Mi colaboración del pasado domingo contenía frases como estas: “Basta presenciar cualquier concurso televisivo para comprobar cómo se está perdiendo algo tan fundamental como es la cultura general”, o “Creo que las leyes educativas que vienen rigiendo la enseñanza en esta época dejan demasiado que desear”. Eso lo escribí sin haber tenido conocimiento todavía de lo sucedido en las oposiciones para ocupar plazas de Maestro convocadas por la Comunidad Autónoma de Madrid.
Según se ha hecho público el pasado viernes, en tales oposiciones, a las que se presentaron unos 14.000 licenciados universitarios, sólo alrededor de 1.900 –un 13,6%- lograron pasar la primera prueba, “Conocimientos generales”, con preguntas que se supone deben poder contestar alumnos de 12 años. Faltas de ortografía (“anbito”, “Nabarra”, ”Madriz”…); disparates geográficos (el Ebro o el Duero pasan por Madrid, el Guadalquivir discurre por provincias que nunca lo han visto, Albacete o Murcia pertenecen a la Comunidad de Andalucía…); errores zoológicos (las gallinas son mamíferos, los caracoles crustáceos…) constituyen un breve muestrario del grado de ignorancia que afecta a muchos de los examinandos. Y lo peor es que entre ellos había interinos que ya daban clases, a los cuales se les otorgaba por tal circunstancia una puntuación que, al final, obligaba a otorgar plaza a quienes no llegaban al aprobado en conocimientos, mientras que otros opositores sin esa ventaja quedaban fuera, pese a obtener una alta nota.
La Comunidad madrileña ha decidido este año dar mayor importancia a los conocimientos que a la supuesta experiencia de los interinos, lo que está provocando protestas sindicales.
En definitiva, una incuestionable demostración de mis afirmaciones sobre la creciente pérdida de la cultura general y sobre las deficiencias de nuestras actuales leyes educativas, tan defendidas desde la izquierda y tan necesitadas de cambio.
Pero la noticia por antonomasia de esta semana es la referida a la elección del nuevo Papa. Desde que Benedicto XVI decidió renunciar, todo un ingente cúmulo de comentarios y cábalas se había desatado en los distintos medios informativos, desde aquellos que se limitaban a reflejar cuanto iba sucediendo a los que se dedicaron a atacar e incluso tratar de ridiculizar a la Iglesia Católica y a sus más significados miembros. Una crítica despiadada, reflejo de esa especie de odio que, desde ciertas esferas del supuesto progresismo, se tiene a la religión que profesa la gran mayoría de los españoles, sin duda porque supone un obstáculo para muchas de sus disolventes ideas. Artículos, editoriales, chistes de mal gusto, todo ha sido válido –y sigue siéndolo, por lo que se ve- en ese persistente intento de difamar.
Más por encima de tanto fango, la realidad es que ya tenemos nuevo Papa, el hasta ahora Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Javier Mario Bergoglio, argentino de ascendencia italiana, que ha decidido tomar el nombre de Francisco. Por primera vez en la historia, hay un Papa tocayo mío. Y es que S. Francisco de Asís es todo un ejemplo de santidad, de humildad y de entrega a los demás, algo que, según se informa, ha venido ejerciendo el nuevo Papa durante toda su vida religiosa. Jesuita, con lo que ello significa, pero también de espíritu franciscano, siendo Cardenal viajaba en Metro o en autobús, no quiso vivir en Palacio, se ha acercado siempre a los más desfavorecidos, y no es amigo de la pompa, aunque ahora tendrá que ceder un poquito en ese aspecto. Un hombre de Dios que, en su presentación ante el mundo, dirigiéndose a la multitud que llenaba la Plaza de S. Pedro, ha conseguido captarse el afecto y la admiración no solamente de los católicos, sino de muchos que no lo son.
Que la Divina Providencia lo ilumine para llevar con mano firme el timón de la barca de Pedro en estos difíciles tiempos materialistas, llenos de soberbia y de individualismo, hasta lograr un mundo recristianizado, más justo y solidario, sin olvidar que lo más trascendente son las almas. Como antiguo alumno salesiano, siempre recordaré aquel atinado lema de Dom Bosco: “Da mihi animas, cetera tolle”. Dame almas, quédate con lo demás.
Lo ha dicho ya el Papa Francisco: la Iglesia no puede limitarse a ser una ONG piadosa.
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