El negocio explotado por las organizaciones dedicadas al tráfico de hachís a pequeña escala está cuidadosamente preparado. Al detalle, hasta el mínimo asunto es controlado para burlar los controles de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Desde que la presión ejercida por los culeros diera pie a la explotación de un mayor número de operaciones (las últimas que ha desarrollado la UDYCO han ido orientadas a la desarticulación de este tipo de redes tras informaciones obtenidas de la detención de pasadores en el puerto y la Guardia Civil mantiene investigaciones abiertas sobre otras tantas), se han ido adoptando pequeños cambios, variantes que persiguen un único fin: conseguir que la droga llegue al otro lado del Estrecho para ser distribuida en los distintos mercados de abastecimiento.
Los hombres y mujeres que son captados para la realización de este tipo de pases a pequeña escala son cuidados por la organización para salvaguardar la mercancía que portan. Las redes disponen de su propia red de traslado, una miniflota de vehículos que se encarga de garantizar la recogida del culero en Algeciras, su traslado a Ceuta y su posterior recogida. Son siempre los mismos conductores, personas que también participan indirectamente de este negocio pero cuyo papel es solo garantizar el traslado de la droga que portarán otros individuos.
Se ha tenido constancia de la presencia de los mismos individuos que embarcan y desembarcan, sirviendo únicamente de ‘taxistas particulares’ dispuestos por la organización que debe controlar el destino de la mercancía. Su papel dentro del organigrama de la red existe, pero salvo que se le pueda vincular con los pases llevados a cabo, con la prueba servida en bandeja para los jueces, su detención es imposible.
Ha habido casos en los que se ha detectado el embarque y desembarque de vehículos que disponen de dobles fondos. No se ha encontrado mercancía en su interior, no se le puede relacionar con acto delictivo alguno, pero se presume su implicación en delitos de tráfico de drogas.
Las investigaciones que han reventado tanto la Guardia Civil como la Policía Nacional, en materia de narcotráfico, dejan siempre en evidencia la existencia de organizaciones con papeles bien distribuidos. Desde los que directamente ‘tocan’ la droga, hasta quienes la manipulan, cargan o ayudan a trasladar. Y en medio de todos ellos, los ‘aguadores’, esos enlaces que se apostan en el entorno de las viviendas en donde se oculta la droga con la única función de alertar a quienes la esconden si detectan la presencia de fuerzas de seguridad en el entorno. En buena parte de los casos, se trata de adolescentes: ganan un dinero por su ‘inestimable colaboración’ pero a su vez empiezan a ser captados por las organizaciones para su posterior implicación activa.
En el último informe presentado por la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC) al Defensor del Pueblo Andaluz, José Chamizo, se advertía precisamente de la mayor presencia de culeros y la reactivación de la línea de trasvase de droga a pequeña escala que se estaba llevando a cabo entre Ceuta y Algeciras. La asociación puso el grito en el cielo por la presión que estaban sufriendo los agentes debido al volumen de detenidos, pero también advertía del aumento de víctimas: jóvenes que ven en la ocultación de bellotas de hachís una manera de ganarse la vida sin tener en cuenta las consecuencias vitales que esta práctica acarrea.
Hace un mes, un joven de Madrid entró en coma debido a la ingesta de bellotas. Finalmente salió adelante, pero otros no lo han podido contar.