Hace nada en las redes ha saltado- una vez más- la polémica de la gordofobia. En esta temporada la traca ha estallado por una silla sopesando un internauta si podía soportar el peso- o no- de un cumpleañero fornido en carnes.
En épocas prehistóricas la mujer era diosa y enormemente obesa con cantaros por pechos y caderas rebosantes de haber parido a mares. No sé si es ejemplo conciliador, pero para mí mucho más liberador que los corsés clavados en las costillas desplazando tripas o tragar vinagre para estar blanquita.
Las modas sí que nos astillan la conciencia, malogrando nuestro presente para hacernos creer feos o -lo que es muchísimo peor- diferentes a lo que la regla impone, porque como clan parecemos obligados a ir uniformados por décadas.
Ahora que las identidades cabalgan solas pareciendo que cada uno puede ser lo que quiera, aún hay bocazas que patentan su miedo e inseguridad en un pandero gordo como el mío o en mi madurez o en mi invisibilidad. Porque para muchos solo soy una silla. No me importa, la verdad. Si naciéramos con la cabeza de una de cincuenta, ya les digo que la vida nos iría muchísimo mejor, porque todo me parece transitable y nada lo suficientemente grave como para alterar mi sistema nervioso, con la excepción que confirma la regla del cuarto de mi hijo adolescente.
"Una vez que se ha mirado a la muerte y ves que solo el vacío existe tras la puerta, la memez de algunos, su poca paciencia o que te arremetan porque ya no eres fértil o bonita o delgada es lo de menos"
Una vez que se ha mirada a la muerte y ves que solo el vacío existe tras la puerta, la memez de algunos, su poca paciencia o que te arremetan porque ya no eres fértil o bonita o delgada es lo de menos. ¿Hay gordofobia? Yo les respondería que hay hijoputez, pero lo mismo no me dejan publicarlo. Si me dejan, me explayaré porque no hay problema en que una persona esté gorda sino que lo miren como si fuera un bicho raro cada vez que cruza el umbral de su puerta. Y sí que entiendo que hay que estar en el peso correcto, pero también darse desodorante en axilas dadoras de olores rancios en espacios reducidos o llevar la mascarilla sobre la nariz o no molestar a tus vecinos con tus barbacoas a las cinco de la madrugada…Hay tantas cosas más importantes que el peso de una persona que llenaría páginas enteras con ellas. Sé que tiene que ver con la salud, pero matarse a infartos tomando proteínas de botes de dudosa procedencia también o hacer que la vigorexia sea el mantra de turno o que la bobaliconería ventile las cabezas más que el Levante. A mí el aspecto no me importa nada, más allá de que se huela bien y se sea educado. No sé si me entienden, pero que seas más alto o guapo o tu línea vertical más aguda o cómo comes con palillos chinos, no son santos de mi devoción, ni peana en la que asentar a nadie. Sé que ahora sí, porque veo realitys cuando la depre aprieta y los escucho divagar sobre las reglas filosóficas entre maullidos de placer gatuno y cuerpos que ya hubiera querido para ella Bo Derek. También han ganado puntos las estéticas y sobre todos las redes, porque vernos bien- y no digo mentalmente sino con los pechos en su sitio o los músculos implantados- es el totum. Los adolescentes imitan y ahí nos llega la anorexia, los desórdenes alimenticios y el infravalorarse…Es difícil vivir en un mundo que crees lleno de gente perfecta cuando solo tienes dieciséis. Cuando ya tienes mi edad, los ojos bizquean y la mente se vuelve tan activa y fértil como los ovarios caducos y crédulos. Es una suerte que no te importe cómo deriva el culo con ganchillos y libros acumulados, cómo los pechos bambolean en la buena vida, ni cómo los paseos por la playa con tu perro no planchan tus arrugas. Vitalismo le llamaría yo, pero tiene bastante más de pasoteo que de ninguna otra cosa. Lo cierto es que cuando no te miran como antes o te atacan por ser lo que eres, la cabeza fría es la que te saca de todos los males y esa sonrisa de “vete a freír vendavales”. Igual que antes lo hacían tus piernas fuertes o tu lengua viperina en los tiempos en que los hombres eran del Paleolítico y vociferaban supuestos cumplidos soeces a más no poder en mitad de la calle, para resaltar tu belleza general, que se querían acostar contigo o que no sabían cómo hacer para que les hicieras casito. Definitivamente, el ganchillo y el perro ganan por aplastante mayoría.
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