofradía del Cristo del Perdón y Misericordia Crucificado y María Santísima de Las Penas y Loreto, creada recientemente, realizaba su primera salida procesional con la figura de su titular clavado en la cruz momentos antes de expirar. Una talla de estilo renacentista, obra del artista ceutí Pepe Garzón, que durante muchísimos años estuvo en un altar a la derecha de la entrada de la iglesia de san Francisco.
Al Cristo acompañó la Virgen de Las Penas y Loreto que había adquirido la hermandad ese año. El añadido de ‘Loreto’ fue por la vinculación de la recién creada cofradía con sus fundadores del Arma de Aviación con base en Tetuán. La misma imagen que, con anterioridad, había protagonizado el Encuentro con la de Jesús Nazareno.
Unos 1.500 claveles traídos de Granada engalanaron el manto de la Virgen que por su belleza y fragancia sorprendió gratamente por la originalidad que representaba, como el propio mágico cortejo de las gaitas de los soldados de Aviación acompañando a los dos pasos.
La imagen del Cristo del Perdón procesionó hasta 1960, siendo sustituido un año después por la del actual titular Cristo de la Humildad y el Perdón, una vez repatriada la Base de Aviación por la independencia marroquí con lo que se extinguía también su patrocinio y vinculación con la hermandad.
Otra destacada novedad fue la primera salida del titular de Los Remedios bajo la advocación del Cristo de la Buena Muerte, extraordinaria talla salida de la magistral gubia del imaginero hispalense Castillo Lastrucci, que materializó sirviéndose de una vieja viga del antiguo mercado de la Encarnación de Sevilla.
Patrocinada por la Asociación de Empleados Municipales, el paso con la talla tardo gótica del Cristo de la Vera Cruz, cuya primera salida databa de 1931, protagonizaba la solemnísima noche del Miércoles Santo. Al son de un solo tambor marcando el paso, la magna procesión congregaba a cientos de devotos. Un incansable recorrido que se prolongaba desde las 12 de a noche hasta las cinco de la madrugada en medio de un piadoso silencio, esporádicamente roto por las saetas que venían a poner aún más espiritualidad a tan la estación penitencial.
La desaparecida Oración en el Huerto a la que precedía la antigua imagen de la Virgen de la Amargura, protagonizaba un desaparecido Martes Santo muy especial con ambos pasos saliendo de la parroquia del Príncipe, continuando hasta Hadú una vez recorridas las calles del barrio. La bajada tenía un colorido especial con el nutrido acompañamiento de fieles con sus velas iluminando las primeras horas de la noche, camino de la actual residencia Nuestra Señora de África, donde se recogían ambos pasos.
Pero el gran día era el Viernes Santo con la que todavía se denominaba la Procesión del Santo Entierro. Una escenificación de la Pasión de Cristo con la salida desde la iglesia de África de las imágenes del Nazareno, la Flagelación, el Cristo de la Expiración, el Descendimiento y, por fin, el propio Santo Entierro con la imagen del Redentor reposando en su urna de cristal, otra estampa desaparecida y olvidada.
Cómo no recordar también el célebre Pregón de las Siete Palabras que, en su templo de los Remedios, siempre muy concurrido, pronunciaba el inolvidable Padre Arenillas, pregón que mantuvo fielmente muchos años después, cada Viernes de Pasión, al arranque del mediodía.
En 1949 la E.A.J. 46, ‘Radio Ceuta’, aún en su plena época dorada, se volcaba con la Semana Mayor. Un completo y ambicioso despliegue de emisiones acercó en directo durante quince días hasta sus estudios de la calle Alfau a todas las cofradías, al tiempo que sus profesionales, junto con otras voces aficionadas, ponían en antena diversas dramatizaciones piadosas. También los saeteros, tan abundantes por entonces, desfilaban por su salón ‘cara al público’. Una ambiciosa producción radiofónica que contempló igualmente, en riguroso directo, las retransmisiones del Pregón Oficial, el de las Siete Palabras y el desarrollo de las procesiones del Viernes Santo. Alma de aquel despliegue radiofónico fue José María de Pereda, uno de los mejores profesionales que ha conocido la emisora decana.
En más de una ocasión hemos reflejado en estas páginas el hervidero de gentes en que se convertían nuestras calles un Jueves y Viernes Santo. No sólo de ceutíes sino de tantos foráneos llegados del vecino Protectorado. La gestión de Ramón Buesa, presidente de la Junta de Cofradías, permitió la puesta en servicio de un tren especial que, partiendo de Tetuán a las dos de la tarde, posibilitaría a muchas personas de la zona vivir y disfrutar de nuestras procesiones, y es que el renombre del que gozaban no escapaba a nuestros vecinos compatriotas.
Aún más. Valga el también curiosísimo detalle de la presencia, aquel año, del mismísimo Jalifa de la Zona, Muley el Mehdi, para presenciar esas procesiones del Viernes Santo desde el ventanal principal del desaparecido Centro Hijos de Ceuta.
Entrañables recuerdos los de aquellas semanas de Pasión de la época. Austeras al máximo y carentes de costaleros con la mayoría de sus pasos movidos por ruedas a bordo de un chasis con su sillón y volante. No quiero pensar que algún momento pudiésemos volver a aquello por la falta de costaleros. Podría ser, me temo, el principio del fin.
Quizá en nuestras procesiones algunos sigamos hoy echando de menos la de la Santa Cena, de obligada presencia en tantísimas ciudades de la otra orilla. Comenzó a hablarse de ella precisamente en 1949. La hermandad del Santo Entierro abrazó con entusiasmo el proyecto bajo las directrices de Francisco Ros Montiel, el hermano mayor de la cofradía y propietario de un conocido establecimiento de ultramarinos del Paseo de las Palmeras. “El próximo año podría ser realidad”, manifestó en nuestras páginas. Un hermoso deseo que, desgraciadamente, se quedó ahí para siempre.
Entretanto, en Hadú, comenzaban a reunirse una serie de jóvenes para tratar de crear la hermandad de la Encrucijada, iniciando la redacción de sus primeras reglas. Tres años después llegarían las imágenes de sus titulares y con ellas, por fin, el arranque de esta popular y querida hermandad que sigue teniendo su sede canónica en la iglesia de San José.
Por su parte la cofradía del Nazareno adquiría en este 1949 la imagen de su virgen de La Esperanza, al tiempo que aspiraba a un nuevo Cristo, el de Pineda Calderón, para cuya materialización habría que esperar aún una década.
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