Categorías: Opinión

Cucarachas para la cena

Cuando llega el verano, parece que el cuerpo recuerda los muchos anteriores que le han pasado por encima, las experiencias bajo el sol, el sonido de las olas o ese amor , que nos hizo escalar el cielo o descender hasta los infiernos. En verano, te enamoras o no tienes quince años, también ves tu primera cucaracha y la pisas o la envenenas con insecticida , porque crees que eres superior a ella y que es mero parasito de la casa, que ves como tuya…Pero ahora, cosas de la crisis y de lo jilis que somos, las casas, mal que les pese a muchos , no son más que de los bancos que nos las fiaron y nosotros , cucarachas intrépidas, que zigzaguean por la vida , buscando cómo pagárselas.
Algunos veranos- a algunos desgraciados- nos da por pensar, será la orilla del mar o esas eternas vacaciones, lejos de todo y todos, que nunca nos da el bolsillo para comprárnoslas y regalárnoslas , añorando otros mares y otras playas, desde nuestra conocida localidad , sufrida y ya no admirada , cuando muchos darían los dos brazos por poderse quedar,  cuando se les acaban, los días de asueto.
La e-coli de este año, aún sin llegar el estío, puso en jaque a medio mundo y solo porque habían muerto muchos que la ingirieron, sin enterarse-ellos los mandamases, qué más les da- que muchos otros se quedarían sin empleo, muriendo –socialmente- a plazos más lentos.                                                                                                                                   
Inventamos lo ininventable, machacamos al planeta lo que se nos da la real gana , como si fuéramos sabios locos dispuestos a cambiarlo, no todo a mejor, sino a jorobarlo todo definitivamente,  y nadie nos para, porque no hay un extraterrestre bueno que nos mire desde arriba , porque se hartó de mares fenicios, en uno de esos veranos infinitos del estrecho, esos que ahogan a tantos infelices, sin que nadie ponga – ya-un poco de cordura , en este triste y agónico planeta.                                                                                  
En algunos veranos, en Tarifa , hace lustros,  los Jiménez del oso y los Benítez inflamaban las estanterías y usaban las pantallas, de esas televisiones de cajones de patatas,  para darnos imaginación y hacernos ver irrealidades cotidianas, consiguiendo que la gente se echara a los campos en la anochecida y se acercara a los márgenes de las olas , mirando al cielo, mitad – los corazones-llenos de incertidumbre y mitad de esperanza , porque le habían dicho que un ovni, se deslizaba en el cielo.                                                       
Yo nunca vi uno, y mira que miraba, tampoco caté fantasmas, ni casas embrujadas, lo más , mi propio miedo a la libertad, a dar un paso más al frente , sin saber si lo que me aguardaba , que , con el paso del tiempo,  he descubierto que no era sino un precipicio conformado,  solo para mí.
Nunca dio un paso al frente para tirar por el precipicio , Maribel , mi compañera de estudios, homófoba y estirada, criticadora de mariposas cárnicas , bañadas por la permisividad de  los afanes de Cortadura, reidoras, como las gaviotas, de lo que era compañía, salubridad mental y carreritas hacia las olas, que las recibían con esmero de esperadoras y tragadoras de sueños infinitos.                                                                                
Y eso es lo malo, que el mar se ha acostumbrado a tragarse veranos, transitadores, bebés morenitos y gente que solo quiere trabajar, en países , que ya no necesitan carne de cañón para sacar patatas del campo , porque los recogedores –ahora- son de la tierra y están tan pelados como ella.
Hay veranos que se te quedan en el alma, grabados a fuego como ese sol que te achicharró la espalda o el que te despellejó los pechos y que te hacen revenir ideas inciertas de traiciones y desesperanzas, porque eres carne de mariposas y sientes que por eso te molestaba el ceñido fuño de disgusto , de la de la cara de cucaracha y que por eso dejaste de tomar café con ella y miraste para otra playa y allí se quedó sola, incorporada a medias –recelosa y amargada-en su toalla.

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