Opinión

Cuando a las dos son las tres (I)

Hace algunas fechas escribí un artículo sobre la evolución de la medición del tiempo y el establecimiento de los husos horarios, fundamentado en los meridianos. Creo que una razonable continuación del mismo, es referirse al controvertido tema de los cambios de hora, uno de los cuales, el de verano, hemos tenido que regularizar recientemente, en nuestros relojes y en las costumbres horarias.

En el siglo XIX, la hora civil en España la marcaba el Meridiano de Madrid, situado a 3º 41’ 16” al oeste del meridiano de Greenwich. Sin embargo, esa no era la hora por la que se regían los habitantes de todo el país, ya que cada provincia o municipio tenían una hora local diferente. La determinaban en función de la hora media solar, definida por su situación geográfica. Los relojes en Madrid y Barcelona, por ejemplo, marcaban una diferencia de 30 minutos.

La diversidad y diferencias horarias existente, era un elemento condicionante para el desarrollo del ferrocarril. Incluso la Ley General de Ferrocarriles de 1877 y su Reglamento de 1878, obligaban a la instalación de un reloj en cada estación, que adoptase la hora de la ciudad más importante por la que circulase la línea. Se exigía que cada compañía publicara los horarios de sus viajes con dos columnas: “una con la hora de la compañía y otra con la hora de cada ciudad”. Esta dificultad ya la habían superado en EEUU, Gran Bretaña o Francia, unificando los horarios.

Una afortunada, aunque retrasada medida, puso remedio al problema a través del Real Decreto, de 26 de julio de 1900, de María Cristina de Habsburgo-Lorena, Reina Regente, firmado en San Sebastián. En el mismo, se establecía, desde el 1 de enero de 1901, para todo el país, incluidas las Islas Canarias, la regulación con arreglo al tiempo solar medio del meridiano de Greenwich, denominado ”Greenwich Meridian Time (GMT)”. Se estableció, que las horas se contaran en una serie continua de 24, iniciándose a medianoche. En muchas estaciones de ferrocarril se rotularon, en tinta roja, las horas de las 13 a las 24, para ilustrar la nueva denominación de horarios.

Una pregunta al Gobierno español, por parte del Almirantazgo de Gran Bretaña, sobre cuál era la hora en Canarias motivó, tras varias comunicaciones, que apareciese el RD de 11 de febrero, de 1922. En el mismo, se establecía que, a partir del 1 de marzo, se regulase el horario insular, con arreglo al tiempo solar medio correspondiente a su huso horario. En consecuencia, se retrasaba 60 minutos con respecto al peninsular y Baleares.

Durante la Guerra Civil, los dos bandos contendientes cronometraron el tiempo de manera distinta, de tal manera que hubo dos horarios diferentes, según se tratase de la zona nacional o la republicana. Con el final del conflicto, se recuperó el horario anterior al mismo, para el país.

Es significativa la decisión del Gobierno de Franco, en una Orden, de 7 de mayo, de 1940, en la cual se dispuso que la hora legal se adelantase una hora, justificándola con “la conveniencia de que el horario nacional marche de acuerdo con los de otros países europeos”. Hay opiniones que lo argumentan como una complicidad con el régimen de Hitler, ya que se ajustó al huso horario +1, de Berlín, Hora de la Europa Central, Central European Time (CET). Sea como fuere, lo cierto es que, algo que se proponía transitorio, ha permanecido y permanece hasta la actualidad. Consecuentemente, al tratarse de una medida para todo el territorio nacional, el horario de Canarias también se adelantó a su huso horario -1, pasando al huso 0 de Greenwich, y así continua.

Existen varias definiciones de hora legal y hora oficial, pero en la legislación se usan indistintamente, cuando quieren referirse a la hora civil.

Curiosamente, un pequeño trozo de territorio gallego, situado al oeste, está encuadrado en el huso -1 pero, al pertenecer al conjunto peninsular, tiene el horario de +1. Por tanto, algunas poblaciones de esta localización de Galicia, se encuentra con dos horas de diferencia entre la hora solar y la hora oficial. Cuando se aplica la hora verano, insólitamente, la diferencia se hace de tres horas, desfase que solo se supera en el oeste de China.

Posiblemente, y pudo ser una de las razones de la adopción de 1940, fue que el horario laboral se adaptó a las horas de luz, de 8 de la mañana a 3 de la tarde. En aquella época de escasez, muchas familias tenían que buscar dos empleos para subsistir, así que el cabeza de familia se enganchaba a otra ocupación en horario vespertino. También pudo ser la razón que ocasionó la variación de la hora del almuerzo o comida, que se hizo más tardía que en otros países.

El horario que se adapta a la posición solar, es el llamado horario de invierno. Sin embargo, se ha convertido en un hecho habitual el cambio al horario de verano, adelantando una hora los relojes. La implantación de dicho fenómeno, se ha defendido con variedad de argumentos. Parece interesante hacer referencia a los inicios y propuestas históricas de dicho cambio, recordando a los pioneros del mismo, aunque no lo vieran implantado durante su existencia.

Aunque quede bastante lejano, ya los egipcios y romanos adaptaban sus actividades a los periodos de luz del día. Quizá uno de los primeros precursores del aprovechamiento de la luz solar, fue el norteamericano, inventor y político, Benjamín Franklin. En realidad, no es que propusiera un cambio horario, sino un cambio en las costumbres que sacaran más rendimiento de la luminosidad en verano y paralelamente, un ahorro de energía en la iluminación de los hogares.

Durante su larga estancia en París, desde 1776 a 1785 − como ministro plenipotenciario y embajador de los nacientes EEUU, en Francia− había apreciado que el consumo de velas por la noche era elevado y además la población, se levantaba después del amanecer. Ya contaba con 78 años y su estancia en Francia estaba a punto de finalizar. Se le ocurrió redactar un curioso trabajo sobre el ahorro con la iluminación natural frente a la artificial, titulado An Economical Proyect, que envió para su publicación, en 1784, como un anónimo suscriptor, al periódico Le Journal de Paris. Está impregnado de un fino humor, que aconsejo leer, y en él se proponen medidas legislativas, en ese tono, para conseguir un ahorro de energía. Aconsejaba despertar a los ciudadanos a base de repicar de campanas, e incluso cañonazos, al amanecer; vigilar y eliminar el tráfico nocturno no necesario; impuestos y multas a quienes tuvieran cerradas las contraventanas, que no dejaban pasar la luz solar y encarecer o racionar a las familias la cera y las velas.

Aunque el político norteamericano, contó con un reducido grupo de amigos que mantuvieron correspondencia con él en su regreso a EEUU, lo cierto es que sus propuestas no fueron tomadas en serio, tal vez por la forma de expresarlas, aunque no tanto por el fondo.

Siguiendo un orden cronológico en las manifestaciones sobre el cambio horario y el aprovechamiento de la luz del sol, en la duración de los días de verano, merece un lugar destacado el inglés George Vernon Hudson (1867-1946). Emigrado muy joven a Nueva Zelanda, desarrolló un empleo en una oficina de correos, pero, por su afición a los insectos, utilizaba su tiempo libre al finalizar la jornada de trabajo, en capturarlos y clasificarlos. Esta afición a la entomología le llevó a convertirse en un gran experto en la especialidad y de hecho a reunir la mejor colección de insectos de Nueva Zelanda, conservada actualmente en un importante Museo. La llegada del atardecer terminada la jornada, le sucedía demasiado pronto y le limitaba el ejercicio de su afición, por lo que en 1895 presentó una propuesta a la Sociedad Filosófica de Wellington, en la que sugería adelantar dos horas el horario en verano y retrasarlas de nuevo en invierno. Con ello, aunque para él lo importante era tener más tiempo de luz para su recolección, también hacia extensibles las ventajas a quienes quisieran hacer deporte o actividades al aire libre.

No tuvo mucha aceptación su iniciativa, ya que sufrió burlas e incluso un miembro de la Sociedad la tildó de “acientífica e impracticable”. No obstante, motivado por algunas manifestaciones positivas que recibió, envió un nuevo artículo a la Sociedad Real de Nueva Zelanda, en 1898, que lo publicó en su revista.

Aunque pasó el tiempo, pudo ver reconocida en vida su idea, ya que en 1933 recibió una Medalla, creada por la Sociedad Real de Nueva Zelanda, con fondos recaudados para conmemorar la aprobación de la “Ley de Horarios de Verano”, en 1927, en el país.

Sin duda, uno de los más genuinos defensores del cambio horario en verano, fue el constructor inglés William Willett (1857-1915). Defendió con tanto ardor su idea, que no dudó en invertir su dinero en difundirla y establecer contactos políticos −incluso parece ser, que contó con el apoyo de Winston Churchill− y parlamentarios que la apoyasen. Pero tuvo la oposición de los granjeros y parte de la comunidad científica. Era un amante de las actividades al aire libre, especialmente el golf y lamentaba tener que suspender las partidas, por el temprano anochecer. En 1907, publicó un texto en forma de panfleto, titulado The Waste of Daylight − El desperdicio de la luz del día− en el cual proponía hacer un adelanto oficial horario, de 20 minutos, cada uno de los cuatro domingos del mes de abril, con lo cual el día en verano, ganaría 80 minutos de luz natural. Se volvería al horario de invierno, con la operación inversa, en los domingos de septiembre. Las ventajas del sistema las resumía en la posibilidad de practicar actividades al aire libre, pero también en originar un ahorro energético.

Su interés por el tema fue tan constante, que incluso consiguió que un miembro del Parlamento, presentase en 1908 un proyecto de ley−hasta cinco veces se debatió en la Cámara− aunque no logró salir adelante.

La primera vez que se puso en práctica el cambio de hora en verano, fue durante la I Guerra Mundial. En abril de 1916, Alemania y sus aliados austrohúngaros lo llevaron a efecto, continuaron Reino Unido y Holanda. Dinamarca y Suecia, en mayo y Francia y Portugal en junio. Otros muchos países contendientes se fueron uniendo a la medida, como los casos de Rusia en 1917 y EEUU en 1918. Una de las razones, además de la escasez de carbón, estaba en que, de esta manera, las fábricas podían estar abiertas una hora más.

Willett, no pudo tener la satisfacción− como George Vernon− de ver cumplido su sueño de cambio horario, ya que lamentablemente, falleció a causa de la gripe española en 1915, un año antes de su implantación en Alemania. Tampoco pudo contemplar que cuando se implantó en su país, en desagravio, llamaron al horario de verano, hora Willett. No obstante, su figura tiene un reconocimiento en el bosque de Petts Wood, en Londres, por donde le gustaba pasear a caballo. Un monolito con un reloj de sol, adaptado al horario de verano, en una de sus caras y un texto de homenaje en la otra, en una parcela costeada por suscripción pública, le recuerda.

En nuestro país, aunque no participó en el conflicto, también se adoptó la medida, oficialmente, el 15 de abril de 1918, aduciendo que era necesario aumentar la producción de carbón, por su escasez debido a la guerra. La medida continuó el año 1919, ya finalizada la confrontación y no se volvió a poner en práctica hasta el periodo de la Dictadura de 1924 a 1929, excepto en 1925, con diversas justificaciones.

Durante la Guerra Civil, en los dos bandos se aplicó, aunque en diferente manera. Finalizada la misma, se continuó aplicando desde 1939 hasta el 1949, aunque por algunas razones, había sido suspendida en 1941,1947 y 1948.

Tras un periodo dilatado de falta de aplicación, tuvo que llegar la crisis del petróleo de 1973, que incrementó los precios, para que volviese a implantarse en España el cambio horario en 1974, a fin ahorrar energía. Otros países, adoptaron igualmente esta postura, por esa razón.

La Comunidad Económica Europea, promulgó, en julio de 1980, la primera Directiva, que contemplaba el cambio de hora. Aunque nuestro país aún no pertenecía la Comunidad Europea, se adaptó a lo especificado en la Directiva.

El tema del horario ha sido contemplado, hasta el 2001, en ocho Directivas. La última y actualmente en vigor, es la 2000/84/CE, de 19 de marzo, de 2001. Se diferencia de las anteriores, en que no establece un periodo definido de aplicación. Se llevará a efecto en todos los Estados miembros y se realizarían los cambios, el último domingo de marzo y el último domingo de octubre.

El Real Decreto 236/2002, de 1 de marzo, incorpora al ordenamiento jurídico español, la Directiva 2000/84/CE, del Parlamento Europeo y del Consejo, relativa a las disposiciones sobre el horario de verano. En dicho RD, se entiende por "período de la hora de verano", el período del año durante el cual la hora oficial española, se adelanta sesenta minutos, respecto a la hora del resto del año.

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