Benzú fue ayer el escenario de la acumulación de emociones. Algunas contenidas, las de quienes miraban atónitos lo que estaba sucediendo.
Otras incontrolables, como las de los subsaharianos que sí, ellos sí, habían logrado cruzar a Ceuta bordeando, en su amplia mayoría, el espigón a nado. O ayudados con flotadores. Incluso también, trepando por la valla venciendo a las concertinas y tumbando parte del mallado. Su propósito era llegar a este lado de la frontera, el que representa una oportunidad, el que deja atrás unos bosques ocupados por casi un millar de compatriotas de distintas nacionalidades en el que la vida se antoja dura, muy dura.
Alrededor de 300 subsaharianos integraban el amplio grupo que desde primera hora de la tarde noche había comenzado a reunir. Los búhos de la Guardia Civil ya habían informado de la posibilidad de que se pudiera producir un intento de entrada masiva. Marruecos y España estaban preparados, incluso el Servicio Marítimo y los GEAS de la Guardia Civil estaban en guardia. El acercamiento no les sorprendió, pero la cantidad de inmigrantes que pretendía su entrada terminó superando a los agentes que había dispuesto Marruecos en su línea fronteriza de custodia, la primera.
No hubo empleo de tácticas nuevas, ni tampoco asalto, término que la Delegación del Gobierno optó por elegir para informar oficialmente de lo ocurrido. Se produjo una entrada a la carrera de gente desesperada, que llegaba muy cansada, exhausta y prácticamente sin fuerzas, huyendo de una situación de control que cada vez es más férrea en el país vecino.
De la totalidad de subsaharianos, 87 consiguieron llegar a Ceuta, entre ellos once varones que dijeron ser menores de edad. Eran las 5.30 horas y una espesa niebla, unida a la oscuridad de la noche, convertía el episodio en una auténtica odisea, una lucha por la subsistencia, una forma arriesgada y desesperada por apostarlo todo a una única carta: la que representaba el espigón, el mismo que hace año y medio, la clase política acosada por el ‘efecto 6-F’ dijo que iba a alargar e impermeabilizar. Hoy, de aquello, nada se sabe.
Los gritos de los inmigrantes, el sonido constante de las sirenas, el ir y venir de las patrullas convertían la zona en un punto de tensión inagotable en el que también cabía el miedo y una importante dosis de desconfianza entre los subsaharianos. Temían que tras cruzar el espigón fueran devueltos a Marruecos, donde quedaban sus compatriotas, donde estaban produciéndose detenciones masivas y traslados en ambulancias de los heridos que habían quedado tendidos en la arena o lesionados en la valla.
Los subsaharianos se separaron por grupos y quedaron encima de las piedras, a unos metros de la playa, todavía en el mar. La escena gráfica dibujaba a decenas de subsaharianos en las rocas, a las fuerzas de seguridad en tierra y, entre unos y otros, el mar. Finalmente los inmigrantes fueron, en fila india, acercándose a la arena, en donde les esperaban los componentes del ERIE de Cruz Roja, encargados de atenderles uno a uno, de facilitarles ropa, incluso de tranquilizarles. Porque la labor de estos voluntarios va más allá de lo que luego recogen las estadísticas sobre el papel.
En medio de este tránsito fue clave la intervención de un miembro de los GEAS que se arrojó al mar para hacerse con uno de los subsaharianos que estaba a punto de ahogarse.
Una decena de inmigrantes tuvo que ser trasladada al Hospital Universitario al presentar cortes, heridas abiertas, traumatismos y posibles fracturas. También 3 agentes de la Guardia Civil tuvieron que recibir asistencia sanitaria por lesiones producidas no porque se hubiera producido enfrentamiento con inmigrantes, sino por alguna caída accidental o golpe producto de la intervención que se tuvo que llevar a cabo, en primera instancia, sin prácticamente luz natural.
Con todos los subsaharianos en tierra comenzaba a escribirse una historia bien distinta a uno y otro lado de la frontera. En Ceuta se repetían las escenas de alegría, los abrazos, los gestos de agradecimiento a ese Dios único para todos al que tanto se habían encomendado. Había quienes, aún empapados y con síntomas de hipotermia, se arrojaban a la arena, exhaustos, dejándose ayudar, demostrando que ya no podían hacer nada más.
“¡Viva España!, ¡Dios Mío! (dicho en árabe)”, eran las frases más repetidas en un Benzú completamente transformado, con vecinos en las azoteas, con hombres y mujeres que salieron de sus camas en pijama para ayudar, para repartir agua entre los inmigrantes, para ofrecer más manos, porque todas eran pocas.
A la alegría de alcanzar este lado se añadía la necesidad imperiosa de inmortalizar el momento. Enseguida asomaron los teléfonos móviles, incluso había quien se hacía un selfie o quien compartía imágenes en grupo para, después, subirlas a las redes sociales. Aunque parezca increíble, a escasos minutos de haber abandonado un momento que pudo haber sido trágico en sus vidas, todo se olvidaba y únicamente quería recogerse el instante, compartir con los demás compatriotas el resultado, exitoso, de su intento.
¿Y al otro lado?, ¿qué imágenes quedaban allí?.
En Marruecos quedaron los heridos más graves. Se tuvieron que realizar traslados en ambulancias y se procedió a la detención del resto de inmigrantes. La oenegé Caminando Fronteras hablaba ayer tarde de deportaciones. Horas después de la entrada, se empezaban a realizar batidas en los campamentos, procediéndose a la detención de los residentes para apartarlos del lugar. De esta manera respondía Marruecos a la entrada, igual que lo ha hecho en anteriores ocasiones. “Hay autobuses esperando a los detenidos y devoluciones en caliente”, se denunciaba. De igual manera había redadas en los barrios tangerinos como Boukhalef, difundiéndose imágenes de jóvenes golpeados.
Una simple línea fronteriza separaba dos auténticos mundos, dos destinos bien diferentes para los que habían pasado y los que no.
En el CETI se tuvo que buscar sitio en donde no lo había. La entrada de estos 87 subsaharianos ha terminado por colapsar el campamento que acoge ya a más de 800 personas. Todos los módulos habilitados y las aulas comunes están ocupadas. No hay espacio para más, por lo que incluso se estuvo barajando que, de producirse nuevos accesos, habrá que echar mano de tiendas de campaña o contar con la colaboración de entidades religiosas para garantizar acogida mientras se preparan más salidas a la península.
En las tareas de filiación participaron agentes de la Benemérita y también de la Policía Nacional. Pasadas las diez y media de la mañana, Benzú recuperaba la tranquilidad. Parecía que nada hubiera pasado.
Compañeros de varios países
En los campamentos de inmigrantes que hay en Marruecos conviven hombres y mujeres, pero también críos de corta edad. Son de nacionalidades diversas y en ocasiones ni siquiera se conocen entre los distintos grupos. La entrada de ayer unió a varones de Guinea Conakry, Mali, Gabón, Costa de Marfil, República Centro Africana, Liberia o Camerún. Hombres de distinto origen y religión, que se dieron la mano para elegir el día concreto en el que cruzar. Llega el frío, la situación en Marruecos es cada vez más complicada, las presiones al otro lado son constantes y la incertidumbre por no saber cuánto tiempo les puede quedar para disponer de oportunidades aumenta por momentos. La entrada producida ayer es la primera que tiene lugar después del 6-F en cuanto a la cantidad de personas que participaron y el hecho de que hubieran apostado por la misma forma de entrada: el cruce por el espigón. Una zona complicada sobre todo si los intentos se llevan a cabo, como ayer, de madrugada.
Llegaban con ruedas de neumáticos a modo de flotadores, cruzando el espigón
En estas imágenes se recoge el momento en el que los inmigrantes están entrando en la ciudad, tras bordear el espigón a nado, consiguen alcanzar a la carrera la arena de Benzú. Estaba amaneciendo, la niebla se iba retirando y era ya menos complicado coordinar la actuación. Algunos aún permanecían sobre las rocas.
Quienes quedaron en Marruecos se enfrentaron a redadas y detenciones
En la imagen tomada a primera hora de la mañana se aprecia el momento en que, a la carrera, llegan a nado los subsaharianos. Al otro lado las escenas eran peores.
Los subsaharianos se acercaban con cautela a la arena, los vecinos eran testigos
Hubo momentos en los que se tuvo miedo, en los que los inmigrantes prefirieron quedarse sobre las rocas antes de cruzar a la arena porque temían que se les fuera a expulsar. Los vecinos del barrio, desde sus azoteas, eran testigos improvisados de lo que estaba sucediendo.
Los inmigrantes, aún con sus flotadores en los cuerpos, esperaban en tierra entre gritos de alegría
Nunca pisar la tierra causó tanta alegría. Algo entendible cuando quienes la pisan son personas que se mueven a caballo entre la legalidad y la ilegalidad, conceptos creados por el sistema, conceptos que nacen en un mundo construido a base de diferencias, a base de países ricos y pobres, de explotadores y explotados. Entre esas líneas se mueven personas, hombres y mujeres perseguidos, hombres y mujeres que llevan meses ocupando campamentos en los que se malvive, en los que se pasan penurias, en los que resulta complicado salir adelante. Por eso ayer, cuando llegaban a tierra, sus gritos de alegría, sus gestos y su comportamiento no podía provocar más que una reacción entre los presentes: la reacción de solo mirar, de solo contemplar esa alegría, de solo intentar entender su origen; un origen que lo marca y define una frontera, una línea y un cúmulo de intereses perpetuados en el tiempo.
Los inmigrantes arriesgaron mucho en un intento de entrada que pudo ser trágico
Con flotadores hechos a base de neumáticos se arrojaron al agua, cuando no había ni luz, cuando la niebla era tan espesa que resultaba imposible ver siquiera quién estaba al lado de quién. La suerte estuvo del lado de quienes decidieron darlo todo, apostar su vida a ese momento. No hubo tragedias, no hubo que lamentar heridos de gravedad, tampoco muertes que reabrieran la pesadilla del 6-F. La coordinación posterior en base al protocolo posibilitó la atención a los llegados sin complicaciones.
Operativo de trabajo y atención sanitaria, sometido al control y la coordinación
Al conocer la situación, el teniente general jefe del Mando de Operaciones de la Guardia Civil, Pablo Martín Arcos, se desplazó a Ceuta en un helicóptero del Cuerpo que tomó en la base de Málaga. Mantuvo una reunión con el delegado del Gobierno y con los mandos del Instituto Armado para conocer los detalles de lo sucedido y hablar sobre los dispositivos empleados. Del contenido de dichas reuniones no han trascendido datos. Lo sucedido ayer hizo rememorar a la Benemérita una de las intervenciones más complejas de las tenidas en los últimos meses, el judicializado 6-F. Hasta el lugar se desplazaron todos los miembros que estaban operativos de la Cruz Roja que tuvieron que improvisar una especie de ‘sala de urgencias’ en pleno Benzú, para poder reconocer a todos los que se encontraban en la zona y garantizar, en tiempo récord, que no había casos de extrema gravedad.
El testimonio de unos menores que aseguran haber cruzado y fueron devueltos
La corresponsal de Cope en Marruecos, Beatriz Mesa, publicaba ayer la fotografía de tres inmigrantes, menores de edad, que mostraban heridas causadas por las concertinas. Se llaman Karim, Mohamed y Dialo y se entrevistaron con la corresponsal de Cope al otro lado de la frontera. Manifestaron haber conseguido entrar en la ciudad para, después, ser rechazados. Como ellos, más inmigrantes se encuentran en el otro lado heridos por cortes o lesiones. Solo los más graves fueron trasladados a los hospitales de la zona.
Reportaje gráfico:
Reduan Ben Zakour
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