1 de diciembre de 1955, los cimientos del establishment del American way of life empezaron a derrumbarse en un triste autobús urbano de la ciudad de Montgomery (Alabama).
En el interior, sentada en una roída banqueta de negro skay, una mujer de 42 años llamada Rosa Parks se negó a cederle su sitio a una persona de raza blanca. El conductor la interpeló y acabó arrestada, cumpliendo una pena de prisión por perturbación del orden público. Paradójicamente, para las adeptas del Ku Klux Klan y afines, aquello fue el comienzo del fin de una época heredada de los tiempos en los que la esclavitud primero fue legal, luego tolerada y, finalmente, quedó incrustada en el modus vivendi estadounidense. El “esto siempre ha sido así” suele conllevar estas lacras.
Bueno será recordar que en aquella época, en muchos estados de aquel gran país, las negras no podían compartir con las blancas cosas tan básicas como los servicios o las escuelas. Tampoco deberíamos olvidar que la relación de negras con blancas podía llegar a ser un delito penado con cárcel.
Tras la encarcelación de Rosa Parks se inició una campaña de protesta en contra de la segregación racial. A la cabeza de ese movimiento se situó un joven pastor bautista, negro y francmasón, que apeló al boicot de la empresa de autobuses. De este modo, Martín Luther King y otras activistas lograron que la población negra dejase de viajar en autobús durante 381 días, empleando medios alternativos como compartir coches propios, por ejemplo. En 1956, recurso tras recurso, la Corte Suprema de los Estados Unidos declaraba finalmente inconstitucional la segregación racial en el transporte.
Esa protesta encendió la mecha de otras muchas donde activistas, negras y blancas, fueron asesinadas por el simple hecho de querer hacer valer la igualdad. De estos crímenes, el que quizás más se recuerde es el del propio Luther King, el 4 de abril de 1968, en la sureña localidad de Memphis (Tennessee). Se había desplazado a esta ciudad para apoyar a las trabajadoras afroamericanas del sector de la recogida de basura que -contrariamente a sus compañeras blancas- no cobraban los días que las inclemencias meteorológicas les impedían trabajar.
Luther King dedicó su vida a erradicar los injustos privilegios que tenían unas personas sobre otras, y no precisamente por capacidad o méritos. Era una clara causa de justicia social. Hoy todas aseguraríamos sin temor a equivocarnos que se ha superado este tipo de situaciones en el llamado primer mundo. Y, sin embargo, en ello andamos todavía.
Evidentemente, ya no existen bares o asientos del transporte público exclusivos para blancas. Aquí, la exclusión es mucho más sutil y más peligrosa porque se encuentra perfectamente interiorizada, aceptada y muy minoritariamente combatida.
La situación de las mujeres en las distintas sociedades es un claro ejemplo de exclusión. Sueldos más bajos para iguales trabajos, baja o nula presencia en puestos de representatividad y decisión y, para las eternas escépticas, confirmo que las cifras son brutalmente tozudas.
Según datos de la oficina de estadística de la Unión Europea (Eurostat), las españolas hemos cobrado una media del 15% menos que nuestros compañeros, para el mismo trabajo.
Pero ahí no acaba la historia. Una mujer con hijas tendrá muchos más problemas que un hombre para conciliar su vida personal y laboral. Lo mismo ocurre con respecto a los ascensos o la dedicación al trabajo. Desgraciadamente, lo de “la mujer en casa” no sólo sigue siendo un clásico en este primer cuarto del siglo XXI, sino que lo contrario está mal visto y peor entendido. A una mujer se le exige que su familia sea la extrema prioridad por encima de aspiraciones laborales. ¿Ocurre también con los hombres? Intente invertir los roles. ¿A que siempre le dirán que no es lo mismo? Fin de la cita.
En torno a las muertes por violencia machista, los datos son aún más abrumadores. A 30 de noviembre, se habían cometido este año un total de 57 asesinatos. ¿De verdad necesita más explicaciones? ¿No le parece que carecemos brutalmente de medios humanos y materiales para proteger a las mujeres de una muerte segura? ¿Es que tenemos que llegar a las 2746 mujeres asesinadas de Méjico para hacernos oír? Demencial.
Claro que, en un país en el que la víctima de una violación tiene menos credibilidad que los violadores (soporte audiovisual incluido), nos podemos esperar cualquier cosa. Deberíamos detenernos en estas situaciones dignas de otros tiempos y pensar qué ocurriría si a un joven lo agrediesen sexualmente 5 impresentables. ¿También iría provocando por pasearse solo por la calle? Pues eso…
Otro horizonte.
Decía Amparo Rubiales en una entrevista concedida a El Faro de Ceuta, que a la mujer –en este caso, la que se dedicaba a la política- se la juzgaba por su aspecto físico, su ropa, si repetía vestido o traje, si combinaba bien el atuendo, al tiempo que se le radiografiaban todos sus comportamientos, hasta el tono de su voz. Pero sólo era al final, muy al final, cuando se analizaba la gestión. Afirmaba que con los hombres el criterio era diferente. Lamentable.
Visto lo visto, estos tics reaccionarios y totalitarios sólo podrían cambiar si tomásemos conciencia realmente de que Feminismo significa Igualdad. Simple y conciso. El resto, rancio y casposo, es justificar lo injustificable y aceptar que el sexo femenino es considerado de segunda clase y, en no pocas ocasiones, de tercera.
Parafraseando a Martin Luther King, todas debemos soñar con un país en el que nadie sea objeto de discriminación por su sexo. Pero eso, amigas, no se regala.
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene pero si lo de Rosa Parks le produce un mínimo de empatía, recuerde que no sólo vivimos rodeadas de millones de Rosa Parks sino que, lo que es peor, su sufrimiento es absolutamente anónimo y transparente y su lucha despreciada, cuando no silenciada. Como verá, tenemos algo más que cuentas pendientes con el concepto de Fraternidad.
Decía Albert Camus que cada vez que un ser humano es encadenado, estamos encadenados a él. La Libertad debe ser para todos o para nadie.
En unos tiempos repletos de autobuses segregacionistas tan internamente anclados en nuestros domados subconscientes, bueno sería releer al Premio Nobel en primera persona. Por dignidad.
Y todavía habrá quien que se pregunte por qué el H2SO4 se escribe en femenino.
Nada más que añadir, Señoría.