De pronto te das cuenta que no hay nadie; aunque estés rodeado de gente, de amigos, de las sombras que salen de todas partes para decirte que están ahí para lo que necesites, que nada más llamar vendrán y te traerán lo que pidas.
Y, cuando menos te lo esperes, verás tu soledad, serán unos segundos en los que repasarás la vida: has bailado entre fantasmas que te besaron, te abrazaron con prisa, con algunos compartiste años, viajes, proyectos. Tú pensaste que eran reales, de carne y hueso. Los viste reir, cenaste con ellos, tuviste hijos, hiciste el amor.
En esta tarde de verano, la soledad llamó a la puerta para decirme que ya se habían todos, se escaparon cuando la esperanza se quedó dormida, cuando la piel erizada notó su ausencia.
Comienzas a quitar máscaras, a recordar las utopías que deberás desmontar si quieres sobrevivir al engaño.
Ayer, mientras mi madre se va consumiendo con los años y las heridas del tiempo ya no cicatrizan, una mano homicida me indica que ya no quedará nadie que te aporte esa energía vital que te hace seguir respirando.
Y nunca más volverán a amarte por mil veces que te lo digan, nunca más confiarás ciegamente, nunca más volverás a formar parte del teatro.
Mendigarás, te darán unas monedas, te dirán que sois su media naranja...y volverás a escuchar a las sirenas de Ulises que querrán ahogarte en la mar embravecida por la tormenta.
Haruki Murakami se me acercó al oído y, sin abrir los labios, dibujó mi yo más profundo:
“Sé por experiencia que, en la vida, sólo en contadísimas ocasiones encontramos a alguien a quien podamos transmitir nuestro estado de ánimo con exactitud, alguien con quien podamos comunicarnos a la perfección. Es casi un milagro, o una suerte inesperada, hallar a esa persona. Seguro que muchos mueren sin haberla encontrado jamás. Y, probablemente, no tenga relación alguna con lo que se suele entender por amor. Yo diría que se trata, más bien, de un estado de entendimiento mutuo cercano a la empatía”.
Haruki Murakami.
Sauce viejo, mujer dormida