Mientras limpia el cristal de una de las neveras de su establecimiento, uno de los comerciantes chinos que hicieron cuarentena voluntaria durante 14 días, recuerda las dos semanas recluidos en casa junto a sus dos hijos. “Llegamos, cerramos la puerta y no salimos para nada. Excepto para la comida, que pedíamos a nuestros familiares para que nos la trajesen. Nos la dejaban en la puerta y, cuando se iban, abríamos y la cogíamos”.
Cualquier precaución era poca para tratar de llevar una rutina estricta que evitase que pudiesen contagiar a los vecinos, u otros familiares, un coronavirus que se originó en el país asiático y que ellos nunca contrajeron.
A pesar del confinamiento voluntario, los que mejor se lo pasaron fueron sus hijos. “Con sus juguetes y sus películas de dibujos. Como tienen muchas cosas en la casa, no se aburrieron tanto. A veces querían salir a jugar con sus amigos”, admiten. Preguntados por cómo llevaron ellos esas dos semanas, contestan con resignación: “Todos más tranquilos”.
Es una mañana relajada en la que entran sus clientes habituales, los cuales se encontraron, en las primeras semanas de febrero, un cartel que indicaba que estaba ‘cerrado hasta el día 19 de febrero’. “Cuando fuimos a China, pusimos un cartel de cerrado hasta el 5 de febrero, pero al volver pedimos a un amigo que pusiera otro cartel con el nuevo día”.
Los vecinos, dicen tras volver a abrir, les “echaban de menos”. Les atienden, hablan con los más habituales largo y tendido, mientras uno de los dos continúa limpiando y adecentando un local que, en la reapertura, se encontraron hecho un desastre.
“Todos los productos nos caducaron e incluso tuvimos fugas de agua. Nos llevó dedicarle mucho tiempo a la limpieza y a la reposición de todos los productos. Todavía seguimos limpiando”, comentan. La peor factura fue para los productos que se encontraban congelados.
Aunque reconocen que las ventas en febrero han bajado, se apresuran a matizar que no es por culpa del coronavirus. “Es febrero. Todos los años pasa igual en estas fechas”.
Este miércoles fue la vuelta a la normalidad de estos dos comerciantes chinos, que también lo ha sido para sus hijos, quienes al salir del colegio decían que los días de regreso habían sido “sus mejores días”. Los maestros de los niños también “entendieron nuestra postura”, explican.
La decisión la tomaron tras viajar a China para celebrar el Año Nuevo con sus familiares. Eso sí, en una localidad oriental del país y a cientos de kilómetros del origen del foco, detectado en la ciudad de Wuhan el pasado diciembre.
A su vuelta, hicieron escala en Holanda, donde “nos tomaron la temperatura” y, al ver “el miedo que causa la gripe”, prefirieron pasar aislados el periodo de incubación del virus. Tras no tener síntomas, volvieron a retomar sus vidas.
Una vuelta en la que, a pesar de dispararse las ventas de mascarillas y geles antisépticos en los últimos días debido a los nuevos casos conocidos en Italia, no han visto entrar a ninguna persona con una mascarilla puesta.
La suya no fue la única experiencia voluntaria de aislamiento. Una de sus familiares, también residente en Ceuta, decidió pasar la estancia de 14 días sola, en su caso en Málaga, al enfrentarse a la misma situación que ellos: volvía del Año Nuevo Chino y prefirió ser cauta.
Algunos asiduos, trabajadores de la zona, compran tentempiés para aguantar la jornada. Otros charlan, preguntan a los comerciantes por la familia y bromean con ellos sobre algunos productos. A uno de ellos, incluso, ya le llaman “abuelo”, con el que se quedan hablando un buen rato. Ninguno de los consumidores les pregunta en ningún momento por el tema de actualidad. Les saludan, les dan la mano, se intercambian preguntas personales. “Tenemos clientes muy fieles, la verdad”.
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