Se llama Mostafa. Profesor y marroquí. Una vida sin problemas hasta que “hace tres años” se convirtió al cristianismo. “Creí en esta religión y comencé a aplicar sus enseñanzas en el culto, el comportamiento y el trato”, explica. Primero llevó esa conversión en secreto, en una sociedad en la que “no podía abrazar otra religión que no fuera la musulmana”. Después, llegarían los problemas. “Mi entorno primero no lo aceptó, lo consideró un defecto. Repudiaron cualquier conexión conmigo. Se negaron a hablarme, me convertí en un criminal”, confiesa a El Faro.
Su trabajo como profesor también se puso en peligro. “El director de la institución donde yo trabajaba habló con los padres y alumnos. Presentaron una queja a la dirección, después al Ministerio y ante una junta disciplinaria por cargos de incumplimiento del deber profesional. Era como si estuviera amenazando la seguridad espiritual de los estudiantes, siendo un peligro para sus creencias y pensamientos”, añade.
Mostafa denuncia el “hostigamiento” que se amplió a alumnos y familiares y que derivó, después, en advertencias e intentos de agresión que nunca ha denunciado en Marruecos porque tampoco se atrevía a dar un paso que pudiera acarrearle mayores problemas.
Ahora explica que su vida se mueve sobre una eterna amenaza pero que tampoco puede cruzar a Ceuta para solicitar asilo. Su caso no es el único. Es casi idéntico al de Issam, otro ciudadano marroquí que también quiere pedir asilo pero se encuentra en la imposibilidad de llegar a la oficina en el Tarajal.
“No sabemos cómo llegar, la Policía de Aduanas no permite el acceso, nos piden documentación, una visa. Si necesitamos protección y no llegamos, ¿cómo la podemos tener?”, se pregunta. “Tal vez tendremos que arriesgar nuestras vidas en el mar para llegar al destino español y buscar asilo”, se lamenta.
Las situaciones narradas en ambos casos son conocidas. Con motivo de la visita del Papa Francisco a Rabat se escribieron varios artículos que recogían historias como las de Mostafa e Issam, historias de conversos atrapados y sin posibilidad de trasladar sus casos para solicitar una protección.
Las asociaciones creadas en Marruecos para defender sus derechos son ilegales por lo que sus reclamaciones se mueven en el terreno de la clandestinidad. Huir a Ceuta para pedir protección no es reto seguro. El paso fronterizo del Tarajal está cada vez más blindado para los ciudadanos de Marruecos a los que se les exige todo tipo de documentación para entrar en Ceuta. Las restricciones impuestas por la administración central les afectan hasta el punto de rozar la incongruencia de no poder acceder a la oficina de asilo que se situó en la frontera precisamente para recoger las peticiones.
Pero nunca ha tenido utilidad ni ha servido para ello porque desde su inauguración ni una sola persona ha pedido asilo. Cuatro años hace que se inauguró con la presencia del que fuera ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, erigiéndose en un auténtico fracaso en la política del Gobierno de cara a la atención a los inmigrantes que quieren solicitar algún tipo de protección en el primero territorio español al que pueden llegar, Ceuta.
No hay muchos datos oficiales en torno a esta realidad. Según publicó El Confidencial, los cristianos marroquíes se cifran en 9.000. Aunque no son datos concretos porque no hay manera de trabajar y abordar el tema con la oficialidad debida. Tampoco de vivir esa religión de una manera pública como lamenta Mostafa.
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