Categorías: Sucesos y Seguridad

Cuando las tragedias de películas suceden en la vida real

 

Lo único que cambiaba era la luz, la diferencia radical que hay entre la oscuridad de la noche y el azul de estos días de septiembre. Porque el guión de todo lo demás era idéntico: mismo decorado, el del Muelle de España, mismos rictus secos de dolor, de tristeza, de resignación entre los espectadores y mismos protagonistas, con su presuntamente malos y sus buenos incluidos.

Pero no se trata de una película, de esas americanas infladas con tragedias, sino de la cruda realidad de lo ocurrido en los dos últimos días: “Estábamos tomando un té en la cafetería”, cuenta una señora al filo de las dos de la mañana, “cuando de repente escuchamos un ‘plof’ muy estruendoso como si algo muy pesado hubiera caído en el agua”.
El ‘plof’ que escuchó la señora, que iba acompañada de familiares y amigos, era el ruido del coche en el que viajaban los hermanos Draoui, Abdelaziz y Moujib-Rahmane, tristemente fallecidos tras una agonía de minutos. “De muchos minutos”, precisa, indignado, Yuril, testigo de lo acontecido. Al momento encuentra la aprobación de Mohamed, de otro Mohamed y de Abdelasi, también ciudadanos presenciales de la tragedia: “No puede ser que el accidente se produzca a las doce y veinte,  y la Policía, los Bomberos e incluso la Autoridad Portuaria que está ahí al lado –señala la sede–  tarden veinte minutos en llegar, y actúen con tanta chulería y de una manera tan poco eficaz”, aseguran, exculpando de la ira, al equipo médico “porque si los hombres no están en la superficie de tierra, dificilmente pueden actuar”.
La terraza de la cafetería Manhattan, donde estaba la señora, sus familiares y amigos, está ahora vacía. Son las doce y veinte, unos hilos afilados de voz se filtran en la lejanía, como alaridos llegados del más allá: “No sé quien gritaba pero yo escuché mucho dolor”, asegura la señora. Termina de hablar y, de pronto, se ve abrazada por una marea humana, de curiosos y de fuerzas de seguridad del estado, y se siente abrumada por la sirena de ambulancias, los gritos de las gentes, las pompas que estallan en la cresta del agua, negra a los ojos de todos porque “ni siquiera llevaban linternas los policías”, denuncian.
La noche se esfuma llevándose todo el dolor posible  –“Muertos”, confirma un policía por teléfono–, después de que el lugar de los hechos permaneciera acordonado hasta cerca de las cuatro de la mañana, y nace un nuevo día con una conversación monotemática en los cafetines de los aledaños del Muelle de España mientras en la barra o en la mesa los clientes comentan la portada de ‘El Faro’, con imágenes e información de la tragedia.
“¿Sabes por qué ha pasado lo que pasado?”, pregunta Mohammed, quien, de inmediato, se responde: “Mira esta señal, aquí pone que el acceso a vehículos se permite hasta las once de la noche, pues el accidente se produjo a las doce y veinte, así que ya está bien de que se cumplan algunas cosas y otras no, porque para poner multas sí que funcionan los policías pero para controlar la seguridad nada de nada”.
A su lado, Laarbi Maateis, presidente de la UCIDCE, también considera que “la seguridad de la zona es escasa y sólo hay que ver cómo por donde están las terrazas de las cafeterías sólo a tres metros está el agua sin que hayan barreras de ningún tipo para evitar que, por ejemplo, los padres estemos muy intranquilos cada vez que venimos con nuestros niños porque se puden caer mientras juegan a la pelota”. Asimismo, Maateis cree que “es hora de que se exijan menos flores como las que están colocadas en la avenida y más protecciones de las que salvan vida porque yo de eso sé bastante ya que, por desgracia, he tenido que venir a este mismo sitio del Muelle de España para recoger cinco cadáveres en los últimos meses y esto no puede volverse a repetir sobre todo porque la solución es bien sencilla”. También pide más seguridad el hermano de los fallecidos, Mohammed, profesor en Tetuán, que, hundido, pidió “más barreras de seguridad”. No obstante, el presidente de la Autoridad Portuaria, José Torrado, indicó que “a lo largo de los últimos meses hemos fortalecido las medidas de seguridad poniendo más poyetes y no permitiendo que se pueda pescar en determinados puntos  de peligro”.
“Aún no me lo creo”, comenta Abdelasi, una de las últimas personas que habló con los dos fallecidos. “Los ví saliendo del Lidl, con una barra de pan, embutidos y zumos para cenar; nos dijimos ‘buenas noches’ y fíjate lo que ocurrió”. Como siempre que se produce un accidente de jóvenes, surge la misma pregunta, la de si habían bebido alcohol o consumido algún tipo de drogas. Los amigos tienen la respuesta: “Eso es imposible, nunca bebían y no tomaban nada; eran buenas personas, trabajadores, amables, muy respetuosos con nuestra religión –el islam–, y jamás dieron problemas”, aseguran sus amigos que, de pronto, silencian la voz como si fuera un fundido en negro de una pelicula dolorosa.

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