Tenemos la fea costumbre de juzgar al pasado con los valores de hoy, menospreciar lo conseguido a base de sufrimiento, victorias y derrotas con dignidad, y no tanta dignidad; como si la sangre, sudor y lágrimas que preconizara Churchill a los suyos hubiera sido en vano en este país de bravos, envidiosos y cainitas. Somos capaces de tirarlo todo por la borda, con ese aire de suficiencia, ignorando que somos la nación más antigua de Europa, ninguneando el esfuerzo de millones de españoles que nos precedieron por cualquier lugar del mundo, sin ser conscientes de que esa protervia separatista fue lo que hundió el imperio sobre el que nunca se ponía el Sol, y que de ahí emanó el latrocinio de las corruptelas políticas. No aprendemos de la historia… ni de nada.
Vivimos unos días, en el que los anticonstitucionalistas catalanes y vascos, en lugar de ser apremiados por la justicia, se dedican a exhibir con lujuria sus sinrazones; y lo que es peor, a sentirse provocados por su propia nación: España. El odio a todo lo que pueda significar España, desde su bandera hasta los toros –aunque estos se celebran en más de dos docenas de países–, les instiga la bilis como si fueran bebidas energéticas de la mala leche.
Qué falta de cordura, que cortedad de entendimiento, que pérdida de responsabilidad, que egoísmo tan ligado a la rapiña. Precisamente ahora, en la que Cataluña tiene el dudoso mérito de pertenecer a la equívoca élite de los gobiernos más corruptos de Europa. Las banderas no significan los gobiernos, representan las naciones, pero como en España cada gobierno de turno modifica la insignia nacional, nos acostamos monárquicos y nos levantamos republicanos, pues es normal que la gente tienda a confundir esas identidades, algo que tiene mucho trasfondo real y pone de relieve las oligarquías y los cesantes que en cierto grado continúan.
Las faltas de respeto a las banderas eran, hasta no hace mucho, de carácter marginal, propio de radicales que asomaban a los telediarios quemando y pisoteando gallardetes con alboroto y albedrío; pero fue Zapatero quien abrió la veda a la normalidad de este insulto, es decir, a despreciar a las naciones, cuando permaneció sentado en un desfile ante la bandera de EEUU. Este agravante gesto fue aplaudido por la incultura y el populismo, abriendo la veda a los pendencieros con querencias por este tipo de insulto: los separatistas –sin eufemismos, los traidores a la patria–.
Ver el Día de la Hispanidad la bandera de España junto a la catalana con las mismas dimensiones es ver un coladero de mentiras. Cataluña no es una nación compatible con España, ni hermana, ni ningún otro parentesco o similitud con España; Cataluña es parte sine qua non est España.