Opinión

Cuando lo novedoso no era tan placentero

Es evidente que cuando se viene a este mundo no se elige el momento ni el lugar, y pensándolo bien no se sabe si eso es una ventaja o un inconveniente para quien nace; más bien es una irresponsabilidad de quienes lo deciden, que son los papás.

Desde luego que es un atrevimiento, casi un abuso, traer al mundo a un ser tan impertinente, tan ignorante, tan desvalido… tan absurdo, y sobre todo para tener que situarlo en un punto de un camino del que no se conoce ni el origen, ni lo largo que es, ni por cuanto tiempo, ¡ Vaya faena! Además por ese camino sólo se puede avanzar en una sola dirección y en un solo sentido, que es hacia adelante y no se puede retroceder. Pero es que hay más, te enfrentan a una realidad tan inmensa que seguro que nunca llegarás a conocer por completo, carencia por la que siempre, mientras vivas, estarás angustiado; y si esto fuera poco, formarás `parte de un grupo que es fuente constante de necesidades que son ineludibles imperativos que hay que satisfacer contra viento y marea para mantener las funciones vitales que aseguren la supervivencia de la especie (que por otro lado mantiene claro parentesco con los monos) que son necesidades comunes a todos los animales. Satisfechas éstas, y ahí está la diferencia con las demás especies, en la humana, aparecen otras necesidades no menos inquietantes que llamamos deseos, que nos son exclusivos y que están modelados, incrustados, desde tiempo ancestral en la cultura de los pueblos y que son cualidades adquiridas de moralidad y honestidad arraigadas por los usos y costumbres.

Todo lo que se desea en este ámbito de moralidad y honestidad, se reduce a tres objetivos principales: 1) Hacernos preguntas, incesantes preguntas, a querer saber, y saber más, a entender las causas, incluso las primeras causas de la realidad que nos rodea, de todo lo que acontece…..

2) Atemperar los deseos, es decir, a dominar las pasiones que los deseos generan y a crear los hábitos de posible virtud que proporcionen sosiego y templanza al alma (para algunos al espíritu). Los medios que sirven para estos dos objetivos proceden de un concepto muy abstracto que se llama voluntad de vivir, que es ese común, irresistible y “misterioso” impulso consustancial con la esencia y la naturaleza humana, y por tanto inherente a todos los humanos sin excepción y de lo que no pueden desembarazarse.

Sin embargo aparecen otros deseos, estos conscientes y graduables por el libre albedrío, que tienden a que se pueda vivir con cierta confianza y seguridad y que ayudan a conservar la salud corporal para seguir viviendo. Los medios para conseguir estos objetivos residen principalmente en las cosas externas y se han llamado, desde siempre, bienes de la fortuna; bienes que no pueden ser controlados por la propia voluntad y que suelen ser arbitrarios, contingentes y advenedizos, y por eso pueden afectar a todos los mortales, tanto a los más necios como a los más sabios…..

Llegados a este punto de admitir una existencia tan singular y tan compleja como la humana, merece la pena ahondar en ella, ponerla en valor y considerarla como un eslabón importante en la cadena causas-efectos de la realidad, y así llegar hasta el origen (ad infinitum), hasta donde llegue nuestra capacidad de entender y por tanto de saber, hasta la “última causa eficiente”, hasta ese punto donde nuestra aliada, la razón, se hace tan pequeña, tan débil, que honestamente decide abandonarnos en nuestro afán de saber. Pero el impulso adquirido(cualidad fundamental humana) impide que se interrumpa, que desaparezca el deseo de saber, de saber más, siempre más; ésta es la primera exigencia de la intransigente voluntad, causada por un deseo que es a la vez el efecto causado por otro momento de la voluntad, y así de nuevo hasta el infinito. Es la primera, la más potente perturbación del ánimo la que produce la incapacidad de conocer la causa primera de la existencia de la realidad (por ahora en límite del conocimiento). Ya buscaron los abuelos de Aristóteles, y el mismo sabio, sin éxito, y seguimos buscando ahora, también sin éxito, el primer motor que “solito” puso en marcha el Universo.

Si aceptamos que el único sentido de la vida sea simplemente llegar al final y aunque sepamos que el anhelo por vivir surge desde lo más profundo, desde nuestra constitución celular, nuestro cerebro traduce ese impulso en un nuevo concepto exclusivamente humano y lo llama “motivo”. En cualquier caso, llámese causa, impulso o más humanamente motivo, es lo que nos hace vivir, llegar a la meta …… en definitiva una vana finalidad. Y aún así insistimos en indagar por si apareciese otro objetivo, todavía oculto, que abriese otras expectativas. Y si eso, hasta ahora no lo hemos conseguido, habrá que intentar averiguar más, saber más, seguir haciéndonos preguntas….

La inquietud, mi inquietud, me hace reflexionar si el conjunto de la sociedad actual puede perder esa voluntad de averiguar, de saber, de saber más y quede reducida a una masa homogénea, conforme y satisfecha con lo que sabe (con lo poco que sabe) y quede a merced del llamado “SISTEMA” (esto parece el guión de una película de ciencia ficción) que anule las individualidades y someta a la mayoría a los intereses de una minoría egoísta y esclavizante (ya está ocurriendo. La realidad supera a la ficción). Eso supone despreciar la sabiduría…..y debiera darnos miedo.

En pleno siglo XXI, atenuada y casi perdida la pasión por el saber, es evidente una gran parte de la sociedad “distraída” por el señuelo de la trivialidad, tan bien ofrecida y orquestada por el “SISTEMA” (Como en el tiempo de la Conquista de las Colonias cuando el envoltorio de los regalos a los ingenuos indígenas debía ser colorido y brillante, aunque el contenido fuese una bagatela…..)

Puede servir todo lo anterior como preámbulo para mi reflexión sobre “Cómo fue la vida cuando lo novedoso no se hizo placentero”. Podemos retroceder en el tiempo tanto como queramos, incluso llegar a los primeros compases del conocimiento. Allí donde la inquietud primera y más estricta fue la supervivencia; ya, desde esa época remota, en la naturaleza de la vida y en la constitución espiritual del hombre apareció una contradicción: Por un lado la necedad, la escasa inteligencia que al no superar la comprensión de la nueva y cambiante realidad, los hombres se rindieron y fueron fáciles al aturdimiento y a la pereza, al rechazo al esfuerzo. Los perezosos, aquellos que no entendieron la filosofía del esfuerzo, se encomendaron exclusivamente a los dioses que, ignorantemente, ellos mismos habían creado. Les traicionó la creencia. Para estos, lo novedoso, lo que requería esfuerzo para la comprensión no consiguieron hacerlo placentero, sino todo lo contrario….. generaba desconfianza y temor. Al no ejercitar la mente y sólo los músculos, a la vez que más numerosos fueron más débiles y perecieron; lo que se llama una especie extinguida.

Es evidente que los más ávidos, los más resolutivos, los menos acomodaticios, llegaron a ser más inteligentes incorporando el esfuerzo a la actividad productiva hasta el punto de hacerla placentera; superaron las adversidades y progresaron.

Todas las tesis evolutivas confirman la correspondencia entre el aumento de la capacidad craneal en la especie humana con su desarrollo intelectual; incluso se apunta a ese mecanicismo biológico como derivado de aplicar el esfuerzo mental (pensar) a la solución de los problemas surgidos.

Nuestra sociedad actual no está tan lejos de aquellas que se extinguieron…… el pesimismo que lleva a la desesperación está ahí, delante de nuestros ojos. Casi la mitad de la población más joven permanece laboralmente inactiva; la adolescencia estudiante se contagia del pesimismo que supone un futuro tan incierto, y todos caerán en la tristeza, en la abulia, en la pereza…..en el desencanto….

Y se preguntarán ¿Qué sentido tiene caminar? Mejor nos paramos….. da igual.

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