La vida suele vivirse sin aprovechar a fondo todo lo que nos ofrece para la mejora de nuestra calidad humana.
Suele ser frecuente considerar que la vida se nos ha dado para vivirla para uno mismo, sin pensar que, al mismo tiempo, hay multitud de gente que también ha recibido la vida y que también cada una de esas personas vive con un mismo fin, aunque la forma en que cada cual se comporta en la vida tiene rasgos propios, personales, generados por la propia voluntad. Somos muy diferentes, unos de otros en cualquier parte del mundo, a pesar de que hemos de hacer que nuestra vida, la de cada cual, ha de cumplir unos fines muy semejantes. Podremos ir bien vestidos o, por las causas que sean, mal vestidos y sucios, pero nuestra alma, la de cada cual, debe cumplir unos objetivos similares.
Esa realidad de la vida obliga en conciencia a prestar ayuda a quienes la necesitan; y puede añadirse que todos la necesitamos. Los más poderosos pueden tener sus defectos - a veces bastante importantes -y es una obra de caridad hacérselo notar y prestarles la ayuda que necesiten. Y no sólo es una obra de caridad sino que es una obligación objetiva porque esa forma de proceder puede estar haciendo daño a mucha gente. Unos gobernantes, de cualquier país, tienen una grave responsabilidad y hay que hacerles ver, por procedimientos razonables, los defectos que necesariamente deben ser corregidos. No se trata con esas indicaciones de promover revueltas; esa es otra cuestión bien distinta a la de preocuparse del bien moral de las personas; que es de lo que aquí se trata.
Es cierto que la vida nos presenta, a todos y a todas, unas exigencias materiales muy variadas pero que, en general, se configuran como subsistir materialmente en las mejores condiciones posibles y ello lleva a unas diferencias personales muy importantes y que crean unos niveles de calidad material de vida muy diferentes. ¿Esto tiene que enemistar a unos con otros, cuando hemos nacido, sin embargo, para un mismo fin; hacer que las almas de todos se unan en la gran misión de hacer el bien en el mundo? Desgraciadamente hay que admitir que sí se ha olvidado, o no se considera debidamente esa misión, con lo que la vida de relación humana que vivimos, prácticamente, no puede considerarse como buena. No es la adecuada a seres con sentido de responsabilidad y sentimientos humanos profundos.
Esa situación obliga a reflexionar profundamente y preguntarse ¿por qué existen y se mantienen esas diferencias materiales y, al mismo tiempo, se le presta tan poca ayuda que tenga su raíz en el espíritu? Toda persona puede hacer algo por el bien moral y material de los demás y como ejemplo puede tomarse la función de la enseñanza. No es lo mismo ser un expositor - más o menos afortunado - de unas materias - de las sencillas y de las complicadas - que entregarse de lleno y con todo cariño a los alumnos, viendo en ellos a personas a las que hay que educar en sus sentimientos y en su capacidad de comprensión de la vida. Son dos tipos de personas muy diferenciadas y hay que desear que todos tengan ese espíritu de entrega a las personas a las que han de enseñar algo más o menos complicado.
No lo dudes nunca en tu vida: cuando veas a alguien que sufre o tiene carencias, dale todo lo bueno que hay en tu alma. Esa entrega personal tiene un extraordinario valor y siempre habrá algún momento en que saldrá a relucir el amor que pusiste en hacer el bien. Relucir ese que no es de fuegos artificiales, sino de un fuego muy intenso del alma que puede que en alguna que otra ocasión se transforme en unas lágrimas, de esas que son un verdadero gozo: gozo del alma, de lo más profundo de tu ser.